He atravesado el mar. Ricardo Ernesto Torres Castro OP

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He atravesado el mar - Ricardo Ernesto Torres Castro OP

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la educación de tal manera que permita el florecimiento pleno de las capacidades de seres siempre diversos, no simplemente de aptitudes racionales útiles para desempeñarse en el mundo técnico de las sociedades capitalistas. Cabe entonces afirmar que lo que denominamos democracia utópica es, sin temor al error, la democracia posible.

      ¿Qué debería entonces hacer una institución educativa para construir una democracia posible, que se distancie de las ideologías y se acerque a las ideas? Tres cosas: enseñar a pensar, convivir y comunicar. Esto va en sintonía con el pensamiento platónico que plantea como ideal de ciudadano (gobernante) a aquel que es capaz de saber qué son la verdad, la justicia y la belleza9. Imaginen ustedes un proyecto pedagógico que se fundamente en el saber pensar ordenado a la verdad, en el saber convivir ligado a la justicia y en el saber comunicar como una expresión de la belleza. Una institución de estas características rescata el ideal de la paideia griega. De la forma como hacemos una cultura ciudadana, como enseñamos a convivir a partir de nuestras diferencias, nacen las verdaderas políticas de inclusión, de rescate de las culturas, de empoderamiento de la mujer como promotora del ideal de una democracia posible y de hacer de la educación el lugar común para desarrollar la ciudad.

      Quien ideologiza convierte la obediencia en diplomacia hipócrita; la fraternidad en complicidad; la austeridad en esclavitud del dinero; el género en imperio de una construcción personal que riñe con la idea de transformación social; la democracia en confusión de normas con los deseos de las personas. “Una verdadera democracia presupone personas que piensan, reflexionan, discuten y, por lo mismo, disienten permanentemente. El disenso es constitutivo de una democracia sana, mientras el fanatismo o la unanimidad signos de lo contrario”10.

      Una ideologización de la democracia cierra el paso a la capacidad de disentir y de discernir. La ideologización nos lleva a la polarización. ¿Cuál es entonces la solución? Ya lo hemos dicho, una educación que no solo sea integral sino integradora. Una educación capaz de hacer del disenso y del discernimiento su estructura central, que los focos sean el pensar, el convivir y el comunicar. Que su base epistemológica esté centrada en la verdad, como sujeto de la pertinencia; en la justicia como instrumento de equidad; en la belleza como motor de la verdad y la justicia. La democracia es posible porque somos esencialmente iguales en cuanto que todos gozamos de discernimiento, algo resaltado por autores tan diversos como Platón, Descartes y Erasmo de Rotterdam.

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      Pensar, convivir y comunicar

      Los modelos educativos “tradicionales” forman a una generación que no existe. Esta es una preocupación latente, no prestarle atención conducirá a la gran debacle del sistema educativo, la deserción y la pérdida de credibilidad institucional. Una de las principales causas que están llevando a plantear este problema son las deficiencias en argumentación, reflexión y lectura crítica de los estudiantes. Cabe preguntar qué hace un grupo de docentes cuando se organizan esas largas jornadas académicas en los colegios, o cuando una universidad invierte importantes sumas de dinero para realizar comités curriculares. ¿De qué hablan? ¿Para qué se reúnen? ¿Se trata solo de hacer tareas operativas? ¿Se trata solo de planear actividades?

      Considero que el no aprovechamiento de esos momentos de encuentro genera parte de la crisis, pues se trata de pensar, de disentir, de debatir, de poner sobre la mesa las consideraciones, las oportunidades, los sujetos de nuestra acción misional. Se trata de conversar más, porque estoy convencido del poder que tienen las conversaciones en una institución, se trata del encuentro, de vernos unos a otros, cara a cara y tomarnos en serio la labor de la docencia. Hace poco escuchaba a un docente de una prestigiosa institución de educación superior decir que no era valorado en su universidad simplemente porque esta no le proveía los recursos suficientes para hacer bien su trabajo. Al día siguiente, visité un colegio de una comuna muy pobre de la ciudad de Medellín, durante una jornada pedagógica con los docentes, quienes a pesar de estar notoriamente necesitados de recursos, vibraban con entusiasmo tomándose en serio “eso de ser docentes”, gastando tiempo para pensar en cómo iban a enseñar a sus estudiantes a ser mejores ciudadanos, cuestionándose por los contenidos que impartían en el aula, conscientes de las limitaciones pero no resignados a ellas, siendo recursivos y llegando a acuerdos sobre qué enseñar, cómo comunicar y de qué manera construir un modelo de convivencia.

