Máscaras De Cristal. Terry Salvini

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Máscaras De Cristal - Terry Salvini страница 22

Máscaras De Cristal - Terry Salvini

Скачать книгу

lo hace pensar?

      ―El hecho de que yo estoy intentando mejorarme a mí misma mientras que tú sólo estás empeorando.

      ―Bueno, es fácil mejorar cuando se parte de abajo...―se interrumpió. ¡Maldita sea!

      La frase se le había escapado. Esta vez le había golpeado en su punto débil: la autoestima.

      Sintió que la amiga contenía la respiración.

      ―Perdóname Lucy, no quería ser tan ofensivo, de verdad… ―se apresuró a decir poniéndole una mano sobre el brazo.

      Ella bajó la mirada hacia la copa que tenía entre los dedos, como si estuviese contemplando las burbujas que desde el fondo subían a la superficie, a continuación volvió a mirarlo a la cara, con los ojos brillantes:

      ―Hasta hace muy poco no me habrías dicho una crueldad semejante. Yo quizás, sí, pero tú no. ¿Esto no te dice nada?

      Sonny suspiró:

      ―Me dice que quizás sea mejor interrumpir esta conversación y volvernos a ver en un momento más idóneo. Hoy, por lo que parece, no estoy de humor y suelto frases desafortunadas; es por esto que hubiera preferido que me hubieses llamado en vez de aparecer de manera improvisada. Aunque me haga feliz verte hay momentos en que es mejor que me quede solo. Lo que no significa que no te aprecie. ―sonrió.

      Lucy le cogió el vaso y la botella de las manos.

      ―¡Perfecto! La próxima vez que nos veamos entonces asegúrate de traerme tú el champaña: qué ocasión buena tendrás para celebrar, no consigo imaginarla, ahora, pero se trate de lo que se trate, estaré contenta de compartilo contigo.

      Giró sobre los tacones y lo dejó plantado allí, en el jardín, al lado de la fuente.

      Lucy dejó la botella y las copas en el mueble bar del salón, luego, con una sonrisa forzada, se despidió de Louise que la precedió para abrirle la puerta de casa; cuando subió al coche la sonrisa se apagó para dejar a los ojos la libertad de expresar sus emociones con las lágrimas.

      Ya no sabía qué más hacer. Los intentos por hacer salir a Sonny de aquella apatía escondida detrás de un comportamiento inadecuado e incoherente con respecto a cómo era anteriormente, se revelaban siempre inútiles. Desde hacía tiempo que ya no era él.

      Todo había comenzado cuando había descubierto que su prometida Leen, luego convertida en esposa, lo había traicionado con Hans. A continuación, mientras asistía a su decadencia hacia el alcoholismo y los juegos de azar, aquel descenso había proseguido, culminando el día en que su niña perdió la vida en un accidente de tráfico, justo a causa de aquella mujer que, en vez de protegerla como habría debido hacer una madre, la había arrastrado con ella a la ruina.

      La llegada de Ester a la vida de Sonny había empeorado la situación.

      Más de lo que estaba haciendo por aquel hombre, Lucy no podía hacer más. Se había acercado a él porque, compartiendo la misma pena, se encontraron saliendo juntos a menudo para ayudarse mutuamente a superar la propria crisis. Pero Sonny no quería o no conseguía olvidar. No es que ella se hubiese olvidado de haberse enamorado del hermano de Ester, todo lo contrario; pero intentaba pensar en eso lo menos posible y seguir adelante, sin que el pasado la atrapase como un pez en la red.

      Jack ni siquiera se había despedido de ella antes de desaparecer de su vida: estaba claro que para él no importaba lo bastante. ¡Es más, ni lo más mínimo!

      Ella, en cambio, por primera vez en su joven vida, se había enamorado en serio.

      ―Jack, estés donde estés… ―dijo en voz alta ―¡jódete! ―gritó a continuación apretando el pie contra el acelerador.

      9

      Detrás del escritorio, con el bolígrafo en la mano, Loreley telefoneó al médico y fijó una cita para la última semana del mes. Como le había dicho Legrand, era inútil apresurarse pero por lo menos se lo había quitado de encima. Dibujó una gran cruz en el calendario para tener siempre presente el día de la consulta y apuntó la fecha también en la agenda del teléfono móvil. A continuación abrió el correo electrónico: mucho correo comercial, publicidad, un par del trabajo, dos del banco y la última… ¡del doctor Jacques Legrand!

      Pulsó dos veces sobre él.

      Saludos miss Lehmann:

      Me tomo la libertad de escribirle para saber cómo va su convalecencia. ¿Cómo está la herida de la cabeza? ¿Y la rodilla? Mantenga la rodillera hasta que se deshinche del todo y no sienta ya dolor al apoyar el peso en la pierna.

      Estoy reflexionando acerca del hecho de tomarme unos días de vacaciones en el extranjero. ¡Quién sabe! Espero que su oferta sea todavía válida.

      Jacques Legrand

      Sonrió. Podía suceder cualquier cosa.

      ―¿Buenas noticias? ―le preguntó Sarah, entrando en su estancia.

      Loreley levantó la mirada del ordenador. La secretaria la estaba mirando parada en el umbral de la puerta, un expediente apretado contra el pecho que parecía más grande que ella, menuda y grácil.

      ―¿Qué me traes?

      Sarah bajó la mirada a los folios que tenía en la mano.

      ―¡Oh, no! Esto es para el jefe. He visto que sonreías y sentí curiosidad; en esta última época se te ve hacerlo raramente.

      ―No es un buen período ―le confesó.

      ―Ya me había dado cuenta, Ethan está preocupado por ti.

      Loreley se sintió escrutada por aquellos ojos tan oscuros que le costaba distinguir la pupila del iris. Siguió un momento de silencio.

      ―Si necesitas que te ayude, estoy aquí… ―le dijo la amiga, colocándose mejor en la nariz las grandes gafas de lectura.

      ―Gracias, lo tendré en cuenta.

      Cuando Sarah salió, Loreley se relajó sobre el respaldo de la butaca. Por las palabras de la secretaria sospechó que Ethan estuviese al corriente de la situación entre John y ella. Quizás sabía incluso dónde se encontraba. Le sacaría esa información a toda costa; pero debía pillarlo cuando estuviese a solas.

      Tuvo la ocasión de hablar con él cara a cara al día siguiente. Acaba de entrar para enseñarle el artículo del New York Times, donde se hablaba del caso Wallace: la opinión pública parecía que ya lo había condenado, imponiéndole la máxima pena posible, ya antes de comenzar el juicio.

      Al leer la noticia movió la cabeza. Si incluso ella, en el fondo, lo condenaba, ¿cómo podía esperar que aquel hombre fuese creído por un jurado? Le correspondía a ella defenderlo y no lo estaba haciendo de la manera adecuada ni con el espíritu justo.

      Decidió que iría a hablar con la familia Wallace para obtener el máximo de información sobre la vida y la personalidad de Peter. Sí, debía escarbar en su vida.

      ―Loreley, ¿me oyes? ―le preguntó Ethan de pie delante del escritorio.

Скачать книгу