He atravesado el mar. Ricardo Ernesto Torres Castro OP

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He atravesado el mar - Ricardo Ernesto Torres Castro OP

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de un constante ver la realidad. Cuando desde la orilla uno se detiene a reflexionar y ver atravesar a otros y a uno mismo ese mar que es la universidad, se adentra profundamente en las preguntas, las palabras se van quedando como la principal lección y escribir se convierte en un duelo entre quien se sumerge en la profundidad y quien atraviesa el mar. Cuando Santo Domingo de Guzmán fundó la Orden de Predicadores, envió a los primeros miembros a la universidad para que educaran su recio carácter y sus mentes lúcidas. Los envió para cultivar su humanidad y hacer de ellos hombres de la palabra. A eso se va a una universidad, a eso fueron a la más antigua de las universidades y por eso hoy atraviesan y ven atravesar a los hombres y mujeres en sus necesidades y preocupaciones.

      Quiero que este libro sea una declaración de amor. Nunca como ahora logré ser tan consciente del alma que habita en las universidades. Puede haber muchos factores complejos, como la crisis en las matrículas, la legislación alejada de los criterios fundamentales de la razón de ser, la inequidad y falta de oportunidades, la mediocridad y hasta la absurda competencia; sin embargo, todas ellas se revisten de un color, una música especial, un aliento de vida y humanidad, un tejido de dignidad que muy difícilmente otra institución puede tener. Amar la educación con lo que hay en ella, en sus profundidades, con sus instituciones: eso es este libro.

      Quiero que a partir de estas líneas, querido lector, se anime conmigo a dar cada brazada, sienta conmigo el impulso de vencer las olas, descubra junto a mí cada momento difícil, sienta el cansancio y la satisfacción de atravesar el mar. Y ese espacio, esa manera, ese momento, está en las universidades, es allí en donde es posible tejer historia, ver utopías, soñar con muchos mundos posibles. Vemos hoy una sociedad ansiosa por derribar los muros de la ignorancia, pero que también está arrinconada, sin sueños, con frustraciones, que se resiste, quizá por temor, a entrar al mar. Pero existe un lugar privilegiado en donde nuestra sociedad puede dar saltos hacia adelante, es la universidad, y nada tan moderno y humano como querer estar en ella.

      “Mi vida entera” es el título de un poema de Borges en el que se inspira este libro, cada vez que la noche lo invoca en mis horas de vigilia, cuando el alma siente caer la tarde y se da cuenta de que, entre jornadas y noches, finalmente somos iguales. He entrado en el mar, he entrado con otros a quienes he visto subir al barco y navegar, y hemos vivido juntos esta hermosa experiencia de ir hacia el propio destino a través de la universidad.

      Mi vida entera

      Aquí otra vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.

      He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.

      He atravesado el mar.

      He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.

      He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.

      He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.

      He paladeado numerosas palabras.

      Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.

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      PARTE I. ¿DE DÓNDE VENIMOS?

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      De la universidad “moderna” a la “original”

      Hay un santo maravilloso en la historia de la Iglesia católica, Santo Tomás de Aquino. Cuando oímos hablar de este santo, la palabra que primero se nos viene a la mente es: profesor. Pero al mismo tiempo, el santo es denominado el Doctor Común de la Iglesia. Profesor y doctor tienen un sentido en común y un mismo propósito. Doctor viene del latín Docens, que quiere decir ‘el que enseña’, por lo tanto, la docencia, ya desde el Medioevo, es el acontecer de los profesores y los doctores. La universidad medieval es profundamente inspiradora. Cuando se revisa el origen de esta institución, quizás el principal problema es intentar comparar las universidades actuales con las de entonces, pues se desconoce el periodo en que nacen. Sin embargo, quiero hacer hincapié en los grandes aciertos de la universidad de la Edad Media que en gran parte se han venido desfigurando y perdiendo.

      Entre la necesidad social y eclesial, nació la universidad en un contexto en que el Imperio romano venía en declive, lo que deterioraba su sistema educativo. Este fue un periodo de la historia de grandes construcciones, desarrollos artísticos y arquitectónicos, experiencias en términos de logística producidas por la urgencia de atender las guerras. La administración misma nació como una experiencia para manejar los recursos del Imperio para su beneficio. En tal contexto, la Iglesia tomó fuerza y asumió el manejo de las instituciones para garantizar la estabilidad social que no podía, no quería o no lograba el gobierno de la época.

      A partir del siglo VI, con la aparición de los primeros monasterios, en general benedictinos, se empezaron a organizar los territorios, las cadenas de sostenibilidad provenientes de la agricultura, el desarrollo del arte, la escritura y la culinaria. En los monasterios se empezaron a producir textos, las primeras Biblias, selectas traducciones, y los escritos provenientes de la patrística, además, se comenzó a responder a la urgente necesidad de aprender a leer y escribir. De manera que el origen de la universidad se dio a partir de estos factores, con el propósito de transmitir el conocimiento como fuente de valor frente a las exigencias siempre cambiantes del mundo.

      Con la conquista del norte de África y el sur de España por parte del islam, las reflexiones de algunos árabes, en particular de Avicena y Averroes sobre Aristóteles, que recogieron este pensamiento, hicieron accesible el mundo griego al mundo occidental. Tomás de Aquino tomó estos conocimientos y los sistematizó. El saber se fue ordenando y nació, en mi concepto, el asignaturismo, que aún hace parte del contenido curricular de los programas académicos. Fue el Medioevo el que dio lugar a esa capacidad de síntesis y estructura sobre los saberes.

      El Medioevo, lejos de ser como muchos afirman un milenio de oscuridad, fomentó la deliberación como fuente real del conocimiento. Se desarrollaron metodologías para contrastar el conocimiento, que fundamentalmente permitían que, frente a las tesis postuladas o defendidas por algunos, hubiera una persona o un grupo de personas destinado a objetar lo que se estaba proponiendo, para que finalmente el “docens” pudiera dar una solución frente al problema planteado. Un estudiante del Medioevo recibía una profunda capacitación en el arte de la deliberación y el debate. Triste que seis siglos después, en los salones de clase, nadie sea capaz de deliberar y debatir. ¿De qué hablamos cuando decimos “Medioevo”? ¿Cuál es el periodo de real oscuridad? Esta preocupación es relevante, máxime cuando muchos de nuestros estudiantes rotulan los temas centrales de la vida como clases de relleno o costuras, como tristemente se les llama a los idiomas, las humanidades, las formas y contenidos que orientan la vida, el arte mismo.

      La universidad medieval investigaba sobre la base

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