El Reino de los Dragones. Морган Райс

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El Reino de los Dragones - Морган Райс La Era de los Hechiceros

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en unos ojos grises penetrantes. Caminaba con una leve cojera, como si fuera de una herida vieja.

      –Pero deberías quitarle el peso a los talones cuando te volteas; hace que sea más difícil estabilizarte hasta que completas el movimiento.

      –Tú…Tú eres Wendros, el maestro espadachín —dijo Devin.

      En la Casa había muchos maestros espadachines, pero los nobles pagaban más por aprender con Wendros, algunos incluso después de años de espera.

      –¿Lo soy? —Se tomó un momento para observar su reflejo en una armadura de placas—. Pues, sí lo soy. Hum, entonces si fuera tú, yo prestaría atención a lo que dije. Dicen que yo sé todo lo que hay que saber acerca de la espada, como si eso fuera mucho.

      –Ahora, escucha otro consejo —agregó el maestro espadachín Wendros—. Abandónalo.

      –¿Qué? —Dijo Devin con asombro.

      –Abandona tu intento de convertirte en un espadachín —le dijo—. Los soldados solo tienen que saber cómo parase en línea. Ser un guerrero implica más —Se acercó—. Mucho más.

      Devin no sabía qué decir. Sabía que se refería a algo más importante, algo que superaba su sabiduría; pero no tenía idea de qué podía ser.

      Devin quería decir algo, pero no le salían las palabras.

      Y de repente, Wendros se volteó y marchó hacia la salida del sol.

      Devin se encontró pensando en el sueño que había tenido. No podía evitar sentir que estaban relacionados.

      No podía evitar sentir como si hoy fuese el día que cambiaría todo.

      CAPÍTULO TRES

      La princesa Lenore apenas daba crédito a la belleza del castillo, mientras los criados lo transformaban durante los preparativos para la boda. Había pasado de ser una cosa de piedra gris a estar revestido con seda azul y tapices elegantes, cadenas de promesas tejidas y abalorios colgantes. Alrededor de ella, una decena de doncellas se mantenían ocupadas con elementos de vestidos y decoraciones, yendo de un lado para otro como un enjambre de abejas obreras.

      Lo hacían por ella, y Lenore estaba realmente agradecida por ello, aún sabiendo que, como princesa, debía esperarlo. A Lenore siempre le había parecido increíble que los demás estuviesen preparados para hacer mucho por ella, simplemente por quién era ella. Valoraba la belleza casi más que a cualquier otra cosa, y allí estaban ellos, arreglando el castillo con seda y encaje para que luciera magnífico…

      –Estás perfecta —dijo su madre.

      La reina Aethe estaba dando instrucciones en el centro de todo, luciendo resplandeciente en terciopelo oscuro y alhajas brillantes mientras lo hacía.

      –¿Lo crees?—preguntó Lenore.

      Su madre la llevó a pararse en frente del enorme espejo que las criadas habían colocado. En él, Lenore pudo ver las similitudes entres ellas, desde el cabello casi negro a la complexión alta y delgada. Excepto Greave, todos sus hermanos se parecían a su padre, pero Lenore era definitivamente la hija de su madre.

      Gracias al esfuerzo de las criadas, brillaba entre sedas y diamantes, su cabello estaba trenzado con hilo azul y su vestido bordado en plata. Su madre hizo cambios mínimos y luego la besó en la mejilla.

      –Estás perfecta, exactamente como debe estar una princesa.

      Viniendo de su madre, ese era el mayor halago que podía recibir. Siempre le había dicho a Lenore que como la hermana mayor, su deber era ser la princesa que el reino necesitaba y verse y actuar como tal en todo momento. Lenore hacía lo mejor que podía, con la esperanza de que fuese suficiente. Nunca parecía serlo, pero aún así Lenore intentaba estar a la altura de todo lo que debía ser.

      Por supuesto, eso también permitía que sus hermanas menores fueran… otras cosas. Lenore deseaba que Nerra y Erin también estuviesen allí. Oh, Erin se estaría quejando de que le confeccionaran un vestido y Nerra probablemente tendría que detenerse a medio camino por sentirse indispuesta, pero Lenore quería verlas allí más que a nadie.

      Bueno, había UNA persona.

      –¿Cuándo llega él? —le preguntó Lenore a su madre.

      –Dicen que el séquito del duque Viris llegó a la ciudad esta mañana —le dijo su madre—. Su hijo debería estar entre ellos.

      –¿De veras?

      Lenore corrió inmediatamente hacia la ventana y el balcón más cercanos, inclinándose sobre el balcón, como si estar un poco más cerca de la ciudad le permitiera ver a su prometido cuando llegara. Buscó sobre las islas conectadas por puentes constituían Royalsport, pero desde esa altura no era posible distinguir individuos, solo los círculos concéntricos que formaba el agua entre las islas, y los edificios que se erigían entre ellas. Podía ver las barracas de los guardias, de donde los hombres salían en masa cuando la marea estaba baja para dirigir el tráfico por los ríos, y las Casas de Armas y de Suspiros, del Conocimiento y de Mercaderes, cada una en el corazón de su distrito. Estaban las casas de la población más pobre en las islas hacia los límites de la ciudad, y las magníficas casas de los adinerados, cercanas a la ciudad, algunas incluso en su propia isla. Por supuesto que el castillo sobrepasaba todo eso, pero eso no quería decir que Lenore pudiera encontrar al hombre con quien se iba a casar.

      –Estará aquí —le prometió su madre—. Tu padre ha organizado una caza para mañana como parte de las celebraciones, y el duque no se arriesgará a perdérsela.

      –¿Su hijo vendrá para la caza de mi padre, pero no para verme a mí? —le preguntó Lenore.

      Por un momento se sintió nerviosa como una niña, no como una mujer de dieciocho veranos. Era demasiado fácil imaginarse que él no la deseara ni la amara en un matrimonio arreglado como este.

      –Él te verá, y te amará—le prometió su madre—. ¿Cómo podría no hacerlo?

      –No lo sé, madre… Ni siquiera me conoce—dijo Lenore, sintiendo que los nervios la amenazaban con agobiarla.

      –Te conocerá muy pronto, y… —Su madre hizo una pausa al sentir que golpeaban la puerta de la cámara—. Adelante.

      Entró otra doncella, esta con vestimenta menos elaborada que las otras; una criada del castillo más que de la princesa.

      –Su majestad, su alteza —dijo con una reverencia—. Me han enviado para informarles que el hijo del duque Viris, Finnal, ha llegado, y está esperando en la antecámara mayor si tienen tiempo de conocerlo antes del banquete.

      Ah, el banquete. Su padre había declarado una semana de banquete y más, lleno de entretenimientos y abierto para todos.

      –¿Si tengo tiempo? —dijo Lenore, y luego recordó cómo se hacían las cosas en la corte.

      Después de todo, era una princesa.

      –Por supuesto. Por favor, dile a Finnal que bajaré inmediatamente —se volvió hacia su madre— ¿Padre puede permitirse ser tan generoso con el banquete? —le preguntó—. No soy… No merezco una semana entera y más, y esto consumirá nuestras reservas de dinero y alimentos.

      –Tu padre quiere ser generoso —dijo

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