      Cualquier modelo educativo debe preocuparse por enseñar a sus estudiantes a pensar, comunicar y convivir. A eso debemos ir todos a una institución de educación, desde los niños hasta quienes se encuentran haciendo doctorados. No nos podemos cansar de aprender a pensar, comunicar y convivir, solo porque no se trata de algo limitado, sino que esas tres categorías evolucionan permanentemente. La crisis de la generación productiva actual es precisamente la ausencia de esas habilidades que llamamos blandas y sobre las cuales las empresas tienen que invertir mucho para capacitar al talento humano. Del mismo modo, estas tres competencias nos ayudan a desarrollar una facultad central, la memoria. Si todos cultivamos la memoria, finalmente estamos garantizando lo fundamental. Por ello, las asignaturas de todos los grados y las áreas deben desarrollarla. Es la única forma en que dejamos de pensar en calidad como sinónimos de procedimientos y formatos, y podemos considerarla como la articulación efectiva del trabajo docente en la vida de los estudiantes.

      No somos fruto del azar, como lo afirmaba el darwinismo; en ese caso seríamos fácilmente remplazables, podríamos pensar en no considerarnos indispensables, como muchos lo afirman y sí que lo somos, eso le da sentido también a la vida y nos evita pensar que en definitiva el valor humano es poco. Pero a eso nos ha conducido el sistema educativo obsoleto, a considerar que somos únicos pero indispensables, por lo tanto, somos utilizables como un recurso más, fácilmente destruibles y poco importantes.

      ¿Qué hay en el ser humano que no sea reducible simplemente a lo material? Pues su capacidad de pensar, convivir y comunicar. Para que estas tres capacidades fortalezcan la facultad de la memoria que se debe tener muy presente, ya que esta ha sido vista como enemiga, como un desprecio al estudiante, como una pérdida de tiempo, casi como maltrato y por lo tanto un atentado a la inteligencia. Sin embargo, la memoria es el motor de la capacidad de contraste de modelos de la realidad, formar sin memoria reduce la capacidad crítica y la hace tremendamente superficial. Así que, si formamos a nuestros estudiantes con capacidad crítica pero sin memoria, lo que estamos logrando es una generación de personas amargadas, ácidas, capaces de la violencia, de la anarquía, imposibilitados para conversar, incapaces de ver al otro cara a cara, débiles para construir conocimiento y ponerlo al servicio de los demás. La sociedad requiere tejido social, capacidad de construir en conjunto, así como docentes que cuando se reúnan realmente tomen estos problemas en serio.

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      Aprovechemos nuestra racionalidad

      Quisiera que juntos hiciéramos un corto recorrido por una fracción de la filosofía que nos ayude a ser más profundos en la forma como usamos nuestra racionalidad. No es obvio que los seres humanos hablemos de racionalidad, por el contrario, es absolutamente profundo. La diferencia que hay entre el conocimiento filosófico y el científico parte del hecho de reconocer que el segundo solo les interesa a unos pocos; en la ciencia se precisa la exactitud por medio de la experimentación. Sin embargo, en la filosofía más que las respuestas lo que nos interesa son las preguntas, pero no cualquier clase de pregunta, sino solo aquellas que estén dotadas de pertinencia y capacidad para abrir horizontes y hacer más claras las ideas. En este sentido, la filosofía rompe con lo obvio. Un buen filósofo no es quien más historia de la filosofía conoce, sino aquel que sabe filosofar, que se sabe accidentar con las ideas, que recoge en el filtro de la duda la capacidad argumentativa, la capacidad de pensar. Y, ¿qué es pensar? Cuando usamos nuestra razón para transformar la ciencia o la tecnología y, por ende, la usamos para preguntarnos quiénes somos o dónde está nuestro bien, dónde está la

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