El Reino de los Dragones. Морган Райс

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El Reino de los Dragones - Морган Райс La Era de los Hechiceros

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En ese momento de temor, era tan hermosa como cualquier otra que él hubiese visto.

      –Haré lo que me plazca —dijo Vars.

      –Sí, mi príncipe —respondió ella, con otro temblor que hizo que los brazos de Vars se estremecieran de deseo.

      –Eres tan bonita como cualquier otra mujer, y de cuna noble, y perfecta —dijo él.

      –Entonces ¿por qué te está tomando tanto tiempo casarte conmigo? —Preguntó Lyril.

      Era una vieja discusión.

      Le había estado preguntando, insinuando y comentando desde que Vars tenía memoria.

      Dio un paso adelante, rápido y brusco, y la tomó del cabello.

      –¿Casarme contigo? ¿Por qué debería casarme contigo? ¿Crees que eres especial?

      –Debo serlo —argumentó—. O un príncipe como tú nunca me hubiese querido.

      En eso tenía razón.

      –Muy pronto —dijo Vars, reprimiendo la ira súbita—. Cuando el momento sea apropiado.

      –¿Y cuándo será apropiado? —exigió Lyril.

      Se comenzó a vestir, y solo con verla hacerlo era suficiente para que Vars quisiera volver a desvestirla. Se acercó a ella y la besó profundamente.

      –Pronto —prometió Vars, porque era fácil prometer—. Sin embargo, por ahora…

      –Por ahora se supone que vayamos al banquete de tu padre para celebrar la llegada del prometido de tu hermana —dijo Lyril.

      Permaneció pensativa por un momento.

      –Me pregunto si será apuesto.

      Vars la giró hacia él y la sujetó con fuerza entre sus brazos, haciendo que jadeara.

      –¿No soy suficiente para ti?

      –Suficiente y más que suficiente.

      La trampa hizo gruñir a Vars. Luego encontró una petaca de vino y le dio unos sorbos mientras iba a vestirse. Se la ofreció a Lyril, quien también tomó unos tragos. Salieron y se dirigieron por los caminos zigzagueantes del castillo hacia el salón principal.

      –Su alteza, señora mía —dijo un criado mientras ellos pasaban—, el banquete ya ha comenzado.

      Vars atacó al hombre.

      –¿Crees que necesito que me lo digas? ¿Crees que soy estúpido o que no tengo idea de la hora?

      –No, mi príncipe, pero su padre…

      –Mi padre estará ocupado con sus asuntos políticos o escuchando como Rodry se jacta de lo que sea que mi hermano haya hecho ahora —dijo Vars.

      –Como usted diga, su alteza —dijo el hombre, y atinó a marcharse.

      –Espera —dijo Lyril—. ¿Crees que puedes marcharte así como así? Deberías disculparte con el príncipe y conmigo por interrumpirnos.

      –Sí, por supuesto —dijo el criado—. Estoy muy…

      –Una verdadera disculpa —dijo Lyril— Arrodíllate.

      El hombre vaciló por un momento, y Vars se lanzó de lleno.

      –Hazlo.

      El criado se puso de rodillas.

      –Pido disculpas por haberlos interrumpido, su alteza, señora mía. No debí haberlo hecho.

      Vars vio que Lyril sonreía.

      –No —dijo ella—. Ahora vete, fuera de nuestra vista.

      El criado salió prácticamente corriendo ante su orden, como un galgo detrás de un conejo. Vars se rio mientras se iba.

      –A veces puedes ser deliciosamente cruel —dijo él.

      Le gustaba eso de ella.

      –Solo cuando es divertido —respondió Lyril.

      Continuaron su camino hacia el banquete. Por supuesto que para cuando entraron estaba en pleno auge, todos tomaban y bailaban, comían y se divertían. Vars podía ver a su media-hermana al frente, el centro de atención junto con su futuro esposo. No entendía por qué la hija de la segunda esposa del rey justificaba tanta atención.

      Ya era suficiente que Rodry estuviese allí con un grupo de jóvenes nobles en una esquina, admirándolo mientras él contaba historias de sus hazañas una y otra vez. ¿Por qué el destino había considerado conveniente que él fuese el mayor? Vars no le encontraba sentido cuando era obvio que Rodry era tan apropiado para su futuro rol de rey como él era para volar aleteando sus brazos demasiado musculosos.

      –Por supuesto, una boda como esta ofrece posibilidades —dijo Lyril—Reúne a tantos lores y ladies

      –Que luego podrán convertirse en nuestros amigos – dijo Vars.

      Él entendía cómo funcionaba el juego.

      –Por supuesto, es más fácil si uno conoce sus debilidades. ¿Sabías que el conde Durris allí tiene la debilidad de fumar ámbar de sangre?

      –No lo sabía —dijo Lyril.

      –Ni lo sabrá nadie más si él se acuerda que soy su amigo —dijo Vars.

      Él y Lyril siguieron por la multitud, dejándose llevar lentamente en direcciones opuestas. La podía ver estudiando detenidamente a las mujeres, intentando decidir en todas las formas en que eran menos bonitos que ella, o más débiles, o simplemente no estaban a su nivel. Probablemente intentaba decidir también todas las ventajas que podía ganar con ellas. Había una frialdad en ese examen que a Vars le gustaba. Quizás era una de las razones por las que había estado con ella por tanto tiempo.

      –Por supuesto, esa es otra razón para no participar de la cacería de mañana —dijo él—. Con todos los idiotas lejos puedo hacer lo que me plazca, quizás hasta pueda acomodar las cosas a mi favor.

      –¿Escuché que alguien mencionaba la cacería?

      La voz de su hermano era estridente y fanfarrona, como de costumbre. Vars se volteó hacia Rodry, con la risa forzada que había aprendido a utilizar durante gran parte de su niñez.

      –Rodry, hermano —le dijo—. No me había dado cuenta de que había vuelto de…¿me repites a dónde fueron con mi padre?

      Rodry se encogió de hombros.

      –Podrías haber venido y haberlo descubierto.

      –Ah, pero tú fuiste corriendo —dijo Vars— y eres el que a él le importa.

      Si Rodry había captado la aspereza con que lo había dicho, no lo demostraba.

      –Vamos —dijo Rodry, dándole una palmada en la espalda— Acompáñame a mí y a mis amigos.

      Lo decía como si acompañar al puñado

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