Anti América. T. K. Falco

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Anti América - T. K. Falco

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cejas se levantaron mientras se dirigía de regreso a la recepción. “La oficina de alquiler está en el nivel superior, piso 12. Ve a la oficina cerca de la piscina. Ellos pueden responder cualquier pregunta”.

      Dentro del ascensor presionó el botón para el piso doce y luego para el tres – el piso de Javier. Su pequeño truco hizo que lo lograra. ¿Nivel de dificultad en su escala de ingeniería social? Un dos. No se requirió mucha habilidad, sólo unas pocas mentiras y una sonrisa coqueta. La sangre de Alanna aún bombeaba con fuerza. En verdad prefería manipular las personas por teléfono o email, en vez de cara a cara.

      Después de dirigir una breve mirada a su iPhone, lo guardó en su bolso de cuero negro. Desde la mañana de ayer había estado aferrada a la esperanza que Javier le respondería. Nunca respondió a sus mensajes de voz – ni de texto ni de email y todo debido a la rápida señal de alarma roja de un texto que le había enviado a su iPhone: “Alanna, estoy en problema. Ven a buscarme”.

      No hubo más detalles. Su exagerada imaginación intentaba desesperadamente llenar los espacios en blanco. Mantuvo a Brayden al margen porque el texto estaba dirigido sólo a ella. Sin mencionar el hecho que se había quedado callado sobre cualquier cosa relacionada con Javier desde que la ruptura la había dejado sin ánimo de compartir. Cuando las puertas del ascensor se abrieron caminó ágilmente en dirección al apartamento.

      El edificio estaba diseñado para ser de vanguardia – no para ser acogedor. Era mucho más agradable que sus aposentos en Olympia Heights pero endiabladamente más espeluznante. Antes de hoy nunca había estado sola en el pasillo. Estaba más consciente de los ecos de sus pasos rebotando desde el opaco piso de cerámica. Su sombra se deslizaba sobre las paredes de color beige. Con las luces del techo quemadas, las paredes parecían acercarse.

      Al llegar a la puerta de Javier golpeó el blanco marco de metal con sus nudillos. No hubo respuesta. Tocó dos veces más antes de pegar su oído sobre la puerta. Silencio. Apoyó la frente sobre la fría superficie de la puerta. Durante seis semanas Alanna no había tenido la menor idea de que había hecho para alejar a Javier de su lado. Por qué, después de dos años él había roto su relación y luego cortó cualquier tipo de contacto con ella. No podía irse ahora.

      Trató de mover el pomo de la puerta, pero estaba cerrada. Mientras sus dedos permanecían alrededor del frío bronce sus labios formaron una sonrisa de satisfacción. Uno de los grandes beneficios de haber escogido la ingeniería social como forma de vida, era la libertad de moverse a donde quisiera – tanto en línea como en el mundo real. Las puertas permanecían cerradas sólo porque ella lo permitía. Buscó en el bolsillo trasero de sus jeans su ganzúa y una llave de torsión. Era el momento para las respuestas.

      Mientras se ponía la capucha gris oscura sobre su cabeza, presionó su torso contra la puerta. Miró hacia el pasillo al tiempo que introducía la ganzúa y la llave de torsión en la cerradura de la puerta. Su trasero estaba a sólo una llamada al 911 para tener una cita con el asiento trasero de una patrulla de la Policía de Miami. Años atrás le hizo una promesa a su padre. Dejar que la arrestaran rompería esa promesa y no tenían ninguna intención de permitir que eso pasara.

      Se detuvo para sacudirse los flecos tejidos de rojo de sus ojos. La menor distracción la ponía nerviosa. El golpeteo en su pecho. La sensación de hormigueo desde la cabeza a los pies. Sus pensamientos sobre Javier inundaron su cerebro. Recordó las palabras de su padre: Cierra los ojos. Respira profundo. No prestes atención a lo que te rodea. Levanta las pestañas. Abre la cerradura.

      Tenía seis años cuando le dio las herramientas de cerrajería y las instrucciones para usarlas. Tienta en el hueco de la cerradura con la ganzúa hasta que la parte puntiaguda toque el pin que la traba. Empuja la ganzúa hacia arriba hasta que el pin quede destrabado. Haz lo mismo con los pines restantes, luego gira el pomo de la puerta y di las palabras mágicas ábrete sésamo. Deslizó las herramientas en su bolsillo y se apresuró a entrar.

