Coma. Federico Betti
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¿Quién eres?, le pregunto, pero esta figura no responde. Estoy convencido, ni siquiera tiene una boca para hacerlo.
La figura humana estás girada hacia mí, como para mirarme, pero no puede verme ya que no tiene ojos.
Parece un figurante de una película de terror, donde yo soy el protagonista principal. Me doy cuenta, sin embargo, de que no tengo miedo, sino de sentirme en una situación incómoda: estoy confinado en este coche, sin posibilidad de salir y, aunque quisiese, quizás no conseguiría ir a ningún sitio.
Quizás el único modo para salir de este callejón sin salida, o por lo menos lo más sensato, sería matarme: estoy aquí desde hace ya un tiempo, ni siquiera sé desde cuándo, y todavía no tengo todavía indicios suficientes que me permitan aclarar las ideas. Esto me hace correr un enorme riesgo: el riesgo de volverme loco.
Siempre he sido una persona calmada y tranquila, pero que puede perder la razón si le falta la certidumbre, los puntos de referencia.
Vago en la oscuridad y no solamente en sentido figurado.
Todavía está ahí la sombra, parada, a mi lado. Mueve un brazo, o lo que sea, como para hacerme una señal. ¿Quién eres? ¿Hay alguien ahí dentro?, parece preguntar: yo hago el mismo gesto, pero es como si ninguno de los dos viese al otro. Sigo sin comprender nada.
Muevo un brazo para intentar tocar, acariciar, la sombra. No consigo hacer nada de lo que quisiera, es como si fuese inalcanzable.
No hay nada que hacer, quizás todavía no ha llegado el momento para ciertos movimientos.
Así que, ¿qué debo hacer? ¿Esperar todavía? ¿Quién decidirá cuándo cambiarán las cosas?
La sombra se retrae, regresa por donde ha venido, y yo me quedo quieto, sentado y sin ninguna posibilidad de saber qué está sucediendo realmente, por lo que decido cerrar los ojos: por lo menos de esta forma quizás consiga reposar la mente.
15
Cuando Luigi Mazza se despertó abrió sus ojos muy lentamente para habituarse de nuevo a la luz.
Para inducir el despertar los médicos le habían suministrado una dosis de sustancias excitantes que se reveló perfecta.
–Buenos días, señor Mazza, –le dijo uno de los enfermeros – ¿se encuentra bien?
Luigi se tomó un poco de tiempo antes de responder:
–Tengo un ligero dolor de cabeza. ¿Puede darme un analgésico?
–No se preocupe. Por el momento sólo debe reposar.
El hombre se quedó mirando el techo blanquísimo y no dijo nada, casi como esperando las palabras de su interlocutor:
–Usted hoy no deberá moverse de aquí, por lo menos hasta esta noche. Si quiere, podrá dar un pequeño paseo por la tarde, antes de dormir.
–No tengo sueño, sólo me duele la cabeza.
–Le entiendo.
– ¿Dónde están los otros?, –preguntó.
–Su hermano no ha llegado todavía hoy; no sé nada de otras personas que hayan pasado por aquí a visitarle estos días, –explicó el enfermero.
–Mmm... Ni siquiera yo los conozco, o eso creo, –fue la respuesta de Luigi Mazza –yo sólo sé que ha había alguien más, porque lo he visto.
– ¿Está seguro? No me consta que hayan pasado otras personas, pero puede que me equivoque.
Se hizo un momento de silencio que hizo resaltar la expresión perpleja del hombre mientras miraba al enfermero, que concluyó diciendo:
–Entre tanto, repose, lo necesita. Debe estar bastante débil.
Luigi Mazza continuó mirando al hombre de bata blanca sin decir nada, incluso cuando se despidió de él saliendo de la habitación.
¿Qué me ha sucedido? ¿Dónde me encuentro? ¿Dónde están los otros?
16
Aquella tarde Mario Mazza llegó al hospital Maggiore para estar con su hermano y estuvieron charlando juntos hasta la noche y, entre otras cosas, Luigi escuchó decir a su hermano:
– ¿Recuerdas algo del accidente?
La pregunta lo dejó desorientado, ya que no sabía cuál era el tema de la charla.
– ¿Accidente?, –preguntó Luigi replicando, – ¿Qué accidente?
–Tú estás aquí porque te has visto envuelto en un accidente en la carretera de circunvalación de Bologna, a la altura de la salida 7. ¿No te acuerdas?
Luigi lo miró con la expresión típica de aquel que acaba de caer de la parra.
–No, no recuerdo nada de este accidente. ¿Cuándo ha sucedido?
–Hace dos semanas, –explicó Mario.
–Hace dos semanas... no, no recuerdo absolutamente nada.
El hermano lo miró ligeramente preocupado.
– ¿Seguro? ¿Ni siquiera vagamente?, –preguntó.
–Mmmm... No, lo siento, –respondió Luigi.
–Comprendo. Intentaré hablar con los médicos que te están vigilando... ahora debes descansar, ya has caminado mucho, volvamos a tu habitación: necesitas tumbarte.
–De acuerdo, –asintió Luigi –puede que lea algo.
–No, prefiero leer para ti. Ahora vamos a tu habitación, luego iré a por una revista al quiosco.
Así lo hizo y, a su vuelta, Mario Mazza tenía debajo del brazo un ejemplar de aquellas revistas mensuales de viajes.
-–Sé que esto te gustará –dijo comenzando a hojear las páginas –Veamos qué hay de interesante aquí.
Después de unos minutos de silencio Mario Mazza volvió a hablar mientras el hermano enfermo escuchaba interesado:
– ¡Guau! El Caribe, Europa, Canadá... Lugares maravillosos, realmente... He aquí un hermoso artículo sobre los fiordos noruegos. ¿Qué te parece? ¿Te apetecería ir este verano?
–Sabes que me gusta viajar... iría a cualquier sitio, a condición de que haya algo digno de ver. Antes o después conseguiré ver incluso los fiordos, –respondió Luigi.
–El fiordo es un brazo de mar que penetra en la costa durante muchos kilómetros, –explicó Mario leyendo –los más famosos se encuentran en la Europa del norte, pero hay otros interesantes en