Coma. Federico Betti
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Sus personalidades eran parecidas, otro motivo para estar de acuerdo, y se sentían realmente bien cuando estaban juntos.
Le vino a la mente la imagen de Luigi sonriente, bromista, y se acordó sólo de pocos momentos de tristeza, ya que su hermano, como él, era optimista y positivo por naturaleza.
A pesar de la discreta diferencia de edad y la pertenencia, de hecho, a dos generaciones sucesivas distintas, Luigi y Mario hacían una buena pareja: se complementaban y entre ellos había un entendimiento indescriptible.
Eran como uña y carne: uno se consideraba la mitad perfecta del otro, al menos desde cierto punto de vista, y esta situación se había reforzado cada vez más con el pasar de los años, sobre todo después de que Mario quedase viudo.
Luigi se sentía en deuda con él por todo lo que el hermano mayor había hecho por él:
–Ciertas cosas no se olvidan –le había dicho el día en que había muerto su mujer –siempre estaré a tu lado, cada vez más.
Y Luigi había mantenido su promesa.
No pasaba un día sin que se viesen o, en el peor de los casos, no hablasen por teléfono; conocían sus recíprocas obligaciones, cuando tenían necesidad, se consultaban y se daban consejos.
Ahora ya, desde hacía años, ambos estaban solteros y, aunque habían decidido de común acuerdo vivir en pisos distintos, se sentían de todas formas juntos, uno al lado de otro.
A veces tenían la impresión de que, con el paso del tiempo, se había creado entre ellos una especie de telepatía, y que se había desarrollado poco a poco. Se entendían enseguida, era como si se transmitiesen sus pensamientos con una mirada y a menudo no tenían ni necesidad de hablar para decidir ciertas cosas.
No habría pensado jamás que todo esto pudiese romperse en unos pocos segundos, pensó Mario mientras se encontraba delante del cuerpo de su hermano, extendido inmóvil en estado de coma.
Las condiciones de Luigi seguían mejorando día a día y esto al menos era una buena noticia, pero verlo siempre allí, en la misma posición, le hacía sentirse incómodo: le creaba un nudo en la garganta que difícilmente se desharía antes de que despertase.
Todos los días discurrían de la misma manera desde el accidente: todos eran iguales como fotocopias.
E incluso aquel día llegó la noche sin que Mario Mazza se diese cuenta, tan absorto estaba en sus pensamientos. Cuando fue despertado por la voz de un empleado que lo invitaba a dejar el hospital porque había terminado el horario de visita a los pacientes, el hombre se encaminó hacia la salida, bajó las escaleras y, con el abrigo bien cerrado, se preparó a afrontar la intemperie: afuera había comenzado a nevar.
10
Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy aquí solo, ya desde hace unos días, con una migraña que me late en las sienes con una intensidad variable y nadie que me pueda ayudar a superarla. De vez en cuando me siento como atontado, aturdido por el dolor. Intento no pensar en ello, pero esto no sirve de nada porque, de todas formas, el dolor de cabeza permanece.
Sigo sentado sobre el único asiento de este auto, viendo el volante delante de mí, pero ahora he decidido quitar las manos y extenderlas a los lados: no conseguiré conducir con un dolor de cabeza tan fuerte. La oscuridad persiste a mi alrededor y de vez en cuando la acaricio con los dedos, como buscando una solución a mis problemas.
A pesar de todos mis intentos por comprender dónde me encuentro, todavía no he comprendido nada, y esto ha comenzado a molestarme: cuando me falta la certidumbre es como si estuviese suspendido en el aire. No veo a nadie aquí, no oigo ningún ruido a mi alrededor, quizás estoy aislado del resto del mundo, envuelto en la oscuridad, bajo una campana de vidrio que me aísla.
Girando a mi izquierda me parece ver una sombra, pero es demasiado vaga para mi vista. Esto, sin embargo, me da alguna esperanza, comienzo a pensar que haya alguien conmigo, aunque este alguien quiere permanecer anónimo, no quiere darse a conocer, quizás porque tiene miedo de algo.
Intento estar atento a posibles movimientos, para intentar ver de nuevo aquella sombra, pero ya no veo a nadie.
Quizás nunca ha estado nadie aparte de mí mismo, y la sombra que veía estaba solo en mi cabeza, era fruto de mi fantasía. ¿Esta especie de aislamiento está teniendo un efecto negativo sobre mí? ¿Sobre mi cuerpo pero también sobre mi mente? ¿Me está destruyendo psíquica mente, carcomiéndome poco a poco?
Espero que no, todavía vislumbro esa sombra, como si pasase de manera furtiva y se escondiese por cualquier sitio, moviéndose de vez en cuando.
Justo es esto lo que sucede: alguien está jugando conmigo.
Sí, empiezo a estar convencido, pero es un juego que no me gusta nada, ¿sabéis? ¿Dónde se han escondido? Ya no veo la sombra de antes.
Mejor dicho, la estoy viendo, aquí al lado, muy cerca.
Giro hacia mi izquierda y veo algo: el perfil de una figura humana, de un gris muy oscuro, que consigo distinguir en medio del negro oscuro y uniforme sólo por esta ligera diferencia de tonalidad.
Un analgésico, digo, necesito un analgésico. ¿Pero cómo puedo pensar en conseguir algo, una respuesta de cualquier tipo, de una presencia inconsistente?
El semi-humano retrocede después de unos minutos y yo permanezco todavía otra vez solo, intentando durante un momento no pensar en nada, sin esperanza de que, mientras tanto, me pase el dolor de cabeza. Me surge una pregunta: ¿dónde estoy ahora, el tiempo corre o está parado? Parece que estoy fuera del Mundo, en un Mundo paralelo, o quizás en un lugar, un sistema, aislado de todo el resto gracias a una burbuja de aire o a una esfera de cristal.
¿Dónde estoy?
Tengo un dolor de cabeza muy molesto. ¿Alguien me puede ayudar? Dadme algo que me ayude a que pase, o por lo menos que sea capaz de atenuarlo. Si continúa así me estallarán las sienes dentro de unas horas.
Vuelvo a ver esa sombra.
Se acerca de nuevo a mí, hasta llegar a mi izquierda.
Me mira... es un decir. Es inconsistente, como un halo, sin rostro, pero si lo tuviese, la mirada estaría en mi dirección, a menos de un metro.
Un analgésico, digo yo, necesito un analgésico. ¡Siento un dolor de mil demonios!
La extraña presencia se va; parece como si llegase hasta mí con la intención de quedarse un rato mirándome y, de repente, volver sobre sus pasos.
¿Quién es? ¿O quizás debería decir: qué es? No lo sé pero me gustaría saberlo.
Muchos pensamientos nacen y crecen en mi interior, estoy viviendo una profunda angustia, un estado de confusión, y debo aclarar muchas cosas: dónde me encuentro y por qué motivo, desde hace cuánto tiempo estoy aquí dentro y por cuánto tiempo deberé todavía permanecer...
Y también: ¿podré reducir el tiempo? Y si es así, ¿de qué manera?
Todos estos interrogantes no hacen más que empeorar mi migraña, por lo que cierro los ojos e intento relajarme, a la espera de algún cambio y de alguien que