Introduccin a la teologa cristiana AETH. Justo L. Gonzalez
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El caso típico es el modo en que nos imaginamos a Lutero y su obra. Es cierto que en el Debate de Leipzig, acosado por sus enemigos que citaban la autoridad del Concilio de Constanza, Lutero declaró que un cristiano cualquiera con su Biblia tiene más autoridad que todos los concilios, y que en la Dieta de Worms se enfrentó al Emperador y a las autoridades imperiales con su famoso «Estoy en lo firme». Empero esto no quiere decir que Lutero fuese el héroe solitario que nos hemos imaginado. Lo que Lutero quiso decir en Leipzig fue que la autoridad de la Biblia era tal, que quien la tenga de su parte tiene más autoridad que cualquier concilio, no por estar solo, sino por estar con la Biblia. El propio Lutero se opuso tenazmente a los «falsos profetas» que pronto surgieron, cada cual con su propia idea acerca de lo que la Biblia decía. Y lo que le dio fuerzas para continuar con su doctrina de la justificación por la fe fue el hecho de que esa doctrina encontró eco en buena parte de la comunidad de fe, que la reconoció como bíblica.
Al igual que Lutero, Calvino y los demás reformadores insistieron siempre en el carácter comunitario de la fe cristiana, y por tanto en el carácter comunitario de la teología. Tanto Calvino como Lutero fueron asiduos estudiosos de la tradición cristiana, y no se apartaron de ella sino cuando sus estudios de la Biblia lo hicieron inevitable. Más tarde, lo mismo puede decirse de Juan Wesley, quien declaró que «no hay santidad que no sea social». Lo que Wesley quería decir con esto es que la vida cristiana es vida en comunidad. De igual modo, la verdadera teología cristiana es teología en comunidad.
Por otra parte, el hecho de que se haga teología dentro de la comunidad de la iglesia puede llevarse a tal punto que la teología pierda su libertad, y por tanto su función crítica. Si la teología no puede decir sino lo que la iglesia ya dice, no tiene por qué decírselo. Tal teología podría tener una función apologética, como presentación de la fe a quienes están fuera de la comunidad; pero no podría tener una función crítica ante la vida y proclamación de la iglesia.
El caso extremo de esto lo vemos en la tendencia a prestarles tal autoridad a la tradición y las enseñanzas de la iglesia, que la teología no puede sino repetir lo que siempre se ha dicho, y no puede usar de las Escrituras para corregir a la iglesia. Ya en el siglo 5 Vicente de Lerins declaró que solamente ha de creerse o de enseñarse lo que ha sido creído «siempre, en todo lugar y por todos»: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus. Aparte el hecho de que bien poco ha sido jamás creído tan universalmente, esta fórmula limita a la teología a la repetición del pasado, sacraliza lo que la iglesia declare ser su tradición, y por tanto hace muy difícil la crítica de la vida y de la proclamación de la iglesia a la luz del evangelio.
Algo parecido declaró en el siglo 16 el Concilio de Trento, en su esfuerzo por refutar la insistencia del protestantismo en la autoridad única de las Escrituras.
Empero no es sólo entre católicos que encontramos esta actitud. También en algunos círculos protestantes, aunque se insiste en la autoridad de las Escrituras, solamente se admite un modo de interpretarlas, y quien difiera en lo más mínimo de tal interpretación se vuelve persona no grata. En tal caso, aun sin percatarnos de ello, hemos caído en una posición muy semejante a la de Vicente de Lerins, aunque sin la amplitud y universalidad de este último.
En resumen, que en la labor teológica la relación entre el individuo y la comunidad es dialéctica o circular: El individuo ofrece un juicio sobre la proclamación y la vida de la iglesia, en base a su lectura del evangelio, pero siempre como miembro y partícipe de esa misma comunidad de fe; la comunidad reconoce la justicia o falta de justicia de lo que se dice. En base a ese reconocimiento, el individuo continúa o corrige lo que dice y piensa. Y el círculo continúa . . .
En cierto modo, tras todos los viejos debates acerca de la Escritura y la tradición entre católicos y protestantes, tenemos que decir que también la relación entre Escritura y tradición es dialéctica o circular. Ciertamente, el evangelio le dio origen a la iglesia. Pero fue la iglesia la que reconoció el evangelio en los libros que hoy forman el Nuevo Testamento, y por tanto los incluyó en el canon o lista de libros sagrados. Después, y a partir de entonces, la iglesia ha tenido que ajustarse a ese canon como su regla de fe y de acción. Pero esas Escrituras siempre las interpretamos desde una tradición. Y así el círculo continúa. . .
7. Los límites de la teología
En las páginas anteriores hemos señalado algunos de los peligros de ciertos modos de entender o de hacer teología. Empero, el más grave de todos los peligros a que la teología se enfrenta es el de no reconocer sus propios límites. Veamos algunos ejemplos.
a) Teología y contexto
El modo en que la teología más frecuentemente se olvida de sus propios límites es descuidar que siempre existe dentro de un contexto, y que ese contexto le da una perspectiva que es siempre parcial, concreta y provisional. Con demasiada frecuencia los teólogos se han hecho la ilusión de que lo que dicen no refleja en modo alguno sus propias circunstancias, y que por tanto es la pura verdad de Dios. Cuando alguien entonces ve o interpreta algo desde una perspectiva diferente, les parece que lo que se está cuestionando no es lo que esos teólogos han dicho, sino la misma verdad de Dios. Pero lo cierto es que toda teología se hace desde una perspectiva, dentro de una situación histórica, con ciertas preguntas en mente, y que por tanto ninguna teología es univeral y perenne; es decir, igualmente válida en todos los lugares y todos los tiempos.
Ya antes hemos empleado la imagen del paisaje, que con todo y ser objetivo, siempre tiene que ser visto desde una perspectiva particular. De igual modo, quien hizo teología en el siglo trece la hizo desde la perspectiva del siglo trece, y quien la hizo en el veinte la hizo desde esa otra perspectiva. Ninguno de los dos puede pretender que su teología sea universal. Quien hace teología en el contexto de la iglesia latina la hace dentro de ese contexto, y quien hace teología en Europa la hace desde esa otra perspectiva. El europeo no puede pretender hablar para todos los lugares, los tiempos y las edades, como si su perspectiva no fue influida por lo que ve. El varón no puede pretender que su teología no refleje su perspectiva masculina, como tampoco la mujer puede pretender que su teología no refleje sus propias circunstancias.
Lo que esto quiere decir es que toda teología es contextual, y que la teología que pretenda no serlo, sencillamente se engaña, y hasta corre el peligro de volverse idolatría, al pretender tener una perspectiva universal que sólo Dios puede tener.
Por otra parte, esto no quiere decir que cada teólogo o teóloga puede afirmar lo que mejor le parezca. De igual modo que el paisajista, con todo y tener su propia perspectiva, pinta un paisaje que existe fuera de la mente y de los gustos del pintor, así el teólogo habla de una revelación de Dios que está ahí, como una realidad dada, y que el teólogo o la teóloga no pueden cambiar.
Aunque hayamos colocado la discusión sobre este tema bajo el encabezamiento de «los límites de la teología», lo cierto es que la variedad de perspectivas a que nos referimos también la enriquecen. Una vez que la teología reconoce los límites que le son impuestos por su contextualidad, puede comenzar a escuchar lo que otras personas dicen desde otras perspectivas; y eso a su vez la hace mejor.
También esto puede ilustrarse mediante lo que hemos dicho acerca de un paisaje. La mayoría de nosotros, al mirar un paisaje, lo hacemos con dos ojos. Cada uno de esos ojos ve algo ligeramente distinto. Nuestro cerebro, en base a esas dos perspectivas y a las diferencias entre ellas, nos hace entonces percibir las distancias y la profundidad de los objetos. Si miramos con un solo ojo, se nos hace mucho más difícil medir