Meditaciones, Tomo 1. Marino Restrepo

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Meditaciones, Tomo 1 - Marino Restrepo

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me mata con esa oración de las pepitas” (los mexicanos llaman al diablo chamuco) y Juan usaba mucho las palabras mexicanas a pesar de que me hablaba en ingles. Yo me sorprendí tanto que me reí con él y no le hice ningún comentario a pesar de que me moría de las ganas de compartir con él tantas cosas sobre ese famoso chamuco y sobre la batalla espiritual en que se encontraba, pero sobre todo me moría de ganas de contarle lo tanto que lo amaba el Señor y la dicha del Cielo por un pecador que se acerca a Dios; pero yo sabía que tenía que morderme la lengua y esperar. Juan continuó rezando conmigo y finalmente una semana mas adelante pudo rezar el Rosario entero, luego pude introducirlo al Víacrucis y a muchas novenas y otras devociones, él estaba ávido de Dios.

      Como él obviamente no le tenía ningún miedo ni siquiera respeto a nadie en esa celda, sin importar el nivel de maldad del individuo, se dedicó a llamar gente a rezar con nosotros diciéndoles que esa era la formula para vivir de verdad. Era de esperar que todo lo que recibía eran burlas, pero esto contribuyó a que nadie se metiera conmigo y a que no nos sabotearan los momentos de oración. Antes de que Juan fuera a la Corte a hacer sus diligencias legales, la noche anterior hicimos vigilia de muchas horas orando. Su situación legal no mejoró, pero su situación espiritual sí. El me decía que no le pedía al Señor que lo liberara de la cárcel, sino que en su caso fuera ejecutado muy pronto para irse a la prisión y dedicarse a educar en Dios a todos los que no le conocían. El se aseguraba cada vez que orábamos de que no le fuera a pedir al Señor nada para el, pues decía que no quería recibir nada mas que la oportunidad de predicar que Dios sí existe y que la oración podía transformar hasta el corazón de una bestia como él, así lo exigía y así lo hacía yo en obediencia a él. La vida de Juan se transformó en menos de tres meses. El entabló conversación con todas las mujeres con las que tenía hijos y las aconsejaba y les hablaba de Dios lo mismo que a todos los hijos e hijas con los cuales lograba contacto. Una de sus hijas prostitutas se impactó tanto con el cambio del papá que se convirtió y fue bautizada por un sacerdote amigo mío de la cuidad de Mendota, California. Desde ese momento fue la mano derecha de su papá y es otro apóstol valiosísimo de la Iglesia en el ministerio de las prostitutas y drogadictos. Juan estaba convertido en un apóstol y el Señor había tocado su corazón para siempre. Fue una gran alegría ver la misericordia de Dios en plena acción y lo inmensa que es la presencia de su Amor.

      A Juan lo sentenciaron a más de 50 años de cárcel y hasta el día de hoy, que han transcurrido dos años después de su sentencia, sé que él continúa como un verdadero apóstol en una prisión de máxima seguridad en el estado de California. Le pido al lector que mantenga a este nuevo instrumento de Dios en sus oraciones porque es quizás más grande de lo que podemos apreciar. Yo le aconsejé que se mantuviera en contacto con la Iglesia Católica y así lo hizo. Por intermedio de nuestra sede de la misión de Peregrinos del Amor en Los Ángeles, mantenemos este ministerio carcelario vivo, con todos los presos que conocí y que continuaron presos después de mi libertad; algunos de los que fueron liberados se mantienen en contacto y otros desaparecieron.

      Dentro de esta celda donde pasé los primeros cuatro meses de los siete que tardó este proceso legal, sucedieron muchas cosas en el ámbito espiritual que considero dignas de compartir por envolver una evidencia clara de cómo se glorifica Dios en nuestra miseria humana, porque no creo que haya un lugar mas apropiado para ver la miseria humana que en una celda de prisión.

