Introduccin a la teologa cristiana AETH. Justo L. Gonzalez

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Introduccin a la teologa cristiana AETH - Justo L. Gonzalez

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haber olvidado, es la teología como contemplación. Cuando se decía que alguien era «teólogo», frecuentemente lo que se quería decir era lo que hoy entendemos por «místico». Por eso, desde fecha bien temprana, se dio en llamar al autor del Apocalipsis «Juan el teólogo». Por eso el título de «teólogo» se reservó en la antigüedad para aquellos autores que se destacaban por su espíritu contemplativo.

      El valor de este énfasis en la «contemplación», como parte esencial de la teología, está en que contrarresta la tendencia moderna a pensar que la teología es una disciplina como otra cualquiera, y que para dedicarse a ella basta con estudiarla. Al hablar de teología como «contemplación», se subraya el carácter devocional de la teología, de una disciplina que, por así decir, no se ha de hacer solamente sentado ante un escritorio, sino también de rodillas ante un altar. Es por esto que en el siglo 4 Gregorio Nacianceno, uno de los primeros autores en discutir qué es la teología, dice que uno de los primeros pasos del teólogo ha de ser «pulir su propio ser teológico hasta que brille como una estatua».

      Por otra parte, el peligro de este modo de entender la teología, sobre todo en nuestros tiempos tan individualistas, es que caigamos presa de las visiones privadas. En tal caso, basta con que alguien diga que tuvo una visión para que se le dé autoridad teológica. Aunque no cabe duda del valor y la veracidad de ciertas visiones, también es cierto que a través de toda su historia la iglesia se ha visto en la necesidad de cuidarse de las supuestas «visiones» de individuos que pretenden tener revelaciones privadas, y que a la postre contradicen buena parte del evangelio. Posiblemente aquí, como en otros casos, sea bueno recordar lo que decimos más adelante acerca de la relación entre la teología y la comunidad de fe.

      En resumen, la teología y su función pueden entenderse de varios modos. La mayoría de éstos no se contradicen entre sí, sino que se complementan. Posiblemente, dada la situación en nuestras iglesias, deberíamos darle prioridad a la teología como crítica de la vida y de la proclamación de la iglesia, aunque dándole también lugar a la teología como sistematización de la doctrina, como puente hacia los no creyentes, y como contemplación. Lo que todo esto implica irá viéndose en el curso de las páginas que siguen.

       2. La teología y la filosofía

      Por toda una serie de razones, a través de la historia de la iglesia ha existido una relación estrecha entre la teología y la filosofía. Tanto es así, que en algunas tradiciones cristianas se exige el estudio de la filosofía como requisito previo a los estudios teológicos. Esa relación tradicional entre ambas disciplinas se debe a varias razones: (1) El tema de estudio de ambas parece ser el mismo. Tanto la teología como algunas escuelas filosóficas tratan acerca del sentido de la vida, los valores éticos, las realidades últimas, etc. (2) Ambas parecen ser disciplinas relativamente abstractas. (3) La filosofía parece ser una introducción ideal a la teología. Por otra parte, hay razones para pensar que la filosofía puede llevar a la teología por caminos errados, y que por tanto es mejor separar las dos disciplinas.

      El modo en que veamos la relación entre la filosofía y la teología es en sí mismo una cuestión teológica, pues depende de nuestra teología. Por ello, a través de la historia de la iglesia han existido diversas posturas respecto a la filosofía y su lugar en la teología: desde quienes ven las dos disciplinas como enemigas hasta quienes las ven como aliadas.

       a) La oposición entre ambas disciplinas

      En la antigüedad hubo—como los hay hoy—muchos que pensaban que lo único que la filosofía podía aportar a la vida de la iglesia era el error.

