Il Segreto Arcano Dei Sumeri. Juan Moisés De La Serna
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– Hola, ¿Cómo te llamas?
– Se llama Fátima -me repuso la otra niña adelantándose a contestar.
Aquello me extrañó, pero no le di más importancia, sacando del bolsillo el papel impreso donde estaba su dibujo y las pocas palabras que había escrito, se lo mostré y le interrogué,
– ¿Lo reconoces?
Ella lo tomó entre sus manos y con una gran sonrisa le susurró algo a su amiga al oído y esta me aclaró,
– Sí, es suyo, lo hizo hace unos días en la muestra de la biblioteca.
Con gesto de sorpresa y desconcertado, recriminé a la niña que había vuelto a hablar,
– ¿Por qué no dejas que hable ella?, si quieres puedes irte al recreo.
El tutor carraspeó para que le mirase, cuando lo hice vi que me estaba haciendo un gesto de desaprobación con la cabeza moviéndola de izquierda a derecha repetidamente, indicándome con la mano que me acercase a un rincón de la habitación y allí a media voz me aclaró,
– Es usted un hombre, un desconocido, no le puede responder directamente Fátima.
Aquello me chocó, no entendía a lo que se refería así que le repuse algo contrariado por su falta de cooperación,
– Como sabrá he hablado con el director y me ha dado permiso para entrevistarla y no tengo demasiado tiempo.
– Haga por entender, ella es una niña musulmana que ha de cumplir con unas normas sociales diferentes de las nuestras, a pesar de su integración hay que respetar sus costumbres. No puede hablar con hombres desconocidos sin que un familiar esté presente, y como no es el caso, ella le está contestando a través de su amiga para así no faltar a sus costumbres -apostilló su tutor con elocuencia.
Entendí a lo que se refería, aunque desconocía que tal práctica existiese, lo respeté y asentí. Me volví hacia las dos niñas y ahora me dirigí a su amiga para pedirla perdón y así se lo expresé, tras esto volví a dirigir a Fátima sabiendo que ella no me respondería directamente,
– ¿Por qué has pintado este símbolo y has escrito esto?
– La profesora que nos acompañó a la Biblioteca indicó que pusiésemos lo que más nos había gustado de la exposición y yo así lo hice -comentó su amiga tras escuchar a Fátima lo que la decía en voz baja.
– Pero ¿Por qué precisamente esto? -la cuestioné tratando de indagar un poco más en aquello que era de mi interés.
– Es que el dibujo la suena a algo que conoce de su pueblo -refirió la niña con cara de ignorar a qué se refería.
– ¿Qué pueblo?, ¿A qué te refieres? -intenté sonsacarla obcecado sin darme cuenta de que el tutor se estaba acercando por detrás.
– Está bien, ya es todo por el momento, la está asustando -comentó el tutor poniéndose delante de mí para que no inquietase a aquellas niñas.
– ¿Es posible que pueda hablar con sus padres? -reclamé al tutor algo angustiado al ver que se me escapaba la posibilidad de encontrar respuestas.
– ¡No lo creo!, recuerde que esta conversación no la ha tenido, usted no ha hablado con la menor, no queremos tener problemas en el colegio, le hemos consentido todo lo que hemos podido, pero nada más -explicó con tono severo mientras indicaba a las niñas que podían irse al patio a jugar.
– Sólo una consulta más, tengo que saber de dónde son sus padres -demandé con algo de desesperación al tutor que ya se dirigía hacia la puerta con las niñas.
– Eso se lo puedo contestar yo, ellos son de Irán. Ahora le pido que salga de la clase -me reclamó mientras sujetaba la puerta para cerrarla cuando saliese.
– Gracias a las dos y a usted, ha sido un placer -repuse con una sonrisa forzada mientras me dirigía hacia la salida pasando por delante del tutor y de las dos niñas.
Terminada le entrevista salí del colegio turbado por lo que acababa de descubrir, Irán era el nombre actual del país que ocupaba el territorio de lo que fue en su momento Persia, tierra de paso de numerosos pueblos que quisieron adueñarse de su localización privilegiada, paso obligado del comercio entre oriente y occidente, y previo a esto fue parte de Sumeria.
¿Es posible que aquella niña fuese descendiente directo de aquel antiquísimo pueblo?, y lo más inquietante, ¿Es posible que de alguna forma se mantenga entre ese pueblo anécdotas y conocimientos que no han trascendido al ámbito académico?
Parecía claro que aquella niña sabía más de lo que decía, pero tenía restringido el acceso tanto a ella como a su familia; tendría que buscar otra forma de acercarme a ese colectivo desconocido para mí hasta ese momento como eran la comunidad iraní en Nueva York.
Supongo que al igual que sufrieron bastantes musulmanes en los años previos, en que existía un fuerte sentimiento en contra de los ciudadanos de Oriente Medio, en especial los iraquíes. Ellos habrán tenido que soportar el rechazado social, las miradas acusativas de los familiares de los soldados que regresaban del campo de batalla envueltos en aquellas bolsas negras y del recelo de la ciudadanía en general.
Una guerra que había dividido a la opinión pública. Entre la mayoría que consideraban que no se debían mantener dentro de nuestras fronteras a un potencial peligro dando con ello prioridad a la seguridad de la población general. Y los menos que entendían que se trataba de una postura exagerada, alegando que siempre deben de prevalecer los derechos individuales, pudiendo vivir allá donde prefiriera.
Como si todos y cada uno de los musulmanes, hombres, mujeres, ancianos y niños de este país fuesen capaces de atentar contra el resto de la ciudadanía, aún a costa de exponer su propia vida en ello.
Una postura que ha provocado un sentimiento tan dispar, que incluso algunos se han convertido al islán como forma de protestar ante la política de su gobierno. Un momento especialmente delicado para las pequeñas comunidades que se veían excluidas, susceptible de habladurías y desconfianza, alimentado además por el oscurantismo que rodea a los pequeños grupos que en muchos casos se encierran en guetos que a unas causas razonadas y razonables.
A pesar de que por parte de las autoridades y de los propios grupos han querido dar una apariencia de calma, realizando celebraciones de fiestas abiertas a todo el que se quiera acercar para aproximarse un poco a su cultura y forma de sentir, y con ello suplir el miedo a lo que se ignora, a pesar de ello eran pocos los que aprovechaban para acercarse.
Por mi parte como comisario de la exposición había tenido que hablar con múltiples representantes de las distintas minorías que podían tener algo que ver con la temática de la muestra a mi entender, para invitarles a participar o simplemente a asistir, con suerte desigual.
Por lo tanto, no me resultaría difícil intentar ver si en mi agenda había el número de alguien que me pudiese ayudar a averiguar cómo una niña tan pequeña podía saber sobre los misterios de una civilización extinta.
Ya no era tanto por el contenido de su sugerencia, eso del pan y del fuego, sino por la familiaridad con la que hablaba de hechos del pasado como si fuese una tradición