El Secreto Oculto De Los Sumerios. Juan Moisés De La Serna

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El Secreto Oculto De Los Sumerios - Juan Moisés De La Serna

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toda la ayuda que puedan recibir de los médicos cuando se enferma alguno de sus miembros, sobre todo si estos pertenecen a un estatus elevado dentro de la sociedad.

      No me imagino las devastadoras secuelas de una huelga por parte del sector farmacéutico, provocaría al día siguiente un colapso en las farmacias y dispensarios, cientos de personas rivalizando entre sí por aprovisionase de cualquier tipo de medicamento como si les fuera la vida en ello.

      Creo que de los tres éste provocaría más siniestralidad, ya no sólo el número de personas que fallecerían a causa de la falta de su medicamento, sino por los efectos perniciosos sobre la propia sociedad, los individuos lucharían y se matarían por conseguir un remedio, una simple pastilla que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Nada más que para evitar la desesperación de no tenerlo cuando le hace falta, o porque haya algún familiar necesitado nos convertiría en lobos al acecho de cualquier infeliz del que se supiese que tiene alguna reserva de medicamentos. Una civilización a mi gusto sustentada en pilares demasiado débiles, pero es la que nos ha tocado vivir.

      CAPÍTULO 3. HISTORIA DE IRÁN

      Estoy convencido de que algo importante se ocultaba en aquel pueblo sucesor de otros que estuvieron antes que ellos, descendientes del primer gran pueblo de la historia, los Sumerios.

      Tenía claro que no me podía acercar a la niña ni a su familia sin que me invitasen y para ello tendría que dar algunas explicaciones, como decir de dónde saqué la foto de la pequeña o quien me autorizó a entrevistarla.

      Pero creía que tenía la solución para adentrarme en aquel pueblo tan estigmatizado que frecuentemente se confunde con su vecino Iraq y por lo tanto los tratan a veces con desprecio sobre todo por las fuerzas del orden cuando se van a trasladar de un estado a otro por tren o por avión, y más cuando salen o llegan del extranjero.

      Saqué mi agenda y empecé a buscar hasta que di con un arqueólogo que me había ayudado a dar una datación aproximada a aquellas piezas sin catalogar pertenecientes a las colecciones privadas.

      Le llamé pues trataba de averiguar si él me podía informar algo más sobre esas tradiciones de aquel pueblo. Tras los saludos iniciales le comenté mi interés por entrevistarnos y él estuvo de acuerdo, así nos citamos para esa misma tarde en un café próximo a la biblioteca.

      No me sería difícil de reconocer, era una persona oronda, que vestía siempre traje, camisa y pantalones blancos, sobre la cabeza lucía un sombrero de Panamá del mismo color.

      Además, daba la peculiaridad de que era una persona que sudaba mucho por lo que continuamente estaba secándose el rosto con un pañuelo que luego guardaba empapado en el bolsillo superior del traje. Formándose a su alrededor una extraña y simpática mancha de humedad con forma de corazón.

      Aquella tarde cuando estaba terminando de tomar el café que había pedido mientras esperaba, llegó y tras disculparse por el retraso me intentó sonsacar por el motivo de mi consulta.

      – Mira esta foto -le solicité mientras le enseñaba la imagen que Fátima copió en la hoja de respuesta de la muestra junto con esas pocas palabras, mientras terminaba de vaciar mi vaso.

      – Sí, ya veo ¿Qué pasa con ello? -articuló con cara de extrañeza mientras esperaba que la camarera le trajese lo que había ordenado al entrar.

      – ¿No te suena de nada? -insistí intentando ver su reacción por si ocultaba algo pues me extrañaba en sobremanera que una niña pequeña lo hubiese visto tan claro y a él no se le ocurriese nada.

      – No sé, quizás es el dibujo algo infantil de una de las piezas que catalogamos ¿Qué pasa con esto? -volvió a insistir mientras reclamaba expectante a mis explicaciones mientas echaba un azucarillo sobre su café y lo empezaba a agitar lentamente.

