Josephine. Christina McKnight

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Josephine - Christina McKnight

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Ailsebury. Suena maravilloso, ¿verdad?

      –Espléndido, de hecho. —Theo dio un sorbo a su té.

      –Y por primera vez, tendrás el título de lady delante de tu nombre. No es que espere que te comportes como una. —Georgina le guiñó un ojo, sus ojos iluminados con malicia.

      Adeline sonrió y una pequeña risa se le escapó mientras dirigía su atención a Josie.

      –Ahora, solo tenemos que encontrar un marido para ti.

      –No tengo prisa, aunque mamá no estaría de acuerdo conmigo.

      Josie, antes de dirigirse hacia Faversham Abbey, le había prometido a su madre que buscaría activamente un marido cuando volviese. Su economía había alcanzado un mínimo histórico. Mamá le había dicho que si no conseguía casarse pronto, y con un hombre adinerado, se quedarían totalmente desamparadas.

      Josie sabía que era un comportamiento egoísta, pero, a pesar de todo, no podía venderse al mejor postor. Una vida de indigencia era preferible a un matrimonio sin amor. Aun así, no había mentido a mamá, simplemente le había engañado un poco. Tenía la intención de buscar un buen partido y, por definición, de abrirse para que la cortejaran. Simplemente, no aceptaría una oferta de matrimonio a no ser que hubiese sentimientos profundos.

      –A lo mejor encuentras a alguien mientras estás aquí. —Adeline dejó su taza sobre la mesita de caoba.

      –Ya hemos hablado mucho sobre mí. Dinos, ¿hay algo que podamos hacer por ti? ¿Tienes el vestido preparado? ¿Necesitas ayuda para planificar los asientos o el menú? —Josie fijó sus ojos en Adeline.

      –Nada de nada. Ya se han hecho todos los arreglos —dijo Adeline—. Incluso me he tomado la libertad de organizar actividades solo para nosotras.

      Josie no pudo evitar sentir un sentimiento de pérdida. Todas sus amigas la estaban abandonando por sus nuevas vidas de esposas. No era del todo así; sin embargo, se sentía dejada de lado. Con las otras tres casadas, ¿qué sería de ella? ¿Volvería a ser la chica asustada que llegó a la escuela hacía tantos años? A ellas les debía su fuerza. De una cosa estaba segura: nada volvería a ser igual.

      –¿Qué actividades? —preguntó Georgie, con una ceja arqueada.

      –Mañana por la mañana toca la caza del pavo. No veo la hora de enseñaros mis habilidades y ver si alguna de vosotras sabe cazar —dijo Adeline. Se giró hacia Theo y añadió—: Me temo que no llegarás a tiempo desde la escuela para unirte a nosotras.

      –No te preocupes por mí. Estoy deseando pasar algo de tiempo a solas con Alistair. —Theo se levantó, dejó a un lado su taza y se alisó las faldas—. Desea salir de madrugada. Será mejor que me vaya a la cama.

      –Cierto. Necesitarás energía. Asegúrate de conservar un poco cuando recojas a Ainsley y Arabella. —Adeline rio antes de añadir—: Echo de menos a las pesadas hermanas.

      –Las verás muy pronto —dijo Theo.

      –Espero que les gusten los nuevos vestidos que encargamos —añadió Adeline.

      –Seguro que sí. —Theo se encaminó hacia la puerta—. Buenas noches, señoras.

      –Igualmente —dijo Josie.

      –Hablando de vestidos, ¿has visto los que te he enviado a la habitación? —preguntó Georgie.

      Josie se sonrojó. Detestaba aceptar limosnas de sus amigas. Una pensaría que se habría acostumbrado después de todos estos años, pero ella seguía sintiéndose incómoda cada vez que acudían a su rescate. Tragándose su orgullo, asintió firmemente.

      –Gracias. Son hermosos.

      –Estoy pensando que el vestido rosa irá bien para la ceremonia —respondió Georgie dulcemente.

      Adeline se levantó, reprimiendo un bostezo.

      –Voy a retirarme. Os veré a ambas mañana por la mañana.

      –Sí. Se está haciendo tarde. También me iré a la cama —dijo Georgie.

      –Yo no tardaré mucho. —Josie también estaba cansada, pero todavía no estaba preparada para retirarse a su habitación. Antes deseaba terminarse el té y tener unos minutos de silencio.

      –Muy bien —dijo Adeline.

      Georgie asintió antes de que ambas dejasen la habitación. Josie se acercó a la ventana abierta, donde se empapó de la cálida brisa nocturna mientras se terminaba el té. El cielo estaba lleno de estrellas titilantes y una luna llena iluminaba el terreno. Una parte de ella envidiaba a sus amigas por no haber encontrado solo el amor, sino también la seguridad.

      Quizás Adeline tenga razón y un día Josie encuentre al hombre perfecto para ella. Un hombre que la amara, la valorara y la cuidara. Suspiró y se dirigió al aparador para apoyar la taza de té. La única cosa de la que estaba segura era que todavía no lo había encontrado.

      Había tenido la fortuna y la desgracia de conocer a muchos caballeros en bailes, musicales y otros eventos. Una vez incluso se había sentido atraída por un comerciante gallardo y apuesto. Lamentablemente, ella pronto descubrió que tenía los modales de un jabalí.

      Preparada para irse a la cama, salió del salón y echó a andar por el pasillo. Levantó la vista hacia los retratos colgados en marcos de oro mientras se encaminaba hacia las escaleras. Seguramente eran los parientes del conde. Uno de ellos atrajo su atención y se acercó. Resultó ser el retrato de una elegante mujer con unos cautivadores ojos violetas.

      Se preguntó qué historias contaría la dama del retrato si tuviese la capacidad de hablar. Tendría que preguntarle al conde sobre aquella mujer cuando tuviera la oportunidad. Después de asimilar los detalles de aquella pintura, se giró, obligándose a seguir su camino por el pasillo.

      –¡Oh! —dijo ella, su cuerpo chocando contra otro.

      Unas fuertes manos la sujetaron por los hombros, estabilizándola.

      –¿Está usted bien?

      Con las mejillas ardiendo, Josie levantó la vista y miró a un apuesto desconocido.

      Él le devolvió la mirada, la preocupación se le reflejaba en sus ojos verdes.

      –¿La he lastimado?

      –N-no. Ha sido mi culpa. No estaba mirando por dónde iba. —Josie dio un paso atrás para liberarse—. Mis disculpas.

      No esperó a que él respondiese y se alejó por el pasillo, subió las escaleras y se adentró en la seguridad de su habitación. No había pasado ni siquiera un día y ya se había puesto en ridículo. ¿Qué pensarían los otros invitados si se enterasen del incidente?

      Se estremeció al pensar en eso.

      CAPÍTULO DOS

      Devon Mowbray, duque de Constantan, raramente dejaba su propiedad. Sin embargo, cuando recibió la invitación para las nupcias de Lord Ailesbury, apenas pudo resistir la tentación. Observando la sala de dibujo, estiró las piernas y espero a que apareciese el hombre. Sus pensamientos vagaron hacia aquella belleza de pelo negro con la que se había tropezado la noche anterior, pero obligó

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