Il Segreto Arcano Dei Sumeri. Juan Moisés De La Serna

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Il Segreto Arcano Dei Sumeri - Juan Moisés De La Serna

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se iba a arriesgar a robar una pieza, además había tantas medidas de seguridad que sería imposible hacerlo; cada una de las piezas estaba detrás de una vitrina antibala, con sensor de calor y de movimiento. En el caso de que se rompiese el cristal si alguien introducía la mano o cualquier otro artilugio para sacarlo sonarían todas las alarmas.

      Una pérdida de tiempo y de recursos para mi gusto, pero necesario para que el ayuntamiento, la policía y la compañía de seguros se quedasen tranquilos.

      Con respecto a la urna de consultas o sugerencias, para mi sorpresa en aquellos tres días se había llenado, no sé exactamente el éxito por qué había sido, si al final no se iba a dar ningún premio, pero creo que el que le regalasen un lápiz, aunque fuese pequeño había animado a los curiosos a dejar impresas sus inquietudes.

      Además, con las visitas de las escuelas habían hecho que se hubiese completado rápidamente. Para sorpresa de todos tuvimos que vaciar aquella gran bola de plástico que hacía las veces de hucha de sugerencias, y no sabíamos dónde colocarlo ni qué hacer con todo aquello.

      Aunque era partidario de tirarlo, pues no tenía ningún valor ni sentido, pero uno de mis becarios me sugirió que seleccionásemos algunos, en el que hubiese algún comentario favorable de algún niño y lo pusiésemos en la entrada, como aliciente para otros visitantes, pues así lo había visto hacer en otras exposiciones.

      A mí aquello me parecía bastante sin sentido, un lugar serio como era la Biblioteca Pública de Nueva York llenando su fachada con opiniones de críos ¿Qué imagen iba a dar sobre la seriedad el lugar?

      Me opuse en redondo, pero después de pensarlo un momento, estuve de acuerdo, y así en las columnas pusimos unas pocas opiniones.

      Para mi sorpresa, era aquello lo primero a que se paraban a mirar los visitantes antes de entrar, y parece que luego lo hacían con mejor ánimo y que las opiniones crecían en aquella urna redonda. Eso me sorprendió ver cómo las personas parecían estar interesadas en la exposición y en compartir sus opiniones.

      Quizás es esa generación que ha nacido con un ordenador bajo el brazo, y que a través de mensajerías, chats y redes sociales se comparten opiniones de sobre lo que les gustaba o no, para animar a los demás a visitarlo.

      Visto el éxito de la idea, escogimos unos cuantos más para pegarlos en otros lugares de la exposición, en las puertas, o cerca de cada obra, para que supusiesen lo que había opinado otros que la habían visto antes. A pesar del entusiasmo de los becarios por esta labor, menos tedioso que la de seleccionar piezas para las nuevas exposiciones, yo era el que tenía la última palabra y decidía sobre si se ponía cada uno de los comentarios. Incluso estuve ayudando a leerlos y clasificarlos entre interesante y no válido.

      Cuando ya estaba algo cansado de ir de un sitio a otro, me entré en la sala donde estaban los becarios a echarles una mano, y sentándome vi el montón de hojas de respuesta que habían volcado sobre la gran mesa.

      Armándome de paciencia, tras inspirar y expirar lentamente, me puse a leer aquellas opiniones.

      Lo más costoso de aquello era entender la letra, sobre todo de los niños, pues la de las niñas parecía bastante clara, a pesar de las faltas de ortografía o de tener una redacción incorrecta.

      Una a una iba leyéndolas, hasta que me encontré con una que tenía un dibujo, era uno de los innumerables símbolos de aquella civilización, que seguro habría copiado. Algunos niños lo habían hecho antes también, copiaban un dibujo o alguna figura que les gustaba y lo comentaban.

      Leí lo que decía, “este símbolo representa a los maestros de nuestros padres, que vinieron de lo alto a traer pan y fuego”.