      El apartamento estaba a oscuras. Las cortinas estaban cerradas. Alanna se detuvo en la entrada permitiendo que sus ojos se ajustaran a la oscuridad. Se quitó la capucha de la cabeza. El aire acondicionado había estado apagado durante algún tiempo. Tanteó la pared hasta que tocó una pieza plástica. Después de prender la luz se dirigió rápidamente hacia la lámpara parpadeante que estaba al lado del sofá gris.

      La cocina y la sala estaban completamente desordenadas. Las gavetas y los gabinetes estaban abiertos. Ropa, papeles y libros estaban regados sobre el piso de madera. Tuvo la sensación que se hundía. Javier nunca dejaría su apartamento en esas condiciones. Apretó sus manos temblorosas cerrándolas en puños. No tenía idea de cuando ocurrió este desastre, Podía haber sido días o quizás minutos.

      Sobre el piso de la cocina había un martillo entre las herramientas. Lo levantó del mosaico de linóleo. Sus dedos se cerraron sobre el mango de goma mientras se dirigía silenciosamente hacia la pared, luego se deslizó de regreso a lo largo de su superficie. En la puerta del dormitorio mantuvo la respiración para evitar hiperventilarse. Se detuvo un momento con los ojos cerrados antes de asomar su cabeza con el martillo en alto.

      Más de la parafernalia de Javier estaba regada por el piso. Después de exhalar profundamente bajó la guardia y revisó toda el área alrededor de ella. Quienquiera que hubiese allanado el apartamento no tuvo reparos en destrozar cada pulgada del lugar. No quería descubrir de primera mano el daño que ellos pudieran infligir a quien se atravesase en su camino. Su corazón dio un salto. ¡El texto de Javier! La presencia de los intrusos debía haber sido el problema sobre el cual Javier le había advertido.

      Encendió todas las luces mientras recorría cada rincón del apartamento. Los closets y el baño habían sido saqueados. El monitor del computador estaba boca abajo sobre la mesa. El computador portátil y el de escritorio habían desaparecido, no había sangre ni cadáveres. La vida le había enseñado a esperar lo peor. Estaba contenta que por una vez sus miedos no se habían hecho realidad. Al menos por el momento. No podría respirar tranquila hasta que supiera, sin ninguna duda, que Javier estaba a salvo y bien.

      Javier no había dado ninguna señal de que hubiese problemas cuando hablaron por última vez hacía casi un mes. Estaba menos comunicativo que lo usual pero ella lo atribuyó al rompimiento entre ellos la semana anterior. Cuando le pidió una explicación, no le dio una respuesta directa. Lo volvió a llamar para que le dijera las razones de frente. Sus últimas palabras antes de colgar: “Necesitamos darnos un respiro”.

      ¿Rompió con ella porque su vida estaba en peligro? Unió sus manos alrededor de su nariz. La situación era locamente surrealista. Ella era la ciber delincuente. Javier era el hacker ético, la persona más decente que conocía. Se suponía que ella era la que tendría problemas, no él

      Su iPhone sonó sacándola de su ofuscación. Era sólo un mensaje de texto. Probablemente era Brayden para saber de ella – o quizás era Javier. Sostuvo el martillo en su axila mientras se apresuraba a buscar su iPhone en su .bolso. Cuando puso la pantalla frente a sus ojos, el identificador de llamadas mostraba el celular de Javier.

      El mensaje decía: “Necesito decirte mi secreto, Alanna, ven a buscarme”.

      El martillo se deslizó hasta su codo mientras temblaba. Pensaba enviarle un texto a Javier preguntándole qué carajo estaba pasando – tan pronto como saliera del edificio. Devolvió el teléfono al bolso. Los intrusos podían volver pero estaba poco dispuesta a salir con las manos vacías. Le daría otra vuelta al apartamento para tratar de encontrar cualquier otra pista que pudiera dar con el paradero de Javier y luego se iría.

      Un rápido registro de la sala resultó infructuoso. Hurgando en el desorden del dormitorio apenas pudo evitar pisar el marco de una fotografía. Alanna llevó el marco en forma de óvalo hasta su cara. Era una foto familiar de un larguirucho Javier con una sonrisa vacía parado

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