Il Segreto Arcano Dei Sumeri. Juan Moisés De La Serna

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Il Segreto Arcano Dei Sumeri - Juan Moisés De La Serna

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decoración caprichosa y tablillas con inscripciones que no habíamos conseguido descifrar, pero que como tenía una simbología agradable a la vista lo que convertía en una pieza ideal para que aquellos visitantes especulasen e intentasen dar alguna teoría que seguro dejarían boquiabiertos a todos.

      Hacía días que no conseguía dormir plácidamente debido a la presión de pensar que podría faltar algo en la muestra por muy insignificante que fuese, aunque había repasado una y otra vez toda la organización tanto de las piezas como del personal que debía de conducir a los grupos y no me había dejado ni un solo detalle al azar.

      Tenía a mi disposición, aparte del cuerpo de seguridad de la biblioteca y el especial que me había designado el ayuntamiento, dos patrullas que vigilarían desde el exterior durante todo el día para controlar la afluencia de espectadores si ésta se producía. Igualmente estaban alertados los cuerpos de bomberos y un helicóptero de rescate por si surgiese algún imprevisto desafortunado.

      No sería la primera vez que en una muestra un visitante sufre un ataque cardiaco o que alguno por descuido deja una colilla mal apagada donde no debe; todas las medidas de seguridad serían pocas para evitar cualquier accidente, que por minúsculo que fuese podría provocar tanto daño en este patrimonio de incalculable e inestimable valor.

      Todavía recuerdo los bochornosos resultados de algunos colegas que intentaron realizar una exposición por todo lo alto y que, por un problema por falta de cuidado en el traslado de alguna pieza, esta se cayó rompiéndose en miles de fragmentos, finiquitándose así su carrera pública tan rápido como lo que tardó en enterarse el dueño de la pieza.

      Por algún desconocido y afortunado motivo no he tenido que lamentar ningún problema desde que empezaron a llegar las piezas; la seguridad y el cuidado a las piezas, ha sido máximo en todo momento, lo que me ha permitido trabajar con cierta holgura.

      Mi equipo, ha aumentado de los dos becarios, asignados por el departamento para las tareas de datación de las piezas, a casi veinte personas de distintas partes del mundo que han participado en la clasificación de las piezas y la elaboración del catálogo.

      Fruto de ese trabajo conjunto había resultado un producto del que estaba especialmente orgulloso, un tríptico de tamaño folio por el cual todos los que concurrieran a la muestra sin tener ningún conocimiento previo podía hacerse una idea muy clara de dónde, cómo y cuál había sido la evolución política, militar, cultural y religiosa del pueblo de Sumeria.

      Todo ello planteado mediante un cronograma en donde quedan reflejadas las distintas piezas que se presentan en la colección, de forma que les sea fácil identificar la procedencia y la época en donde estas se realizaron.

      Toda una labor artística combinada con mucho de conjeturas e intuición, pues de numerosas piezas, a pesar de conocerse que eran de ese pueblo por la zona geográfica donde fueron halladas, era difícil determinar a qué momento histórico pertenecían.

      Y luego, lo que esperaba llamase más la atención al visitante, la parte de los descubridores, como yo lo llamaba, en donde, con el precedente y la información previa, debían de intentar adivinar a qué se correspondía cada pieza.

      Uno de mis colaboradores me había propuesto que para dinamizar esta sección crease una especie de concurso creativo, en que cada visitante escribiese en media hoja de papel lo que creía que era, al menos de una de las obras de esta sección.

      Igualmente sugirió que de entre todas las presentadas al final de cada día se escogiese la que era más curiosa o acertada, pero claro, para concederle algún tipo de premio, deberíamos de tener nosotros la solución de cada una de las piezas, aspecto que desconocíamos por completo.

      Tras numerosas horas de estudio logramos identificar la mayoría correctamente, a pesar de lo cual en contados casos únicamente pudimos determinar que pertenecían a la cultura sumeria por tener símbolos y signos comunes a otras piezas bien datadas, pero poco más.

      El resto pertenecían a la más absoluta interpretación de cada cual, por lo que el relato de los participantes no se valoraría en función de ningún criterio objetivo sino en el agrado que le provocase al evaluador en cada momento, por lo que deseché la idea.

      Otro de mis colaboradores me había sugerido realizar una especie de encuesta de calidad, para que el público tuviese la posibilidad de opinar sobre lo que más le había gustado de cada obra, o de la exposición en general, indicando las sugerencias o recomendaciones que estimasen oportuna.

      Aquello si me había parecido una buena idea, así en la entrada se le daba la oportunidad de recoger una hoja de respuesta junto con un lápiz pequeño para rellenarlo y a la salida existía una gran urna de plástico redonda donde depositarlo.

      En este caso no había ningún tipo de premio, ni diario, ni final de la exposición. A decir verdad, no estaba muy seguro de que fuese a designar a nadie a la labor de leer cada visitante de esas notas, primero porque la letra de cada visitante haría muy difícil estar seguro de lo que ponía y segundo porque una vez terminada la exposición ¿De qué me iba a servir lo que anotasen?

      De momento iba a mantener la apariencia de estar interesado en la opinión del gran público sobre aquello, aunque no tengo la intención de perder mi tiempo en saber lo que un crío de cuatro años opina sobre mi obra.

      Tenía que dejarlo todo bien preparado, pues cuando comenzase la exposición tendría poco tiempo para atenderla, ya que tendría que atender otras labores más de tipo social.

      Como sabía que les había sucedido a otros compañeros y así me lo había recordado mi director, en cuanto empezase iba a estar muy ocupado recibiendo y atendiendo directamente a las personalidades.

      Estas poco a poco se van a ir acercando tras la inauguración, esta vez más por una cuestión de presencia que por un verdadero interés en la historia antigua, buscando que se sepa que han asistido a un acto cultural, como forma de reforzar su imagen de filántropo o defensor del arte y las ciencias.

      A mí esa parafernalia me seguía pareciendo banal e innecesaria, pero en la ciudad del neón, esa que nunca duerme, todo debía de ser un espectáculo que deleitase hasta al público más exigente.

      Para ello era imprescindible la presencia de juegos pirotécnicos, brillantes luces destellantes y llamativos coloridos, todo un requisito a cumplir si quería triunfar con esta presentación.

      Era tanto lo que había invertido y no me refiero sólo a este último año de trabajo empleado para dejarlo todo preparado, ahora estoy pensando en los años de estudio, la cantidad de museos visitados por el mundo, para ir aprendiendo a cómo lo hacían los demás, tanto en las exposiciones itinerantes como permanentes y todo para este momento.

      Tenía pensado unas buenas vacaciones para cuando acabase la exposición, todavía no me había decidido a donde, si a una gran urbe con abundantes actividades culturales para poder escoger entre el cine, teatro y ópera, o algo más tranquilo alejado de la ciudad, quizás un lugar con sol y mar para descansar.

      Esa idea a pesar de ser muy agradable, me recordaba mi experiencia en Egipto. Un recuerdo agridulce, con momentos buenos y otros que no lo fueron tanto.

      Fue hace ya tiempo, en que iba como turista, hasta llegar allí todo muy bien, iba en una excursión organizada, con lo que me movía con el autobús de la compañía, llegamos al Cairo y allí estuvimos por espacio de tres días, tiempo suficiente para poder visitar el museo, las pirámides e incluso la Esfinge.

      Todo idílico, aunque, a decir verdad, para mí me supo a poco, pues apenas tuvimos tiempo de ver el museo, a pesar de casi las tres horas que estuvimos allí, pero había tanto que ver…

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