      A aquello no le di más importancia y puse aquella hoja de comentario en el montón de no aptos, pues si no estaba claro para mí lo que quería decir difícilmente lo estaría para el resto del público. Tras esto cogí la siguiente hoja para leerlo, y luego la siguiente, así estuve buena parte de la mañana hasta que me fui a comer.

      Esa tarde tenía una de esas conferencias multitudinarias de uno de esos científicos alejados del dogmatismo de su profesión, alguien que si no fuese por su extenso currículum podría creerse que era un charlatán.

      Como en otras ocasiones me acerqué transcurrida media hora del inicio, para ver el público que había y para mi sorpresa, estaban todas las plazas ocupadas y no había ni un hueco, incluso había personas por los pasillos sentados escuchando. Yo me iba a ir, entre otras cosas porque no había donde sentarme, cuando me enganchó una cuestión que realizó al auditorio, como guante arrojado en buscando la reacción del público,

      – ¿De dónde vienen los Sumerios? Se da la paradoja de que existen excesivas opiniones, aunque todavía no se ha logrado un consenso al respecto. Algunos afirman que su origen está en la raza negra, otros que tienen una procedencia caucásica. La mayoría opta por una postura intermedia indicando que son una mezcla de varias razas que llegaron y se establecieron en aquella región desde el Neolítico. Como les anunciaba esta es una cuestión no resuelta por la ciencia y tal es así, que hasta se le ha denominado como el “problema sumerio”.

      Pero ¿Qué es lo que tiene este pueblo de importante?, ¿Por qué estamos hablando de ellos?, pues por dos elementos importantes y fundamentales que cambiarían la faz de la Tierra, que daría al hombre una nueva dimensión, un salto en la concepción de la humanidad.

      La agricultura y el control de los metales. Nadie sabe a ciencia cierta cómo se produjo aquello. El que el hombre dejase de ser un cazador estacional y se afincase en un territorio, que lo cultivase y del fruto de su esfuerzo consiguiese su alimentación, hizo que este dejase de ser un recurso escaso a obtener excedentes. Esto permitió a sus habitantes que se pudiesen dedicar a otras labores.

      Garantizando que todos tuviesen pan para comer permitió que los hombres dejasen de estar días enteros rastreando y siguiendo a sus presas intentando atraparlas, para luego una vez cazada, limpiarla y prepararla por parte de las mujeres. Ahora podían dedicarse a una vida más sedentaria y pendientes únicamente del crecimiento del cultivo, empezando a tener en cuenta los ciclos de lluvias para plantar y recoger los frutos de su trabajo.

      El uso de la fundición de metales, les permitió avanzar en la construcción y en la guerra, ya no estaban a expensas de rocas y palos para combatir con lo que rápidamente ampliaron su territorio.

      El empleo del fuego les permitió también cocinar la comida, prepararla e incluso ahumarla, obteniendo con ello un nuevo producto con el que poder comercializar con otros pueblos, dando un mayor poder a aquella civilización frente al resto.

      Pan y fuego han sido los primeros éxitos de esta civilización, cuna de las restantes y en donde, como ya todos saben, surgió el primer lenguaje escrito, la escritura cuneiforme mucho antes de la escritura jeroglífica egipcia.

      Esta innovación va a marcar el final de la época prehistórica, inaugurando con ello la historia, tal y como la conocemos, donde queda constancia escrita de los acontecimientos que se van sucediendo.

      Un pueblo que se caracterizó por el desarrollo de la cultura y la conservación del conocimiento, creando bibliotecas que se iban engrosando con nuevos tomos sobre las materias más diversas desde la medicina hasta la astronomía, además de recoger multitud de mapas, cartas, cronologías y listas de leyes entre otras.

      A diferencia de otros pueblos posteriores, que emplearon los pergaminos y el papiro como modo de recoger su conocimiento, haciéndolo vulnerable al paso del tiempo por las humedades e incluso ante los incendios, al haber escrito sobre arcilla ha permitido que su conocimiento llegue intacto hasta nuestros días.

      Aquello

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