Josephine. Christina McKnight
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Josie dobló un pañuelo bordado.
–Lord Ormonde.
Lady Georgina sonrió.
–Es curioso que no haya oído hablar de él. Mi padre es el duque de Balfour.
Espléndido. Iba a compartir un cuarto con la hija de un duque. Se le hundió el corazón. Nunca encajaría entre todas estas chicas ricas. ¿Por qué mamá había insistido en enviarla a la Escuela de Educación y Decoro para Damas de la señorita Emmeline? Con sus escasos fondos, no podían permitirse el gasto. Además, Josie no quería estar allí.
–Mi padre ha pasado a mejor vida. Acabo de terminar el duelo.
–Es una tragedia.
La señorita Adeline le dedicó una mirada simpática.
–Lord Melton es mi padre. —Miró a lady Georgina—. ¿Has oído hablar de él?
Lady Georgina lanzó un cojín con borlas por la habitación en dirección a la señorita Adeline.
–Sabes muy bien que sí.
Las chicas empezaron a reirse y su alegría pronto contagió a Josie, quien empezó a sonreír, y una parte de su ansiedad empezó a desvanecerse. Quizás, su estancia aquí no sería tan mala después de todo. Si pudiese hacerse amiga de aquellas chicas, podría incluso disfrutar de su estancia en la escuela.
Colgó su último vestido antes de volverse hacia las demás.
–¿Cuánto tiempo llevan en la escuela de la señorita Emmeline?
Adeline dobló sus piernas sobre la silla, escondiéndolas debajo de su falda.
–Yo llegué en febrero del año pasado. Georgie vino en —dobló su cabeza como si estuviera pensando— mayo, creo.
Lady Georgine afirmó con la cabeza.
–Puede ser abrumador el primer día, pero ya verá, estoy segura de que antes de que termine el fin de semana, le encantará estar aquí.
–A no ser que sea como yo. Tardé un poco más de tiempo en acostumbrarme.
La señorita Adeline intercambió una mirada pícara con lady Georgina y el dúo rompió a reír. Josie sonrió, aunque no estuviese al tanto de aquella privada broma.
Josie atravesó la habitación y colocó una silla de damasco de color crema delante de la señorita Adeline.
–Perdóneme por entrometerme, señorita Adeline, pero ¿de qué iba todo eso?
La chica recobró la compostura.
–Llámame Adeline. No hay necesidad de tanta formalidad entre compañeras de cuarto.
–Y a mí puedes llamarme Georgie. —La hija del duque posó sus brillantes ojos azules en ella.
–Muy bien. Es un honor conoceros, Adeline y Georgina. Por favor, llamadme Josie.
Lady Georgina asintió y se giró hacia Adeline.
–Ahora, responde a la pregunta de nuestra nueva amiga.
Adeline sonrió.
–Fui bastante rebelde cuando llegué. Me negué a seguir las órdenes de la señorita Emmeline y, como consecuencia, me encontré confinada sola en una habitación.
Josie agrandó los ojos.
–¿Qué hiciste?
–Me negué a realizar las pruebas de ingreso de la directora. —Adeline cuadró los hombros y alzó la barbilla—. De ninguna manera iba a dejar que me exhibieran.
–Lo comparó a un animal en un circo gitano —añadió Georgie.
Josie no podía parar de reír.
–¡Dime que no lo hiciste!
–Por supuesto que sí. Es más, lo volvería a hacer —dijo Adeline y sonrió.
–Dijiste que te gustaba estar aquí. —Josie se quedó mirando a Adeline con confusión.
–Es cierto, aunque una cosa no tiene que ver con la otra.
Josie ladeó la cabeza, la confusión le llenaba la mente.
–¿Cómo puedes oponerte a las órdenes cuando quieres estar en la escuela de la señorita Emmeline?
Georgie se alisó la falda.
–No te molestes intentando descifrar a Adeline. Es rebelde hasta la médula. No hay nada que se pueda hacer.
–Ojalá yo fuese también un poco más rebelde.
Josie cerró la boca de golpe. Había dicho aquellas palabras en voz alta, aunque solo tenía la intención de pensarlas. ¡Será posible! Desvió su mirada hacia la raída moqueta, deseando que la tragase y desaparecer.
–Bueno, quédate con nosotras y seguro que Adeline te contagiará. —Georgie se acercó al armario y empezó a inspeccionar los vestidos de Josie.
–No había nada que la señorita Emmeline pudiera hacer, ya que nunca me habría permitido a mí misma exponerme a las críticas miradas de extraños. Incluso después de aislarme, seguí negándome. De verdad, no entiendo por qué una mujer debería permitir que se le exhibiese de aquella forma. —Adeline le lanzó una mirada a Josie—. Parecía que ibas a desmayarte cuando la señorita Emmeline te sacó al escenario.
–Eso es porque estaba a punto de hacerlo.
Josie no pudo recordar un momento en el que estuviese más asustada o incómoda. Le había temblado todo el cuerpo y el calor la había consumido mientras se enfrentaba a todos aquellos ojos curiosos. Cada par de ojos estaba concentrado en ella…esperando. La voz le había temblado tanto como el cuerpo cuando habló.
–Hiciste un gran trabajo cuando enumeraste los reyes, a pesar de tu obvio malestar —dijo Georgie por encima de su hombro, mientras seguía inspeccionando los vestidos de Josie.
–Y el modo en el que sujetaste el arco fue impresionante, aunque no dieses en la diana. —Adeline suspiró—. Tu puntería mejorará con nuestra ayuda. Somos las mejores arqueras aquí.
–Honestamente, cuando salimos fuera, estaba tan angustiada por mi fallido intento en el piano que ni me paré a considerar lo que quería mostrar y simplemente me dirigí a la primera prueba. Estaba desesperada por terminar para que todo el mundo dejase de mirarme.
–No tocaste tan mal. —Georgina le dio la vuelta a un andrajoso vestido para comprobar la hilera de botones que había en la parte de atrás.
Josie dejó escapar un suspiro.
–Estaba tan nerviosa que no pude parar el temblor de mis dedos para poder tocar las notas adecuadas. Fue un desastre, pero gracias por tu amabilidad.
–Bueno, basta ya de pianos. Te gusta el tiro con arco, ¿verdad? —Adeline arqueó una ceja a modo de pregunta.
Josie bajó