Il Segreto Arcano Dei Sumeri. Juan Moisés De La Serna

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Il Segreto Arcano Dei Sumeri - Juan Moisés De La Serna

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muy simpática que se acercó y me ofreció dar una vuelta en camello.

      Un emocionante viaje que emularía el realizado por los grandes hombres de la historia como Napoleón o Lawrence de Arabia, en el que experimentar la intensidad de acercarse lentamente a las pirámides al paso del animal.

      Aquello al principio no me interesaba demasiado, pero como era muy insistente acabé cediendo, más porque se callease que por estar verdaderamente interesado.

      Subí con dificultades sobre un camello y todo iba bien, bajé muy despacio desde la explanada en donde nos encontrábamos hacia una la larga llanura de arena que se extendía enfrente.

      El vaivén de aquel animal era lo único que me sacaba de aquella sobrecogedora experiencia de irme acercando poco a poco a aquellos colosales monumentos muestra del dominio de las matemáticas unido con un profundo conocimiento astrológico y todo ello subyugado al poder político que obedecía cual fiel cordero al religioso del momento.

      Seguía deleitándome con las imponentes pirámides, que a medida que me iba acercando se iban a haciendo más y más grandes algo extrañado que durante el paseo el camellero no me había dirigido la palabra a pesar de su insistencia inicial.

      Creo que habríamos llegado como a la mitad del camino cuando detuvo al camello y le hizo sentarse. Aquello no lo entendía y le comuniqué, el hombre de mal humor me concretó que era todo lo que le había pagado y que se volvía a su sitio.

      Me asombró y me indignó, le había pagado lo que había sido acordado al salir, que incluía llegar hasta las pirámides y volver a la explanada en lo alto, desde donde habíamos salido, y en cambio no habíamos ni realizado un cuarto del trayecto y ya se quería ir.

      Como pude intenté hacerle entrar en razón, pero parecía que no cedía, hasta que en un momento me reveló que quería más dinero; aquello era el colmo, cómo más dinero, si le había dado lo que pidió, sin siquiera regatear y eso que conocía que en aquellas tierras se tenía esa costumbre.

      Me negué y me bajé del animal, y él hizo por irse y dejarme allí en medio de las arenas; veía al animal alejarse y el sol que estaba en su cenit me recordaba que era una mala idea, cuando grité a aquel hombre aceptando su abuso; le pagué el resto y me devolvió a la explanada del comienzo.

      Por supuesto el viaje de vuelta no fue en absoluto placentero, aquel vaivén que momentos antes, me había parecía casi hipnótico acompañando a la suave brisa que mecían las nubes, me molestaba ahora bastante, mientras que el camellero iba igual de callado que en la ida y yo tenía un mal cuerpo, sintiéndome engañado y estafado.

      Cuando llegué a la explanada desde donde salimos me acerqué al guía que dirigía nuestro grupo y le reclamé para que hablase con la policía para que detuviese a aquel hombre por estafa.

      Este me informó de que si al final habíamos llegado a un acuerdo y le había pagado no tenía nada que reclamar, pues era un contrato verbal y sin pruebas, y que yo había conseguido lo que quería.

      Pero ¿Cómo iba a ser si ni siquiera había podido llegar ni a estar bajo la sombra de las pirámides?, aquello me indignó más aún, saber que no sólo me habían engañado, sino que además había salido impune y sin que pudiese hacer nada para evitarlo.

      Quizás de todo ese viaje aquella fue la anécdota más desagradable de un impresionante viaje que se vio impregnado por la amargura de ese momento, siendo rápidamente relegado por las nuevas maravillas que encontré en el Museo de Arte Faraónico del Cairo.

