Un hombre para un destino. Vi Keeland

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Un hombre para un destino - Vi Keeland

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con la que yo también había mirado a Todd. Por el atuendo que llevaban, parecía que fueran a una boda. Luego leí el pie de la fotografía:

      Todd Roth y Madeline Elgin anuncian su compromiso.

      «¿Su compromiso?». Nuestro compromiso había terminado hacía setenta y siete días. No es que los contara, pero ¿ya le había propuesto matrimonio a otra mujer? Joder, si ni siquiera era la mujer con la que lo había pillado engañándome.

      Debía de tratarse de un error. La mano me temblaba a causa de la furia mientras utilizaba el ratón para ir al perfil de Todd. Pero, por supuesto, no era un error. Había docenas de mensajes de personas que le daban la enhorabuena, e incluso había respondido a unos cuantos. También había colgado una fotografía de sus manos entrelazadas, donde se veía a la perfección el anillo de compromiso que su nueva prometida lucía. «Joder, pero si es mi anillo de compromiso», pensé. Mi ex, haciendo gala de su enorme clase como ser humano, ni siquiera se había molestado en cambiarlo después de que se lo arrojara a la cara mientras todavía se estaba subiendo la bragueta. Estoy segura de que ni siquiera se había dignado a cambiar el colchón en el que dormíamos, antes de que me mudara a su apartamento, hacía dos años. De hecho, lo más probable es que Madeline ya fuera una compradora de la cadena de almacenes Roth; que ocupara mi antigua mesa en la oficina y desempeñara las tareas de mi puesto de trabajo, el que había dejado para no tener que ver su cara de mentiroso cada puñetero día de mi vida.

      Me sentí… No estoy segura de cómo me sentía. Enferma. Derrotada. Herida. Reemplazable.

      Lo curioso es que no estaba celosa porque el hombre al que creía haber amado hubiera pasado página. Tan solo me resultaba terriblemente duro que me hubiera sustituido por otra, así de fácil. Aquello confirmaba que nuestra relación no había sido en absoluto especial. Después de que rompiera con él, Todd juró que me reconquistaría. Me dijo que era el amor de su vida y que nada le impediría demostrarme que estábamos hechos el uno para el otro. Dejé de recibir flores y regalos al cabo de dos semanas. Se acabaron las llamadas a la tercera. Ahora sabía por qué: había encontrado al amor de su vida, otra vez.

      Para mi sorpresa, ni siquiera derramé una lágrima. Únicamente me sentía triste, muy triste. Todd no solo me había robado mi vida, mi apartamento, mi trabajo y mi dignidad; también se había llevado con él algo en lo que siempre había creído: el amor verdadero.

      Me recliné en la silla, cerré los ojos e inspiré hondo varias veces para calmarme. Luego decidí que no iba a tomarme la noticia así. «Vaya mierda». No tenía elección; debía hacer algo. Así que hice lo que cualquier chica despechada de Brooklyn haría después de descubrir que su exprometido ni siquiera esperó a que se enfriara la cama para llevar a otra mujer a su casa.

       Me terminé toda la botella de vino.

      * * *

      Así era. Estaba borracha.

      Aunque no hablase arrastrando las palabras, el hecho de estar enfundada en un vestido de novia cubierto de plumas con la cremallera bajada y bebiendo directamente de la botella era una pista. Dejé caer la cabeza hacia atrás en un gesto muy poco elegante y bebí las últimas gotas de vino antes de dejar la botella encima de la mesa con un golpe firme, tanto que el portátil dio un bote y la pantalla, que estaba en modo reposo, se encendió. La feliz pareja volvió a saludarme.

      —Te va a hacer lo mismo —dije con el dedo apuntando hacia la pantalla—. ¿Sabes por qué? Porque el que engaña una vez, engaña siempre.

      Las malditas plumas del vestido volvieron a hacerme cosquillas en la pierna. Ya me había pasado una media docena de veces durante la última hora, y todas y cada una de ellas pensaba que era un bicho que me subía por la pierna. