El Reino de los Dragones. Морган Райс
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Читать онлайн книгу El Reino de los Dragones - Морган Райс страница 3
Casi esperaba que estuviese cálida, pero por el contrario, estaba fría como la quietud de la muerte.
–Muy pocos lo han hecho —dijo Gris.
Mientras la voz de Godwin era profunda y sonora, la de Gris era apenas un susurro.
El rey asintió. Por supuesto que el hechicero no diría todo lo que sabía. No era un pensamiento que lo tranquilizara. Ver a un dragón ahora y muerto…
–¿Qué sabemos de este?—preguntó el rey.
Caminó a lo largo de este hasta lo que quedaba de su cola, que se extendía largamente detrás.
–Una hembra —dijo el hechicero— y roja, con todo lo que ello implica.
Por supuesto, no explicó lo que eso implicaba. El hechicero caminó alrededor mirando pensativamente. De vez en cuando miraba tierra adentro como si tuviese calculando algo.
–¿Cómo murió?—preguntó Godwin.
Había estado en batallas en su tiempo, pero no podía ver la herida de un hacha o espada en la criatura, no se podía imaginar qué arma podría dañar a una bestia de este tipo.
– Quizás fue la edad…
Godwin se lo quedó mirando.
–Pensé que vivían para siempre —dijo Godwin.
En ese momento no era el rey sino el niño que por primera vez había acudido a Gris hacía todos esos años, buscando su ayuda y sabiduría. El hechicero le había parecido anciano incluso en ese entonces.
– No para siempre. Mil años, nacen sólo en la luna de dragón —dijo Grey como si estuviese citando algo.
– Aun así, mil años es demasiado para que hayamos encontrado uno muerto aquí, ahora —dijo el rey Godwin— No me gusta. Se parece mucho a un presagio.
–Posiblemente —admitió Gris, y era un hombre que rara vez admitía algo así—. La muerte es a veces un poderoso presagio. A veces es solo una muerte. Y a veces, también es vida.
Volvió a mirar hacia el reino.
El rey Godwin suspiró, desalentado por nunca poder verdaderamente entender al hombre, y se quedó observando a la bestia, intentando entender cómo algo tan poderoso y magnífico podía haber muerto. No tenía señales de haber luchado ni heridas visibles. Observe los ojos de la criatura como si le pudiesen ofrecer algún tipo de respuesta.
–¿Padre? —Gritó Rodry.
El rey Godwin se volteó hacia su hijo. Se parecía mucho a Godwin a esa edad, musculoso y fuerte, aunque con un rastro de la belleza y el cabello más claro de su madre para recordarla ahora que ya no estaba. Estaba sentado sobre un corcel y tenía una armadura incrustada con brillos azules. Parecía impaciente ante la perspectiva de estar atrapado allí, haciendo nada. Probablemente cuando supo que había un dragón habría esperado pelear con él. Aún era bastante joven para pensar que él le podía ganar a todo.
Los caballeros a su alrededor esperaron pacientemente las órdenes del rey.
El rey Godwin sabía que no podían estar mucho tiempo allí afuera. Al estar tan cerca del río, corrían el riesgo de que los sureños se escabulleran por uno de los puentes, y además estaba oscureciendo.
–Si demoramos mucho la reina pensará que estamos intentando rehuir de los preparativos de la boda —señaló Rodry—. Nos llevará bastante volver, incluso cabalgando rápido.
Estaba eso. Faltando solo una semana para la boda de Lenore, era poco probable que Aethe los perdonara, menos aún si se había ido con Rodry. A pesar de sus esfuerzos, ella aún creía que él favorecía más a sus tres hijos con Illia que a las tres hijas que ella le había dado.
–Volveremos lo antes posible —dijo el rey Godwin—. Aunque primero debemos hacer algo al respecto.
El rey Godwin miró a Gris antes de continuar.
–Si la gente se entera de que apareció un dragón, por no hablar de un dragón muerto, pensarán que es un mal presagio, y no quiero que haya malos presagios en la semana de la boda de Lenore.
–No, claro que no —dijo Rodry, sintiéndose avergonzado por no haberlo pensado—. ¿Qué hacemos entonces?
El rey ya había pensado en eso. Se acercó primero a los pobladores sacando todas las monedas que tenía.
–Tienen mi agradecimiento por haberme contado esto —dijo él mientras les entregaba las monedas —. Ahora vuelvan a sus casas y no le cuenten a nadie lo que vieron. Ustedes no estuvieron aquí, esto no ocurrió. Si escucho otra cosa…
Recibieron la amenaza tácita haciendo una apresurada reverencia.
–Sí, mi rey —dijo uno, antes de que ambos se fueran rápidamente.
–Ahora —dijo él, volviéndose hacia Rodry y los caballeros—. Ursus, eres el más fuerte; veamos cuánta fuerza tienes realmente. Uno de ustedes traiga cuerdas para que podamos arrastrar a la bestia.
El caballero más alto asintió y todos comenzaron a trabajar, buscando en las alforjas hasta que uno encontró unas cuerdas gruesas. Twell, el planificador, era la persona en quien confiar que tiene todo lo que se necesita.
Ataron los restos del dragón, lo que les llevó más tiempo de lo que el rey Godwin hubiese querido. El enorme volumen de la bestia parecía resistirse a los intentos por contenerlo, por lo que Jorin, siempre el más ágil, tuvo que treparse a la criatura con las cuerdas sobre sus hombros para atarla. Se bajó fácilmente de un salto, aún teniendo la armadura. Finalmente, lograron amarrarla. El rey descendió hasta ellos y asió la cuerda.
–¿Y?—le dijo al resto— ¿Creen que voy a arrastrarlo al río yo solo?
Hubo un tiempo en el que podría haberlo hecho, cuando había sido tan fuerte como Ursus, sí, o Rodry. Pero ahora, él se conocía lo suficiente para saber cuándo necesitaba ayuda. Los hombres captaron el mensaje y agarraron la cuerda. El rey Godwin sintió el momento en que su hijo sumó su potencia al esfuerzo, empujando el cuerpo del dragón desde el otro extremo y gruñendo por el esfuerzo.
Lentamente comenzó a moverse, dejando huellas en la tierra mientras ellos desplazaban su peso. Solo Gris no sumó su esfuerzo a la cuerda, y francamente no habría servido de mucho de todos modos. Poco a poco, lograron acercar el dragón al río.
Finalmente llegaron al borde, dejándolo preparado en el punto en donde el terreno descendía abruptamente hacia el río que era tanto el límite del reino como su defensa. Permaneció sentado ahí, tan perfectamente equilibrado que un soplo lo podría haber derribado, mirando momentáneamente hacia el rey Godwin como si estuviese en posición para volar hacia las tierras sureñas.
Apoyó una bota en el flanco y con un grito de esfuerzo lo empujó hacia la orilla.
–Ya está —dijo cuando cayó al agua con un chapoteo.
Sin embargo, no desapareció. En cambio permaneció meciéndose allí, la furia pura de las aguas color gris acero era suficiente para arrastrar el cuerpo del dragón río abajo al tiempo que se golpeaba contra