Josephine. Christina McKnight

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Josephine - Christina McKnight страница 3

Josephine - Christina McKnight

Скачать книгу

yo nunca lo he intentado.

      –Eso está a punto de cambiar. —Adeline miró a Georgie—, ¿verdad?

      –Por supuesto. Y tu vestuario también. No puedes ponerte estos vestidos. —Georgie empezó a coger los vestidos de Josie que estaban colgados y los tiró al suelo—. Ninguno de estos es adecuado para la alta sociedad.

      Josie se apresuró a rescatar su ropa.

      –Pues debo llevarlos. Es la única ropa que tengo.

      La confesión le envió una ola de calor que le llegó hasta las mejillas. Antes de que padre muriera, había llevado vestidos a la moda, había visitado a modistas y había comprado en Bond Street. Maldita fuera mamá por dejarlas en apuros financieros cuando padre murió.

      Georgie agarró el vestido que ahora sostenía Josie.

      –Yo lo había cogido antes. No puedes llevar estos vestidos. De ninguna manera. Tengo vestidos de sobra para poder ofrecerte un guardarropa apropiado.

      Josie se encogió bajo la mirada de Georgie.

      –No puedo aceptar tal caridad.

      –Puedes, y lo harás. —Georgie le arrancó a Josie el vestido de las manos—. Insisto.

      Adeline se acercó y se colocó al lado de Josie.

      –Es inútil seguir discutiendo con ella y no debes sentirte mal. Georgie también financia muchos de mis gastos.

      –¿En serio? —Josie relajó las manos y se volvió hacia Adeline.

      –Financia mi tiro con arco. Si no fuese por ella, no tendría ni mi propio arco ni las flechas que uso. Con tantos hermanos, el dinero para gastos es casi inexistente.

      –Además, tengo más dinero del que necesito. —Georgie le enseñó un vestido de día de color rosa—. Pruébate este. Creo que tenemos las mismas medidas.

      Josie se tragó sus objeciones y con la ayuda de Georgie y de Adeline, se probó el vestido. Dio un paso atrás y pasó las manos por la parte delantera del vestido, alisando la falda de muselina.

      –Justo lo que pensaba. El vestido te queda perfectamente. —Georgie sonrió antes de volver a su armario—. Necesitarás un traje de montar, un vestido de noche, uno de paseo…ah, y no nos olvidemos de los tocados y de las enaguas.

      Josie levantó las manos en señal de protesta.

      –No hay necesidad de todo eso. Mis enaguas son más que adecuadas.

      Adeline lanzó la camisola de Josie al otro lado de la habitación.

      –He visto a doncellas limpiar el suelo con trapos en mejores condiciones.

      Josie tomó aire bruscamente.

      –Aceptaré los vestidos y otros accesorios, pero me niego a aceptar tus enaguas. Aunque las mías estén deshilachadas, nadie mirará lo que hay debajo de mi falda.

      –Muy bien. —Georgie cogió un traje de montar de color verde decorado con un ribete de un verde más intenso—. Con tu pelo oscuro y tus ojos de color miel, esta tonalidad te favorece.

      Josie aceptó el vestido y lo sostuvo ante ella. El verde era su color favorito y las sombras de la falda eran preciosas. Captó la mirada de Georgie.

      –Gracias.

      –No hay nada que agradecer, de verdad. Ahora eres una de las nuestras y todas cuidamos las unas de las otras.

      Adeline asintió con decisión.

      –Absolutamente.

      Una de ellas. A Josie se le hinchó el corazón, el alivio y la emoción atravesándola. Estaba encantada de unirse a estas chicas y de mantener su lugar junto a ellas. Tal vez con el tiempo, se harían tan cercanas como si fuesen hermanas.

      CAPÍTULO UNO

      Kent, Inglaterra, agosto 1827

      Josie, con los ojos desorbitados, paseó su mirada por toda la habitación. Adeline no había exagerado cuando le había descrito Faversham Abbey. Era todo lo que uno podría esperar de un viejo monasterio convertido en la finca de un conde, desde las pintorescas torres hasta las ventanas estrechas y las altas columnas.

      Sentada sobre un canapé revestido de brocado, centró su atención en Adeline, Georgie y Theodora. Josephine le dedicó una sonrisa a Adeline, notando la franca alegría que radiaba de su amiga.

      –La abadía es realmente impresionante.

      –Me resulta difícil de creer que vaya a vivir aquí. Es como si estuviese atrapada en un sueño, del que espero no despertarme nunca. —Adeline se apartó un rizo que le caía por la frente.

      –¿Tienes que ser tan…dramática? —Georgina sonrió con satisfacción, un brillo juguetón bailaba en sus ojos.

      –Por supuesto que tiene que serlo. —Theo abrió su abanico de seda—. Este es el primer día del resto de su vida. Un momento muy excitante.

      Georgie deslizó su mirada hacia Theo.

      –¿Deberíamos hablarle sobre la noche de bodas?

      Josie sintió que se le sonrojaban las mejillas, ya que sabía perfectamente a lo que se refería Georgie.

      –No hay necesidad. —Adeline agitó su mano para descartar la idea.

      Georgie hizo una mueca.

      –Parece que nunca conseguiré explicarle a nadie el acto de copulación y el placer que se encuentra cuando te pillan.

      –Siempre quedará Josie. —Adeline sonrió.

      –No. —Josie desvió su mirada y la posó sobre la repisa de mármol de la chimenea—. Lo que quiero decir es que preferiría que no lo hicieses.

      Puede que fuese casta, pero la inocencia no era lo mismo que la ignorancia. Josie sabía perfectamente bien lo que ocurría entre un hombre y una mujer tras la puerta de una habitación. Mamá se lo había explicado de la forma más torpe que uno podía imaginar. Utilizó todo tipo de utensilios de cocina para hacer una demostración y concluyó con la advertencia de que no se dejara guiar nunca por la lujuria. Alejó aquel recuerdo de su mente, puesto que no tenía ningún deseo de reflexionar sobre tales cosas.

      –Relájate. Estaba solo bromeando. —Georgie rio.

      –Por supuesto. —Josie dirigió su atención al aparador—. ¿Me permites que sirva?

      Se alzó y atravesó la habitación hacia la bandeja del té. La tarea de servir le proporcionaba una necesaria distracción del tema en cuestión. Levantó la tetera para servir la primera taza.

      –Te ayudaré. —Theo se acercó hasta ella, esperando mientras Josie terminaba de llenar las otras tres tazas.

      –Dos terrones de azúcar, por favor —dijo Georgie.

      Josie añadió el azúcar en la taza de Georgie y lo removió antes de entregársela a Theo y de coger las otras dos tazas. Regresó al canapé, le dio a Adeline su

Скачать книгу