Los indignados. Marcos Roitman Rosenmann

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Los indignados - Marcos Roitman Rosenmann Pensamiento crítico

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en el Banco Central. Casi cuatro meses después, el 24 de enero, la plaza estaba llena con siete mil personas (la población de la isla es de 320 mil almas) gritando “¡Gobierno incompetente!”. Dos días después, el gobierno dimitió»[6].

      Los atractores funcionan y están presentes en todos los movimientos sociopolíticos emergentes. Son los llamados acoplamientos estructurales que amplifican y someten las crisis a una tensión imprevista y muchas veces incontrolable. En Túnez, Mohamed Bou’aziz, un joven graduado de informática que trabajaba vendiendo frutas y verduras con su carro por las calles de Sidi Bouzid fue multado, impidiéndole seguir con el negocio. Carecía, pues, de permisos legales. Su protesta cobró una dimensión trágica, la rabia lo llevó a inmolarse. Fue el comienzo de la protesta social. Otros jóvenes siguieron su ejemplo y también se prendieron fuego. Pero la impotencia se transformó en revuelta, extendiéndose por todo el país. Túnez, país considerado modélico hasta el año 2009, felicitado por el Banco Mundial y el FMI, vería, en el plazo de un año, cómo su presidente Zine el Abidine Ben Alí era derrocado. No fue la pobreza, el desempleo o la represión política, ejercida con mano de hierro durante dos décadas, el punto de inflexión, el hecho que desbordó el dique fue la inmolación de Mohamed, amén de las luchas por la democracia, una organización popular activa y el hartazgo de años el principio del fin del régimen de Ben Alí.

      En España, el llamado movimiento de «indignados» comenzó siendo una manifestación «marginal», adjetivada como periférica. Dos plataformas, Democracia Real Ya y «Juventud sin Futuro, sin trabajo, sin empleo, sin casa, sin miedo», se dieron cita en las calles de Madrid, un domingo 15 de mayo. Protesta minoritaria, en principio, acabó en grandes acampadas. En Madrid, Barcelona, Valencia, Pamplona, Sevilla o Bilbao, las plazas se tomaron y se convirtieron en expresión de la indignación ciudadana. Pero tampoco hubiese prendido la mecha si las fuerzas de orden público no hubiesen intervenido tratando de desalojarlos. En Madrid, la Puerta del Sol se convirtió en símbolo de resistencia. La represión se comportó como un atractor y el 15-M comenzó a tomar cuerpo. Fue una suma de factores. Nadie pudo prever cuándo ni cómo se articularon.

      Resulta clarificador un proyecto realizado por el Instituto Universitario de Investigación de Biocomputación y Física de Sistemas Complejos de la Universidad de Zaragoza (BIFI). Su objetivo, encontrar los puntos esenciales de los atractores que explican el nacimiento y evolución del 15-M.

      Los atractores funcionan en España, Túnez, Islandia, Egipto, Chile, Israel o Estados Unidos. No podemos saber cuál será la dirección futura de las protestas, pero si estamos en condiciones de afirmar que constituyen fuerzas capaces de revertir procesos políticos, crear movimientos ciudadanos y convertirse en puntos de inflexión en las dinámicas de poder, de ahí la necesidad e importancia de conocer sus principios articuladores.

      Tanto la existencia de regímenes tiránicos y autocráticos como el mantenimiento de las políticas excluyentes y represivas en los países capitalistas avanzados pasa por clausurar espacios democráticos, reprimir libertades civiles y desarticular la ciudadanía po­lítica. En esta labor, el capitalismo no tiene escrúpulos. Saca a las calles al ejército sin remordimientos. Los muertos son efectos colaterales.

      La razón de Estado se enroca en una estrategia de violencia. En ella, los aparatos y cuerpos de seguridad, fuerzas armadas, policía y servicios de inteligencia ganan protagonismo. Es el comienzo de un nuevo tipo de guerra cuyo objetivo consiste en romper la cohesión social. Desarticular las redes de ciudadanía hasta lograr el control total de población es el principal fin de las nuevas políticas de seguridad democrática. Por la vía del chantaje, y con el discurso de luchar contra el terrorismo, se abre una puerta peligrosa al advenimiento de un despotismo sin restricciones ni límites.

      Son las bases para el nacimiento de un totalitarismo invertido, diferente del totalitarismo clásico donde

      Con el triunfo del Partido Popular, las condiciones han cambiado. La policía ha comenzado a pedir el carnet de identidad a aquellas personas que asisten y participan en los debates. Parece ser que la etapa contemporizadora ha concluido.

      La militarización de las sociedades para «combatir» las protestas ciudadanas son una excusa para justificar la involución democrática. En algunos países, el aumento exponencial de la violencia sirve para articular este nuevo totalitarismo invertido, cuyo lenguaje apo­calíptico se multiplica si se incorpora en esta lucha contra el terrorismo, la variante del crimen organizado y el narcotráfico. Igualmen­te, la criminalización de los movimientos político-sociales busca

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