Máscaras De Cristal. Terry Salvini
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Читать онлайн книгу Máscaras De Cristal - Terry Salvini страница 14
Cuando poco tiempo después entró John, ella lo saludó desde el sofá levantando una mano: estaba demasiado cómoda para ponerse en pie e ir a su encuentro.
―¿Estás bien? ―le preguntó él acercándose. ―Ni siquiera te has cambiado.
―Estoy cansada en estos últimos tiempos, lo sabes.
Él se sacó el gabán, lo tiró sobre el apoya brazos del sofá y, después de sacarse los zapatos, se sentó a su lado.
―¿Por qué no te coges unos días?
―No puedo.
Johnny arrugó la frente.
―¿Debido al caso del que te estás ocupando?
―Sí, claro.
―Tomarte un fin de semana no afectará en nada a tu cliente mientras que a ti sólo te beneficiará.
―No sé si es el momento...
―¿Ni siquiera si te pidiese venir conmigo a París este fin de semana?
Loreley abrió los ojos de par en par.
―¡Cuando viajas por trabajo nunca me pides que vaya contigo!
―Sé que adoras París y que hace mucho que no vas. Realmente te veo muy mal y no me gusta.
―Bueno, entonces podría pensarlo un poco ―le dijo mientas con una caricia le apartaba unos cabellos de la frente.
John le sonrió:
―¿Pensarlo un poco?
Loreley reflexionó rápidamente: debería hablar con él, antes o después, y no podía dejar pasar más tiempo si no quería que empeorase la situación. Quizás París era la ocasión y el lugar adecuado para aquel género de revelaciones.
―Vale. Nada de pensarlo: la respuesta es sí, iré contigo.
―Salimos el viernes por la mañana, al amanecer. Y no es una forma de hablar. Así que habla con tu jefe y pídele que te dé libre hasta el lunes. París no está a la vuelta de la esquina.
Tendría que trabajar duro para que Kilmer digiriese su ausencia.
Bueno, le daba igual, ¡estaba en su derecho!
***
¡París! La ciudad del amor por antonomasia y antiguo refugio de artistas de todo tipo: eran las frases que Loreley estaba leyendo en un folleto del hotel.
Lo volvió a poner donde estaba, sobre su mesita de noche color marfil. Quién sabe si aquella ciudad les ayudaría, a ella y a John, a consolidar el sentimiento que los mantenía juntos. Lo esperaba con toda su alma.
Se dirigió a la puerta francesa de madera blanca y la abrió, asomándose al pequeño balcón con la balaustrada de hierro forjado. Estaba en el cuarto piso de un encantador hotel de estilo modernista en el centro de la ciudad, en el bulevar que se introduce en Rue de Rivoli, la calle que flanquea el museo del Louvre.
El sol se había puesto hacía horas pero el aire no era tan húmedo y fresco como imaginaba que pudiese ser en aquella época del año. Observó la plaza arbolada de abajo, con los bancos diseminados, donde se exhibía una fuente de mármol. Sobre la acera se extendía una fila de bicicletas de alquiler mientras que un poco más allá discurría la calle, a esa hora poco transitada, con sus numerosas tiendas.
En cuanto entró en la habitación Johnny se tiró sobre la cama para recuperarse del cansancio del vuelo. Ella había conseguido dormirse en el avión y, aparte de la náusea, se sentía bien y con unas ganas enormes de dar una vuelta por la ciudad.
―Vuelve adentro, estás haciendo que entre el aire frío ―protestó Johnny llevando la manta hasta el mentón.
Loreley suspiró. No había ninguna esperanza de que él pudiese ver aquel sitio con sus mismos ojos, pensó cerrando las ventanas. En el tiempo que le llevó sacar los vestidos de la maleta y colocarlos en el armario Johnny ya se había dormido. Así que cogió un libro que había llevado con ella, se tumbó en la cama y comenzó a leer.
Después de un cuarto de hora lo cerró con un bufido.¡Perfecto! Él podía continuar durmiendo pero ella no tenía ganas de estar encerrada en el hotel escuchándolo roncar. Se puso la camisa, cogió el bolso y abrió la puerta.
―¿A dónde vas?
Loreley se paró.
―A dar un paseo en el bulevar. Quería dejarte reposar en paz…
Johnny se incorporó apoyándose en un codo.
―Ven conmigo. Quiero celebrar el primer día en París a mi manera.
―¡Entonces no estás tan cansado!
Pronunció las palabras lentamente mientras se acercaba a él al tiempo que se desabotonada la camisa con movimientos que dejaban entrever sus intenciones. Lanzó la ropa sobre la otomana para pasar, a continuación, a la falda que, en cambio, dejó que se deslizase a lo largo de las piernas.
―Ocúpate tú del resto. ―le dijo cubriendo la distancia que les separaba hasta que estuvo tan cerca que sintió su respiración sobre ella.
Johnny alargó la mano y en unos pocos segundos ella quedó desnuda delante de sus ojos que la miraban con deseo.
Aquella noche la sorprendió extendiéndose en los preliminares como sabía que le gustaba. Fue una de las pocas veces en las que Loreley se sintió colmada de atenciones.
Si él la amaba, quizás no reaccionaría mal ante la noticia de tener un niño. Quizás era sólo que ella se preocupaba demasiado por las cosas o tendía a exagerarlas. Por difícil que fuera se encontró pensando en una vida con él y con su hijo. ¿Pero por qué había ocurrido precisamente en ese momento, tan pronto?
***
A la mañana siguiente, cuando John la dejó para ir a discutir del proyecto de trabajo con una empresa de construcción, Loreley decidió ir al Museo del Louvre. Ya lo había visitado algunos años atrás pero no había sido posible verlo todo.
Pasó horas explorando las salas, subiendo y bajando las escaleras para conseguir encontrar unas obras expuestas que le interesaban, parándose de vez en cuando para descansar.
A última hora de la tarde fue de compras por las tiendas del Boulevard de Sebastopol: pocas cosas, dado que en la maleta no le cabrían demasiadas.
Al atardecer, cuando se volvieron a ver, Johnny le propuso ir a la Torre Eiffel. Lograron llegar hasta los alrededores del monumento y pasearon por la Promenade, de manera que pudiesen admirar aquel tramo de la ribera del Sena con el sol desapareciendo en una explosión de rojo y naranja detrás de las casas mientras se encendían las primeras luces de la noche.
A lo lejos, la parte superior de la torre sobresalía por encima de los árboles. Cuando llegaron al pie de ella, la imponente estructura de metal