Los indignados. Marcos Roitman Rosenmann

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Los indignados - Marcos Roitman Rosenmann Pensamiento crítico

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ha sido puesta en práctica cuando las protestas no han podido ser controladas. En una demostración de prepotencia y alarde de fuerza se criminaliza a los manifestantes que han salido a las calles demandando trabajo. Para evitar sorpresas y actuar impunemente el gobierno autoriza, en Londres, la instalación de quinientas cámaras de video, en plazas y centros públicos; el objetivo, identificar, detener y encarcelar a los individuos tipificados como antisistema, alborotadores, terroristas o delincuentes. La prensa contribuye atizando la hoguera, deslegitimando las protestas y criminalizando a los pobres en sus demandas de empleo. Así, manipula la opinión pública y la hace cómplice de las políticas represivas y antidemocráticas.

      Concluido el proceso electoral del 20 de noviembre, donde el partido Popular ha conseguido una mayoría absoluta, el discurso se radicaliza. Ahora se sienten legitimados por las «urnas» para atacar y ejercitar la represión sobre el 15-M, al ser considerado un aspecto residual de la política antisistema. Todo calza. Así se argumenta la criminalización y se recurre al enemigo interno para justificar un Estado de control social policiaco. Los primeros síntomas son visibles. Al igual que en Londres, la instalación de cámaras de video en las avenidas públicas, el Metro, ministerios, centros comerciales y espacios considerados neurálgicos para la vida política, es una realidad. Hoy en día todavía no generan recelo, se les considera un factor potenciador para garantizar nuestra seguridad.

      En Chile, la fuerza de Carabineros se aplica con dureza a los manifestantes. La prensa diaria es controlada al 100 por 100 por dos empresas, Mercurio, propiedad de los Edwards, una vieja familia oligárquica y terrateniente, y COPESA, grupo donde sobresale el diario La Tercera. Ambas industrias de la prensa se unen al discurso oficial del gobierno: descalificar las movilizaciones y justificar la represión en la «lucha terrorista callejera». La policía urbana chilena utiliza perros de raza pastor alemán, adiestrados en la persecución de «manifestantes», sean estudiantes, amas de casa, trabajadores, desempleados o mineros; muerden y paralizan hasta la llegada de su amo, encargado de concluir el trabajo.

      Estas prácticas, el uso de animales en las tareas represivas, se creía obsoleta, pero los hechos demuestran lo contrario. Los perros utilizados en las guerras de conquista forman parte del arsenal militar. Los alanos, raza similar al gran danés, eran la raza preferida por los hunos y anglos. Los romanos le otorgaron a su uso un toque festivo, adiestrándolos para combatir en los espectáculos circenses contra los gladiadores. En la conquista española se hicieron famosos, llegando incluso a los libros de historia. Fue el caso de «Becerrillo», perro enterrado con honores militares tras morir al ser alcanzado por una flecha envenenada; su dueño, Juan Ponce de León, conquistador de Puerto Rico, se vanagloriaba diciendo que «Becerrillo» era capaz de distinguir entre indios dóciles y beligerantes, descuartizando solo a los infieles. Su vástago, «Leoncico», siguió la tradición paterna devorando con ansia a sus presas. A fines del siglo XX, las dictaduras militares de América Latina utilizaron en los centros de tortura perros para amedrentar a los detenidos y violar a las mujeres.

      Hoy, la guerra es total:

      Bajo este manto de contradicciones, y en medio de la batalla por destruir la ciudadanía política, el capitalismo emprende una cruzada sin vuelta atrás. En su camino se lleva por delante los derechos humanos y de la naturaleza, que suponen un obstáculo para su objetivo. No escatimará recursos en ello. En este escenario emergen fuerzas antihegemónicas contra el capitalismo global; su nacimiento está lleno de vicisitudes, pero algo las une: tratar de recuperar los espacios públicos clausurados por el totalitarismo invertido y cedidos a los mercados, como la política, la educación, la vivienda o la salud.

      Dichos movimientos sociales no son una panacea, pero forman parte

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