Máscaras De Cristal. Terry Salvini
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Читать онлайн книгу Máscaras De Cristal - Terry Salvini страница 21
―Si no fuese por él, ahora Ester estaría aquí, conmigo, en esta casa y…
Desechó con un gesto de la mano aquellas palabras molestas. ¡Basta ya! Debía dirigir la atención hacia otra cosa o hacia otra persona. Por ejemplo una muchacha con largos cabellos rubios y los ojos azules.
Loreley volvió a ocupar sus pensamientos, que se agitaron buscando un orden lógico propio, mientras las imágenes se volvían por momentos más nítidas, a ratos desenfocadas, siguiendo los recuerdos de aquella única noche pasada con ella. Sintió el deseo de tenerla allí, aunque sólo fuese para tener una pequeña charla, a lo mejor delante de una copa de champaña. Pero esa muchacha siempre se le escapaba, no parecía dispuesta a querer volverlo a ver. El pensamiento de que se hubiese arrepentido de entregarse a él no hacía que se sintiese en paz consigo mismo.
¡Al diablo! Las dos únicas mujeres que había amado sólo le habían traído problemas y dolor: no estaba interesado en añadir una tercera.
―¡Hola, Sonny! ―le saludó una voz femenina a su espalda.
Se le escapó una ligera sonrisa antes de girarse.
―Hola, Lucy. ¿Cómo es que has venido hasta aquí?
El condado de Nassau estaba bastante lejos de Manhattan.
―¡Qué acogida tan calurosa! No te esfuerces demasiado en abrazarme, no querría arrugarte el traje. Pero yo no me enfado y te lo demuestro enseguida ―sin sacarle los ojos de encima, agitó una mano en el aire, como llamando la atención de alguien.
Sonny volvió la mirada hacia su espalda y vio a la gobernanta dirigirse hacia ellos con una botella y dos copas apoyadas sobre una bandeja. Frunció el ceño.
―Veo que Louise ha estado ocupada en la bodega.
―No te enfades: sabes que tengo un cierto ascendente sobre ella.
Lucy era la única que conseguía suavizar el carácter rígido y severo de la mujer.
―Aún no comprendo el motivo…
En cuanto Louise estuvo al lado de ellos Lucy cogió el champaña.
―Te toca destáparlo ―le dijo entregándoselo.
―Por lo que parece mi paseo ya ha terminado ―comentó cogiendo la botella.
―¡Estás de malhumor! Louise me había avisado. ¡Y yo que me había puesto elegante! ―se puso de morros.
Sonny la observó. Llevaba puesto un corto vestido azul elegante que dejaba adivinar las curvas generosas de los senos y la línea sinuosa de las caderas. Los cabellos estaban recogidos en la nuca con un moño flojo: ella era hermosa, sí, pero él la conocía desde que era pequeña y continuaba viéndola como la hermanita de su amigo Paul.
―Perdóname, estoy nervioso. Si has venido hasta aquí y has querido champaña debe haber un motivo concreto. ¿Por qué debemos brindar esta vez?
―De hecho, es así. ―se apoderó de las copas y, después de que Louise se retirase, prosiguió. ―¿Te acuerdas de la audición que debía hacer en el teatro?
―Claro que me acuerdo. ¿Qué tal?
―La he hecho… ¡y me han cogido!
El abrió los ojos como platos, asombrado.
―¡No me lo puedo creer!
―¡Ah, muchas gracias! Tú sí que sabes cómo hacer que me sienta orgullosa de mí misma.
―¿Por qué no terminamos con esto y nos concedemos una pausa? ―resopló.
―He venido aquí para celebrar mi nuevo y único trabajo y querría que estuvieras feliz por mí.
―Me habías dicho que ahora te habías puesto a estudiar pero no te había creído. Y en cambio me has demostrado que, cuando quieres, sabes ser inteligente. Me alegro por ti.
La vio sonreír.
―¡Gracias!
Sonny vertió el champaña en dos copas que ella sostenía en las manos, luego cogió una de ellas.
―Entonces, enhorabuena por tu carrera en el teatro.
Hicieron tintinear el cristal y bebieron en silencio.
Fue Lucy la que volvió a hablar.
―Lo sabes, estaba harta de verme con la parálisis en la cara de sonreír horas y horas delante de una máquina fotográfica. Mucho mejor declamar y tener un contacto directo con la gente.
―No puedo no darte la razón.
Ella le pidió que le rellenase la copa. La vació de un sorbo y se la tendió otra vez.
Sonny la observó beber con gusto y arrugó la frente.
―Espero que estés controlando el alcohol. Hace poco que te he visto comenzar a beber.
―No te preocupes, además no bebo tanto. Y, sobre todo, no me convertiré en alguien como tu ex-esposa Leen, si es lo que temes: no estoy tan desesperada.
―¡Bien, eso espero!
―Como ves yo sigo adelante, y además bien; eres tú quien todavía está apegado al pasado. ¿Cuándo conseguirás liberarte de todo lo que te ha sucedido? Has cambiado con respecto al último año, es verdad, pero no querría que estuvieses redirigiendo tu vida hacia algo equivocado y nocivo para ti mismo.
―¿Pero qué estás diciendo? ―le preguntó enojado.
―¿Lo ves? Ahora a mí me gustaría replicarte, pero hoy me siento demasiado feliz para tener ganas de pelear. Y ahora estoy seria.
―Te prefiero como eras hace un rato.
Ella hinchó las mejillas y dejó salir el aire.
―Escucha: ¿te acuerdas lo que me dijiste la noche en que Ester debía irse a New York y yo te acusé de no estar lo suficientemente enamorado de ella porque te habías resignado a dejarla ir sin luchar?
Sonny frunció los ojos y buscó en su mente aquellas horas nefastas. Había sido poco antes de que Leen intentase matarlo. Lucy había llegado por detrás de él llevándole algo de beber, justo como había hecho poco antes.
―No. En este momento no me acuerdo.
―Me dijiste: Tengo como una espina clavada en el corazón. Un dolor sutil, persistente, que no me deja en paz, pero con el que deberé convivir no sé hasta cuándo. Sólo estoy más preparado que tú para soportarlo.
―¡Felicidades, qué memoria!
―No podría esperar trabajar en el teatro si no la tuviese. Y aquella respuesta se me quedó grabada en el alma. Pero