      No sabía si decírselo, no podía ser que una niña tan pequeña lo hubiese reconocido sin problemas y él, que era una eminencia en su campo, no tuviese ni idea.

      – Bueno, ¿De qué va esto? -demandó con insistencia y algo de impaciencia ante mi silencio prolongado, mientras dejaba su vaso tras tomar un interminable sorbo.

      – Sólo que me gustaría saber más de su significado, tengo entendido que existe una pequeña comunidad iraní en la ciudad ¿Podrías ponerme en contacto con alguien de ahí que me pueda ayudar? -terminé por demandar viendo que no iba a sacar nada de información.

      – No lo sé, déjame pensar, ellos son muy celosos con sus costumbres, deberías de aprender bastante antes de poder acceder, empezando por tu forma de vestir -declaró con una sonrisa mientras levantaba el vaso para volver a beber.

      – ¿Qué le pasa a mi chaqueta?, ¿Es que no estoy bien? -formulé pasmado con su comentario.

      – Si quieres ir a una boda sí, mira que aparte de las normas propias de su cultura deberás de respetar la del islam, aunque tú no seas creyente de las palabras del Profeta vas a un lugar donde la fe es parte importante, eje de la vida civil y política. Si no conoces el Corán es difícil que puedas entender lo suficiente de lo que vas a ver y oír.

      – Bueno ¿Por qué no me acompañas? -pregunté intranquilo por lo que me decía.

      – Esto es cosa tuya, sólo te pongo en sobre aviso, incluso a gente como yo estoy mal considerado por haber dado la espalda a mis creencias simplemente por no ser practicante. Nunca me podría casar con una mujer de su comunidad sin traer la vergüenza sobre su familia.

      Aquello no me desanimó a pesar de las dificultades que supondría entrar allí me sentía motivado para averiguar si existía un misterio escondido entre aquel pueblo.

      La situación me recordaba algo que me sucedió durante mi época de estudiante en que estuve recorriendo buena parte de México tratando de hallar algo que no estuviese ya catalogado.

      Intentaba emular a los primeros exploradores que desde el principio se han adentrado en la aventura de descubrir nuevos lugares, zonas inhóspitas en busca de civilizaciones inmaculadas sin que hayan entrado en contacto con el hombre blanco o al menos encontrar sus restos.

      Un innegable legado de civilizaciones grandiosas que desaparecieron llevándose con ellos inconmensurables conocimientos, dejándonos construcciones, esculturas y hasta utensilios de la vida cotidiana como testigos de su apogeo, creando a su alrededor un halo de misterio con numerosos secretos a desenterrar.

      Sabía que ya no quedaba terreno por descubrir y que hoy en día casi nada nuevo sale a la luz, salvo los tesoros ocultos bajo la superficie del mar que esperan su momento de ser reflotados para compartir las maravillas que quedaron olvidados por el tiempo sin más compañía que el de los crustáceos y moluscos.

      Aunque de vez en cuando un golpe de suerte convertía a entregados investigadores o a aficionados a hallar un gran tesoro, ya no sólo porque esté compuesto de oro o piedras preciosas que eso es lo de menos, sino que sea algo totalmente desconocido, una cultura nueva, que despierte el interés y la imaginación de los arqueólogos.

      No me refiero a esas piezas que parecen no pertenecer a su tiempo por estar fabricadas con técnicas que se supone no existían en ese período, los denominados Oopart (objetos fuera de su tiempo), adelantándose a su época cientos de años antes de que se avanzase la ciencia lo suficiente.

      Ni a esas otras que ponen en evidencia nuestras creencias con respecto a la cronología de la historia denominados objetos imposibles, que para poder dormir los investigadores y científicos ignoran esos hallazgos permaneciendo con sus antiguas creencias a sabiendas de que algunas son

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