El Secreto Oculto De Los Sumerios. Juan Moisés De La Serna

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El Secreto Oculto De Los Sumerios - Juan Moisés De La Serna

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que me sonaba de algo que había visto u oído en otro momento durante ese día.

      A pesar de que intentaba recordar no conseguí recordar dónde había sido que lo había visto u oído, cuando conseguí encontrar un lugar tranquilo me senté y respiré profundamente lentamente.

      Ya estaba en condiciones para utilizar una técnica que había desarrollado durante mis años de excavación, que consistía en cerrar los ojos y concentrarme en un punto blanco imaginario en mitad de mi frente, eso me permitía tranquilizarme y relajarme aún más.

      A partir de ahí empezaba a revivir mentalmente visionando los hechos acontecidos durante el día como si de una película se tratase, avanzando a mayor o menor velocidad entre aquellos para dar con el recuerdo que quería.

      Esto me había sido muy útil para rellenar mis anotaciones de campo después de haber estado excavando y extrayendo piezas de distintos lugares. En mi trabajo es muy importante saber exactamente en qué lugar, a qué profundidad se hallan las piezas, para poderlas relacionar con todas las halladas en la misma zona y así poder determinar a qué época y civilización pertenecen.

      Es por lo que tenía esta especie de memoria visual para que no se me escapase ningún detalle. Por la noche antes de acostarme revisaba mis cuadernos de anotaciones y los rellenaba con la información que se me hubiese pasado anotar. Una memoria que perdía por la noche, con lo que a la mañana siguiente amanecía sin esa memoria visual, con lo que me permitía llenarla de nuevo durante esas intensas horas de trabajo diario.

      Fui avanzando por mi recuerdo visionando lo que había hecho, hasta que llegué a aquel texto, recordaba dónde lo había visto y aproximadamente la hora, lo que tenía a cada lado e incluso recordé que era una letra clara, probablemente de una niña que a pesar de tener pocas palabras tenía una expresión correcta por lo que supongo que tendría más de siete años.

      Emocionado por creer haber encontrado algo salí de la conferencia sin esperar a que esta terminase y me dirigí con el corazón acelerado a la biblioteca. Al llegar a la escalera los agentes que había en la puerta viéndome con tanta premura se aprestaron a detenerme para averiguar si había algún problema, después de tranquilizarme les aclaré que no sucedía nada, que siguiesen en su puesto mientras accedí al edificio.

      Pasé los controles de seguridad preceptivos, a pesar de que todos me conocían no me dejaban saltarme la cola, por lo que con mucha paciencia tuve que esperar antes de dirigirme a un apartado donde estaban los becarios trabajando.

      Esta es una sala diseñada dentro de la exposición, cerrada con paredes de metacrilato opaco, en cuyo exterior se proyectaban imágenes sobre las piezas más importantes de la muestra, con lo que se conseguía disimular aquel espacio de forma que los visitantes no se percatasen.

      Por dentro era un lugar pequeño escasamente iluminado, con tres puestos de trabajo cada uno con su ordenador, en donde se guardaban la información de las piezas y se realizaban los trabajos de diseño de espacios, desde donde diseñamos la presentación de la exposición.

      Una gran mesa ocupaba el centro de la sala en donde planeábamos y discutíamos los aspectos a mejorar, resolvíamos los problemas que iban surgiendo y planeábamos las próximas exposiciones.

      En un armario guardábamos enrollados copia de los mapas sobre la arquitectura del edificio, las instalaciones eléctricas y del agua, material necesario por si en algún momento lo necesitaban los bomberos ante cualquier imprevisto.

      Otros tantos contenían la distribución de las vitrinas por las distintas secciones, en estos se señalizaba por separado el cableado de la luz y de las alarmas. Todo diseñado al milímetro para sacar el mayor provecho del espacio que nos habían cedido para la exposición.

      Ellos que al parecer estaban haciendo algo diferente de lo que debían pues se asustaron al verme llegar y cerraron con celeridad la tapa del portátil para que no pudiese ver a qué se dedicaban.

      – ¡No pasa nada! -afirmé con tono conciliador pues no estaba interesado en saber a qué venía tanto misterio- quiero que me ayudéis a buscar una de las hojas de respuesta de la muestra.

      – ¿De qué habla? -articuló uno de los becarios con voz nerviosa mientras se levantaba con rapidez del sitio y se dirigía hacia mí.

      Él era un chico de estatura media algo rechoncho, a pesar de que vestía siempre bata blanca tal y como les había rogado repetidamente se dejaba todavía entrever varios de sus tatuajes tanto en sus muñecas como en el cuello.

      – Las sugerencias, las que he leído, hay una que me interesa localizar, quiero que las saquéis todas y que me ayudéis a buscarla -pronuncié con apresuradamente mientras llegaba a la mesa y empezaba a remover los papeles que había encima.

      – No creo que sea necesario, sólo díganos lo que está buscando -objetó el becario que estaba a mi lado con cara de satisfacción, pero sin hacer nada por ayudarme con aquellos papeles.

      – ¿Cómo que no importa? -inquirí confundido ante aquella falta de interés que mostraban por lo que les requería sabiendo que como becarios debían de colaborar en todas las tareas que precisase.

      – Hemos estado escaneando todas y cada una de las opiniones que recogimos y las hemos guardado en el ordenador…

      – Así es, ha sido un trabajo minucioso y metódico, pero eso nos ha permitido poder dar voz a los visitantes en la red -repuso interrumpiendo el otro becario, con actitud inquieta, mientras me requería con la mano repetidamente para que me acercase a ver lo que había en la pantalla de su ordenador.

      Él era un chico alto y delgado, igualmente vestía bata blanca todo el tiempo, pero siempre llevaba los bolsillos llenos de cachivaches electrónicos y a todas horas se le veía mascando chicle.

      – ¿El qué? -proferí desconcertado sin saber a qué se refería.

      Me acerqué al puesto de trabajo del segundo becario para ver qué quería, mientras que el primer becario se acercaba y se colocaba al otro lado.

      – Excediéndonos de nuestro cometido, hemos escaneado cada uno de los dibujos y la hemos subido junto con su comentario a la red, de forma que cualquier persona pueda ver el trabajo realizado. Es como los que seleccionamos para ponerlos en las columnas exteriores de la Biblioteca, pero estaba vez volcado en la red.

      Aclaró el segundo becario eufórico realizando muchas gesticulaciones con sus manos. Mientras el primer becario cogió el teclado e introdujo una dirección de internet y tras pulsar la tecla “enter” se abrió una página web en cuya cabecera se mostraba el nombre de la exposición junto con el horario de visitas y la dirección de la Biblioteca.

      Debajo de ésta, en la parte de la izquierda se presentaba el índice de las obras presentadas. Al pulsar sobre cualquiera de ellas, se abría un recuadro en el área central donde se explicaban las características más relevantes de la pieza y se describían los pormenores de la misma, quedando reservada el área de la derecha para las opiniones de cada uno sobre esa obra.

      El segundo becario con el ratón pulsó sobre una de las opciones y se cambió de pantalla a una en la que en la parte superior aparecía el nombre y la foto de la pieza en cuestión, y debajo de ella un listado de opiniones de los participantes.

      – ¿Y eso para qué? -cuestioné indiferente ante aquello que se escapaba de mi entendimiento.

      – Se trata de compartir, es la filosofía de las redes sociales en internet. No se puede hacer idea de la gran cantidad de visitas que hemos tenido desde que subimos el primero de estas hojas de

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