E-Pack Jazmín B&B 2. Varias Autoras

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se sobresaltó y miró hacia su izquierda.

      –No he infringido ninguna condición.

      Él se le acercó silenciosamente. La tenue luz le llenaba el rostro de sombras y le daba una apariencia imponente.

      –¿Qué estás haciendo aquí?

      –He venido en misión de rescate. Mi gata ha bajado aquí y no sabía en qué líos podría meterse.

      –¿Kit? Si no recuerdo mal, le pusiste Kit. Te la regalé la noche que hicimos…

      Se interrumpió, pero Daisy sabía perfectamente lo que había estado a punto de decir. La noche que hicieron el amor.

      –Me dijiste que la elegiste a ella porque las dos teníamos los ojos verdes y no hacíamos más que meternos en líos.

      –No puede ser el mismo gato.

      –Por supuesto que sí. ¿Acaso no la reconoces?

      –Ni siquiera me había dado cuenta de que habías traído un gato. Supongo que yo centraba mi atención en otra parte.

      –Por supuesto. No podías apartar la mirada de tu hija.

      –Ni de ti.

      Justice se le acercó. Gracias a que ella aún seguía subida en el escalón, sus rostros quedaban frente a frente.

      –¿Y la has tenido todos estos años?

      –¿Acaso creías que iba a echarla a la calle? La adoro.

      –Pensé que tal vez tus padres se habrían librado de ella, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido.

      –¿Quieres decir que porque te echaron a ti también iban a echar a un pobre gato?

      –Algo por el estilo.

      –Pues no fue así –replicó Daisy–. Lleva conmigo diez años y, si tengo suerte, estará conmigo otros diez. ¿Acaso no te has dado cuenta de que la utilizo en mis libros? Y, por si no te has percatado, tú eres Cat.

      –¿La pantera? ¿Yo?

      –En su momento, me pareció que te pegaba –comentó. Entonces, esbozó una tentadora sonrisa–. Bueno, ¿me vas a permitir que utilice a Kit como excusa para darme una vuelta por lo prohibido?

      –Si satisfago tu curiosidad, ¿te mantendrás alejada de aquí en lo sucesivo?

      –Lo intentaré.

      Justice suspiró y extendió una mano.

      –Vamos.

      Daisy bajó el escalón. Notó que los azulejos eran aún más fríos que el suelo de madera. Contuvo un escalofrío porque no quería darle a Justice excusa alguna para que la mandara a su habitación.

      –¿Qué hay por ahí? –preguntó señalando a la derecha.

      –Esa es la parte de mi tío. Eso no se puede visitar sin su invitación expresa –le advirtió–. Hablo en serio, Daisy. Nada de excusas. ¿Comprendido?

      –Te aseguro que no lo haría. A ti a lo mejor, pero a Pretorius no.

      La sinceridad con la que ella había hablado pareció convencerle. Entonces, asintió y señaló a la izquierda.

      –Por aquí tengo varios laboratorios, al igual que mis habitaciones privadas.

      –¿Laboratorios, has dicho?

      –Sí. Para medida e instrumentación. Para investigación y desarrollo. Un laboratorio de informática, uno de pruebas.

      –Quiero ver el laboratorio de robótica.

      –Está bien. Te enseñaré el que no es estéril.

      –¿Tienes laboratorios estériles?

      –Sí, pero tienes que desnudarte para que te pueda esterilizar antes de entrar.

      Una mirada le aseguró que estaba bromeando.

      –Pues no creo que esterilice muy bien –replicó ella–. Si lo hiciera, no tendrías una hija.

      Justice colocó la mano sobre una placa que había en el exterior de una de las puertas y luego pidió que se le dejara entrar.

      –Tal vez no tengamos que estar esterilizados –admitió él mientras el sistema de seguridad comprobaba sus huellas y su voz.

      –Y tal vez tampoco tengamos que estar desnudos.

      La puerta del laboratorio se abrió suavemente.

      –No. En lo de ir desnudos insisto.

      Entraron en una enorme sala que tenía la apariencia de un taller. Había largas mesas contra la pared, herramientas que colgaban de las paredes y cajones en los que se organizaban las diferentes piezas o partes que se utilizaban allí, además de ordenadores por todas partes.

      En el centro de la sala, había un banco de trabajo, sobre el que había un Rumi que, una vez más, se había visto transformado en una margarita. Daisy iba a realizar un comentario al respecto, pero decidió que era mejor guardar silencio y centrarse en el proyecto que Justice tenía entre manos en aquellos momentos. Sobre la mesa, había dos extrañas máquinas con ruedas. La primera tenía más o menos la apariencia de una aspiradora y la segunda era prácticamente una copia idéntica de su gemela, aunque parecía más sofisticada.

      –¿Qué son? –preguntó ella fascinada.

      –Ese es Emo X-14 y el X-15. Es la abreviatura de Emotibot. La X significa la décima generación, con sus versiones 14 y 15. Eso es lo que se supone que son. En estos momentos, no son casi nada –añadió frunciendo el ceño.

      –¿Y en qué esperas que se conviertan?

      –Espero que Emo sea la próxima generación de un detector de mentiras. Supongo que será un detector de sentimientos.

      –¿Y por qué quieres crear un detector de sentimientos?

      –Estoy intentando diseñar un robot que pueda anticipar y responder a las necesidades humanas y que no solo se base en lo que se le pide verbalmente, sino también en la comunicación no verbal. De hecho, me gustaría utilizar los vídeos y las cámaras para fotografiar las respuestas de todo el mundo a ciertos estímulos para ayudar a enseñárselo. Por supuesto, si nadie se opone.

      –Bueno, se lo preguntaré a los demás, pero a mí no me importa. A ver si lo entiendo. Utilizando fotos y vídeos nuestros esperan que Emo descubra cuando estamos felices, tristes, hambrientos, sedientos y que pueda reaccionar del modo adecuado.

      –Efectivamente.

      –Es genial. ¿Y este ya puede hacer algo de eso? –preguntó señalando al menos avanzado de los dos.

      –No, este no. Y ese es el problema. Emo 14 no ha tenido tanto

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