      CAPÍTULO 2. TRES DÍAS DESPUÉS

      Por fin había pasado lo peor, todo había salido al dedillo, las autoridades habían acudido para la inauguración junto con todo tipo de famosos del celuloide o de la televisión. A pesar de mis múltiples intentos por explicarle la importancia de aquella exposición y de tratar de que se llevasen una idea mínimamente clara de lo que contenía, no conseguía nada más que mirasen alguna que otra obra durante unos breves segundos. El resto del tiempo estuvieron atendiendo a los periodistas que no querían perder ninguna instantánea del personaje en cuestión.

      Aquello había sido un mar de desconcierto, ver moverse a tantas personas a la vez en la exposición sin ningún tipo de interés. Por suerte la seguridad era máxima y nunca hubo ningún problema, porque todas las piezas tenían una cuerda señalizando la distancia a mantenerse con respecto de la pieza.

      Estas sólo habían sido traspasadas en alguna ocasión por los periodistas a los cuales se les tuvo que sacar de allí mientras ellos se quejaban de no dejarles hacer su trabajo, aduciendo que lo que buscaba era tener un mejor ángulo para poder captar una imagen más favorecedora del famoso de turno.

      Habían empezado en paralelo el ciclo de conferencias que ilustraba al mundo académico y a los que estuviesen interesados todo lo relativo en esta civilización, con ponencias de los mayores expertos en la materia invitados de todas partes del mundo.

      En este ciclo se presentaban comunicaciones que iban desde las pruebas más evidentes hasta las suposiciones más inverosímiles, con ello había tratado de que fuese un foro abierto de opinión, donde no se limitasen a dar datos y cifras, sino que el asistente tuviese mucho más, una visión global y porque no decirlo hasta imaginativa.

      Para mi sorpresa las conferencias a las que más personas habían decidido inscribirse eran precisamente en las que estaban planteadas desde en un punto de vista menos científico basadas en suposiciones, misterios sin resolver y civilizaciones perdidas.

      Un ponente incluso relacionaba aquella civilización con los Atlantes; algo que a mí personalmente no me sonaba demasiado bien, sobre todo cuando creía aquello no era más un mito fruto de unos cuantos alimentado por el deseo de encontrar algún día un gran tesoro escondido, pero sorprendentemente era la conferencia a la que más público iba a asistir.

      Todo transcurría con tranquilidad, según lo programado, intentaba estar en todo, unas veces iba a la exposición a dar una vuelta viendo la reacción del público ante algunas piezas, sobre todo fijándome en los ancianos y los niños, porque son estos los que si no les gusta una pieza lo dicen sin el pudor social de los jóvenes y adultos. También tenía que estar allí cuando se acercaba alguna personalidad para acompañarle en el recorrido personalmente entre las piezas más destacas intentando dar una coherencia bastante simple y creíble para que la escasa media hora que estuviesen allí les fuese por lo menos entretenida.

      Igualmente estaba en las conferencias, por supuesto me había tocado presentar la de la inauguración y tendría que darle cierre. De vez en cuando me gustaba acercarme para ver cuánto estaba de lleno el auditorio a pesar de que conocía con exactitud el número de participantes inscritos en cada caso, y me gustaba pasarme media hora después de haber comenzado, para ver cuántos de todos los que habían entrado se quedaban, y así apreciar qué de interesante o cuán bien explicaba aquello que decía el conferenciante.

      Por último, y no por ello menos importante, me dedicaba buena parte de mi tiempo estando en contacto con los medios públicos de seguridad y revisando el trabajo de las personas que tenía a mi cargo.

      De todo el equipo de preparación de las piezas, catalogación y creación del itinerario de la exposición, ahora sólo quedaba un par de personas, los becarios que tenía desde un primer momento. Ellos eran los encargados de ver que todas las piezas estuviesen en su estado óptimo, como para preparar catálogos alternativos para próximas exposiciones, con el resto de piezas que no se habían presentado en esta ocasión.

      De los demás colaboradores, montadores, no quedaba nadie y únicamente se habían mantenido los de seguridad. A mí todo aquel despliegue de vigilancia del ayuntamiento

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