El Secreto Oculto De Los Sumerios. Juan Moisés De La Serna

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El Secreto Oculto De Los Sumerios - Juan Moisés De La Serna

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-comentó el primer becario con regocijo.

      – Por si le sirve de algo le puedo decir que la nota pertenece a una niña, por la letra que tiene, se parece un poco a la de mi hermana -repuso segundo becario mientras miraba interesado en la pantalla la hoja de respuesta que me habían imprimido.

      – Sí, eso mismo es lo que había pensado, gracias por vuestro tiempo chicos, seguir así -agradecí mientras me iba de la sala.

      Salí en dirección a la sala de control, dejándoles con su pequeña celebración por haber acertado al meter las hojas de respuesta de los visitantes de la muestra en una base de datos que me había resultado muy útil, pudiéndome con ello ayudar, a la vez que se relajaban.

      Tras atravesar un pasillo controlado por vídeo vigilancia llegué frente a una puerta la cual tenía guarda apostado delante que me impidió la entrada, argumentando que no estaba autorizado a estar allí.

      Tras protestar enérgicamente conseguí que llamase a su jefe, el cual me autorizó a pasar a aquel centro de control para el que se habían traído un pequeño cerebro electrónico como lo habían llamado los técnicos que acudieron a instalarlo.

      – Buenas, soy el comisario de la exposición, quisiera que me ayudasen -expresé enérgicamente con tono firme para captar la atención de alguno de los operarios de la sala los cuales parecían absortos en su tarea de mirar a los monitores.

      – No sé quién le ha dejado entrar, pero entenderá que estamos muy ocupados -declaró disconforme uno de los operarios sin separar la vista de las pantallas mientras seguía escrutando que todo estuviese en orden.

      – Creo que son los únicos que me pueden ayudar -manifesté desanimado tratando de justificar mi presencia allí dentro a la vez que mostraba la hoja impresa con el dibujo y las palabras de la que suponía sería una niña.

      – Díganos a qué ha venido y acabemos pronto -sugirió una mujer desde el final de la sala mientras se levantaba y dirigía hacia donde me encontraba.

      Era una mujer menuda, de unos cuarenta años, de piel clara que, con numerosas pecas, y una melena corta rizada y pelirroja. Vistiendo blusa blanca de manga larga y pantalones azules, calzando zapatos con tacones altos de aguja.

      Le enseñé la hoja impresa, con el dibujo y aquellas pocas palabras, y le expliqué que quería localizar al autor de la nota, pues era de vital importancia para mí. Ella recapacitó un momento y me indicó en tono de bajo casi murmurando,

      – Lo que va a ver aquí no se lo puede decir a nadie, se trata de tecnología que no existe oficialmente lo que nos facilita el poder atrapar a los ladrones. Por tanto, debe permanecer en secreto pues de otra forma dejará de sernos útil para nuestro trabajo.

      – Bueno, no creo que sea una ladrona, ni que esté en ninguna base de datos del gobierno de personas en búsqueda y captura -rebatí con tono de mofa- según creo es la letra de una niña, tan inocente como eso.

      – No creo que sepa de lo que está hablando, probablemente lo que dice lo ha visto en alguna película o serie de televisión, nosotros somos profesionales de la seguridad y ni se hace una idea de lo avanzada que está la tecnología hoy -precisó chulescamente- observe y calle.

      Diciendo esto pasó la imagen a otro compañero, el cual la escaneó y lo introdujo en un ordenador, hecho esto y tras tocar unas teclas, pusieron en la pantalla todas las cámaras de seguridad que había, que para mi sorpresa debían de ser más de cien.

      Un cuadro rojo fue pasando muy rápidamente por cada una de ellas borrándose algunas a su paso, hasta que quedaron seis encendidas. Tras esto, ella repartió el trabajo entre los otros operarios, y cada uno de ellos examinó el contenido de una de las pantallas, hasta que uno vociferó,

      – Ya la tengo.

      – Pásale el perfil a los demás y enviarme a este monitor los resultados -ordenó la mujer al resto sin perder tiempo, girándose hacia mí para mostrarme una sonrisa burlona.

      No habrían pasado más de dos minutos, desde que le di el papel con el dibujo y la frase, cuando me indicó la mujer con tono de satisfacción,

      – Ya está, la tenemos grabada en vídeo desde que entró a la Biblioteca hasta que salió ella, además de todo el recorrido que realizó ¿Quiere verlo?

      – Sólo estoy interesado en saber su identidad a ser posible quisiera conocer su nombre si no es demasiado pedir -apunté pasmado por la eficiencia y velocidad de trabajo de aquellos operarios.

      – Bueno, ese dato no se lo podemos dar, pues es una niña pequeña, pero sí le puedo afirmar que entró junto con su grupo de escolares, si le parece bien le digo el nombre de la institución en donde estudia, así como el de la profesora a cargo de su grupo -repuso mientras escribía los datos en un papel.

      – Perfecto, yo me encargo del resto, muchas gracias a todos -voceé a todo el equipo levantando la voz después de recibir el papel.

      – Ahora le agradecería que abandonase este lugar y nos dejase seguir haciendo nuestro trabajo; recuerde, no puede contarle a nadie lo que aquí ha visto -indicó la mujer con gesto serio, mientras con la mano me señalaba la puerta por la que había entrado.

      Salí contento, todavía no tenía muy claro de qué me iba a servir todo aquello, pero ya sabía por dónde seguir la pista de aquella niña, de la cual me habían dado hasta una foto.

      Era una niña de piel cobriza, con nariz fina y ojos grandes, el resto estaba oculto tras un bonito velo de dos tonos de color azul, siguiendo el hiyab (código de vestimenta femenina de la mujer islámica) por el que la mujer debe de cubrirse la mayor parte del cuerpo.

      Aquello me dio pistas de que debía de ser de familia tradicional islámica, aspecto que era bastante corriente ver en una ciudad tan cosmopolita como Nueva York, donde están representadas todas las religiones con mayor o menor número de fieles. Una convivencia multiétnica, multicultural y multireligiosa basada en el respeto mutuo que no ha tenido problemas de convivencia en una tierra de acogida de inmigrantes de cualquier procedencia, asumiendo para sí la idiosincrasia de los demás; adaptándose en las sucesivas generaciones al modo de vida del país, con sus libertades y oportunidades por igual para todos.

      Me dirigí en metro a la escuela de primaria, tras presentarme al director, e intentar explicarle el motivo de mi interés por entrevistarme con una de sus alumnas, accedió a ello con la condición de que fuese en el horario del recreo y que estuviese delante su tutor.

      Aquello me pareció bien y así se lo hice saber, tras finalizar la entrevista tuve que estar aguardando en el pasillo que daba a la dirección a que fuese la hora del recreo, cuando sonó la campana salieron de todas las aulas los niños corriendo y chillando, con ganas de despejarse y divertirse.

      Salió el director de su despacho y me indicó que le acompañase. Los dos anduvimos por un pasillo hasta una clase en donde había un adulto y dos niñas.

      Una de ellas sin duda era la de la foto y estaba vestida con la misma ropa que había visto en la foto. Llevaba un velo sobre la cabeza, esta vez de color blanco, una blusa interior de color azul oscuro y sobre esta de color verde pistacho adornado con flores, por debajo del vestido se podía ver que llevaba vaqueros, calzando modernas deportivas azules.

      La otra niña no sabía quién era, pero parecía de su edad pues tenía su misma altura y además ambas asistían a la misma clase. Lo que estaba claro es que no era musulmana o al menos no practicante, pues llevaba una indumentaria diferente a la primera.

      Era

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