Coma. Federico Betti

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Coma - Federico Betti

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días pasaban y, a pesar de que los médicos eran optimistas e intentasen hacer comprender a Mario que su hermano se curaría completamente en unos cuantos días, él siempre estaba pensativo, y lo estaría hasta que no hubiese visto con sus propios ojos a Luigi caminar por sí solo y volver a la vida de siempre.

      Como cada día después del accidente, una vez más le volvieron a la mente como un destello los recuerdos, en medio a los cuales se perdía, un poco sonriendo y un poco conteniendo las lágrimas con dificultad.

       Quién sabe si todavía podremos volver a divertirnos juntos, a cenar en esos bellos locales del centro de Bologna y de la provincia...

      Fue despertado por la voz del enfermero que reía en el pasillo y de esta manera se dio cuenta de estaba sentado en aquella silla desde hacía una hora y media, delante de la habitación donde estaba su hermano, con la puerta cerrada y silencio en su interior.

      Se levantó para consumir un café en la máquina automática, luego caminó adelante y atrás hasta que llegó la noche, como si tuviese confianza en el hecho de que, en breve, llegaría hasta él un médico con alguna buena noticia. Pero, evidentemente las condiciones de su hermano eran estacionarias porque no vio llegar a nadie durante toda la tarde, y cuando Mario Mazza salió del hospital para volver a casa, afuera nevaba otra vez.

      Imprecando y cubriéndose lo mejor posible cogió el autobús en dirección al centro de Bologna, donde decidió pararse para la hora feliz en un pub de vía Zamboni.

       12

      Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy en un coche, con un volante delante de mí y nada más.

      En este coche no hay asientos para los pasajeros y alrededor solo hay oscuridad.

      No he comprendido el motivo, pero estoy seguro de que aquí al lado hay alguien que tiene malas intenciones hacia mí.

      Y sobre todo, no sé porque estoy en este lugar totalmente desconocido para mí. Parece que he llegado por casualidad, como catapultado, casi contra mi voluntad.

      Me está volviendo el dolor de cabeza, cada vez más fuerte y persistente. ¿Qué hacer?

      ¿Dónde estáis? Por favor, necesito algo para que me pase esta migraña.

      Nadie me responde, todos han escapado, ¿quizás por miedo a algo?

      ¡Venga, salid de ahí detrás!

      Nada que hacer, no cambia nada.

      Intento mirar a derecha y a izquierda, mirar detrás de mí, en el caso de que consiga percibir algún movimiento, pero no veo nada.

      Esta situación está comenzando a ponerme de los nervios, no soporto bien la oscuridad porque sé que puede esconder alguna trampa, no soporto que me tomen el pelo, sea un conocido o no, ahora ya no soporto más todo esto. Durante un momento veo...

      Una sombra, esa que he visto la otra vez, está volviendo a mi lado.

      Está a mi lado, noto que se para, me giro hacia la izquierda y me la encuentro delante de mí, inconsistente, sin los rasgos de la cara.

      Un analgésico. ¿Tiene un analgésico para mí?, pregunto una vez más, dándome cuenta de nuevo, sólo después de haber hecho la pregunta, de no poder esperar una respuesta. No de una sombra.

      Si tuviese ojos, me miraría.

      ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

      Sé que estas preguntas, como tantas otras que se me podrían ocurrir, no recibirán respuesta, pero si las hago es porque de esta manera podré encontrar una cierta seguridad dentro de mí.

      La sombra vuelve enseguida sobre sus pasos, dejándome solo con muchos interrogantes no resueltos, luego vuelve a aparecer.

      ¿Puedo saber quién eres?, digo, casi gritando. Siento que estoy al límite de la histeria: debo calmarme, tranquilizarme, de lo contrario no resolveré nada, no saldré jamás de aquí.

      Permanezco durante unos minutos en compañía de esta figura inconsistente, que luego se va enseguida; intento seguirla con la mirada para ver a dónde va, pero ya no la veo, es como si se hubiese desmaterializado en un momento.

      Quizás todo está en mi cabeza, es fruto de mi fantasía, nada es real y auténtico.

      Sin embargo, si es así, la mente gasta bromas pesadas. Y entonces: ¿realidad o ficción? ¿Sueño o estoy despierto?

      Intento dejar de pensar: quizás me ayudará a calmarme y a recobrar la razón.

      Cierro los ojos y espero.

       13

      Mario Mazza estaba nervioso desde hacía unos días: sabía que dentro de poco a su hermano lo sacarían del coma farmacológico. Los médicos se lo habían confirmado:

      –Dentro de dos días, muy probablemente. El traumatismo craneal está casi curado: su hermano ha sido muy valiente, ha reaccionado perfectamente.

      Y él era feliz: podría, por fin, comenzar a pensar en el después; volverían ambos a su vida normal de siempre. Casi no se lo podía creer: al principio tenía muchas esperanzas por Luigi pero, en su interior, pensaba que no lo conseguiría.

      La noticia fue como una panacea que le hizo mejorar incluso el humor: habían sido días muy sombríos y ahora le había vuelto la sonrisa.

      Volvió a recordar los momentos felices pasados juntos y, a diferencia de una semana antes, ahora comenzaba a creer que podrían volver a divertirse, volver a casa, volver a cenar en aquellos restaurantes que tanto les gustaba experimentar, ir al cine, o, incluso, simplemente, a un pub en el centro para beber una cerveza.

      Si realmente las cosas habían ido según las previsiones, como parecía en este momento, se lo debía agradecer de corazón al equipo médico del hospital por todo lo que había hecho y por todo lo que estaban haciendo todavía.

      Al principio era bastante pesimista, pero ahora ya estaba casi seguro de poder dejar atrás ciertos fantasmas: su hermano lo conseguiría.

      Al día siguiente, cuando se presentó en el hospital, fue distinto de lo habitual: le había vuelto la sonrisa, algo que le faltaba desde hacía tiempo, por fin estaba contento e incluso empezó a bromear con los enfermeros. Después de unos días ahora había cogido confianza y sabía qué decir y qué hacer con ellos, de manera que les hacía sonreír sin enfadarles.

      La noche llegó como un rayo y, cuando le dijeron que ya no podría permanecer allí por ese día, salió para ir a casa, esta vez con el corazón más ligero.

       14

      Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, pero estoy conduciendo.

      Estoy en un extraño coche, con el volante delante de mí, sin asientos para los pasajeros, y a mi alrededor el vacío y la oscuridad.

      No logro comprender dónde me encuentro.

      Me duele mucho la cabeza, me laten las sienes y me genera un fuerte dolor, que crece con cada minuto que

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