      Vale la pena introducir los personajes de dos hermanos vietnamitas que estaban presos por actividades de pandillas en San Francisco, California. Tenían 23 y 24 años y habían sido recibidos como refugiados en los Estados Unidos junto con su mamá hacia 16 años atrás. Sus cuerpos estaban totalmente tatuados, desde los dedos de los pies hasta la piel del cuero cabelludo, no usaban cabello, se lo afeitaban diariamente. Sus cuerpos habían sido tatuados en forma de dragón, uno azul y el otro rojo. La cabeza del dragón estaba tatuada en sus cabezas. Al mirarlos parecía como si se estuviera mirando a la cabeza del dragón, sus ojos estaban tatuados con los rasgos del dragón, lo mismo que sus bocas y orejas. No es posible describirlo y hacerle justicia a este espectáculo tan macabro. Hasta los más malos de la celda se mantenían lejos de ellos. No habían aprendido ingles bien y hablaban un dialecto callejero que estaba mezclado entre lenguas asiáticas, ingles chicano y español mexicano; era muy difícil entenderles, además, las palabras que más acentuaban con grandes risotadas, eran las más sucias en ingles y español. Yo sabía que eran procesados por el asesinato de dos personas en el robo de un supermercado en Sacramento, California porque les oí contarle a otro preso mientras nos trasladaban en un bus hacia la corte de Los Ángeles. A pesar de que yo evitaba cualquier contacto con ellos, por boca de un preso hispano supieron que yo le hacia favores a los presos escribiéndoles cartas para cualquier necesidad que tuvieran, pues la gran mayoría era gente sin ninguna educación. Por esta razón se me acercó uno de ellos de nombre Lee y me pidió el favor que le escribiera a la oficina del marshall de San Francisco, donde los llevaron la noche del arresto, para que les enviaran las pertenencias que habían dejado allí al cambiarles su ropa por un uniforme carcelario. Lo que más les atormentaba era la suerte de unas cadenas de oro que según ellos representaba poder para ellos. Yo le escribí esa carta y fue tan rápida la respuesta que no pasaron dos semanas antes que estuvieran llamando a estos dos hermanos para que fueran a la oficina de propiedades a reconocer sus cosas y a firmar el recibo de archivo en esa cárcel donde estábamos. Cuando regresaron de esta diligencia se me acercaron haciendo toda clase de fiesta, dándome las gracias por lo efectiva que había sido la carta, pues según ellos, habían tratado de hacer esto por todos los medios y en cuatro meses no habían logrado nada. Ellos no sabían que mis oraciones estaban detrás de esto. A partir de este momento se volvieron como mi sombra pues a cada momento me traían cosas de regalo y se sentaban en silencio a mi lado; de vez en cuando mientras yo rezaba, se quedaban muy quietos y luego se retiraban con cuidado y en silencio. Hicieron ver con claridad que en esa celda nadie podría intentar nada contra mí mientras ellos estuvieran ahí, no porque yo lo necesitase, puesto que no tenia problemas con nadie, pero era una forma de expresar agradecimiento y también era su lenguaje de la calle que se manifiesta por medio de marcar territorio, casi como lo hacen los animales.

      A medida que pasó el tiempo, estos dos hermanos se familiarizaron mucho conmigo y en principio yo nunca les hable de la fe, pero les enseñé a jugar ajedrez y les enseñé a leer y a escribir un poco de inglés. Un día me sorprendió Lee porque me pidió que le explicara por qué yo hablaba tanto solo, que el estaba preocupado que de pronto me enloqueciera, que no me preocupara de nada. Yo procedí a explicarle que no era que yo estuviera hablando solo, sino que era que estaba rezando. En ese momento me miró con sorpresa y me dijo:” ¿A quién?”. Yo le dije: “A Dios”. El me preguntó con un tono de asombro, que nunca hubiese esperado de nadie: “¿Me quieres decir que tú crees que Dios existe, mejor dicho, a mí me hizo alguien fuera de mi mamá y el soldado que se acostaba con ella? ¿Tú crees semejante cosa? Tienes que estar bien loco”. Me dijo todo esto con mucho respeto, dentro de su rudeza. Esta fue la apertura a toda una dimensión de una catequesis que solo el Espíritu Santo podía dirigir. Yo le dí mi primera lección acerca de la existencia de Dios preguntándole si el podía ver el aire que respiraba, si podía con sus manos coger el viento y guardarlo en el bolsillo. Trataba o mejor dicho, el Espíritu Santo me inspiraba a acercarlo a la presencia viva de lo invisible, comenzando por un plano material, lejos de mencionar siquiera la palabra espíritu, pues sabía que era prematura y que tomaría tiempo para llegar allá. Por varios días no hablamos más del asunto.

      Un día muy de mañana se me acercó Lee y me comentó lo siguiente: “Yo me quedé pensando en lo que dijiste sobre si veíamos el aire que respirábamos y si podíamos guardar el viento en el bolsillo. Anoche soñé que yo perseguía el viento para meterlo en una canasta que llevaba mi mamá en la mano y estábamos en la aldea donde nacimos en Vietnam. Cuando desperté hace unos minutos, lo primero que mire fue para tu cama, pero te vi fue acá sentado escribiendo y no sé si era que estaba medio dormido aún pero yo vi un hombre muy alto y blanco que parecía hecho como de viento y por eso por un momento pensé que estaba aun soñando, entonces cerré los ojos y los abrí muy despacio otra vez, y cual fue mi sorpresa cuando ese hombre grande y blanco apareció al lado de mi cama en un instante y me

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