      El más notable de quienes sostuvieron esa posición fue Tertuliano, quien vivió en el norte de África a fines del siglo 2 y principios del 3. Tertuliano estaba preocupado por las muchas doctrinas que circulaban en su tiempo, particularmente las de los gnósticos y las de Marción, que contradecían aspectos esenciales del evangelio. Había quien sostenía que solamente la realidad espiritual era buena, y que por tanto Dios no era el creador del mundo físico. Había quien negaba la realidad del cuerpo físico de Jesús. Había quien decía que el amor de Dios era tal que Dios nunca juzga ni castiga. Tertuliano estaba convencido de que el origen de todos estos errores estaba en la filosofía. Por tanto, refiriéndose a Atenas y a su Academia como símbolos de la filosofía, Tertuliano declaraba: «¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué la Academia con la Iglesia?»

      En otras épocas, otros teólogos han sostenido posiciones semejantes. En el siglo 20, Karl Barth, a quien ya hemos mencionado, rechazó el uso de la filosofía en la teología. Esto se debió en parte a que, en las generaciones inmediatamente anteriores, varios pensadores alemanes habían producido sistemas en los que la teología y la filosofía se confundían. Y se debió también a que, en vista de su entendimiento de la teología y su función, Barth pensaba que la teología debía ser una disciplina autónoma, que en nada dependiera de la filosofía o de cualquier otra disciplina.

       b) La coincidencia entre ambas disciplinas

      Repetidamente ha habido teólogos que han insistido en que, puesto que la verdad es una, la filosofía y la teología a fin de cuentas dicen lo mismo (o casi lo mismo). Típicamente, tales teólogos toman la filosofía del momento y tratan de mostrar que coincide con la fe cristiana.

      Tal fue, por ejemplo, la postura de Orígenes en el siglo 3 respecto al platonismo, la de Juan Escoto Erigena en el siglo 9 respecto al neoplatonismo, la de Hegel y los hegelianos en el 19, y en el siglo 20 la de Rudolf Bultmann respecto al existencialismo.

       c) El escalonamiento entre ambas disciplinas

      La tercera postura que ha sido común entre teólogos cristianos se coloca entre los dos extremos que acabamos de ver. Esta tercera opción es la de escalonar la filosofía y la teología, de modo que la primera parece servir de introducción a la última.

      Como ejemplos de dos modos en los que tal escalonamiento se entiende y justifica, podemos tomar a Justino Mártir y a Tomás de Aquino.

      Justino Mártir fue el principal de los apologistas del siglo 2. En su Apología, se impuso la tarea de mostrar cómo y por qué el cristianismo podía reclamar para sí lo mejor de la filosofía antigua. Esto lo hizo en base a la doctrina del «logos» o «Verbo». Los filósofos griegos explicaban que si la mente humana puede entender el universo, esto se debe a que hay un principio común de racionalidad, el «logos». Todo cuanto los humanos saben, lo saben por este logos, que les inspira ese conocimiento. Pues bien, puesto que el cuarto Evangelio dice que en Jesús el logos o Verbo de Dios se hizo carne, Justino argumenta que todo cuanto cualquier ser humano ha sabido, lo ha sabido por inspiración del mismo Verbo que se encarnó en Jesús. Luego, los cristianos pueden apropiarse de todo lo que los filósofos supieron, que no es sino revelación del mismo logos o Verbo. Empero, puesto que los cristianos han visto al Verbo encarnado, su conocimiento es superior al de los filósofos.

      Este uso de la doctrina del logos o Verbo ha sido frecuente entre teólogos de todas las épocas. En los siglos cuarto y quinto, Agustín empleó la doctrina del Verbo para explicar todo el conocimiento humano. Y en el 13, Buenaventura escribió un tratado bajo el título de Cristo, maestro único de todos, en el que declara que «la luz de la mente creada [es decir, humana] no basta para entender cosa alguna sin la luz del Verbo eterno».

      Tomás de Aquino vivió en el siglo 13, cuando la filosofía aristotélica empezaba a abrirse paso en Europa occidental. Tomás insiste en que la verdad es una, y que por tanto el conocimiento adquirido por la filosofía

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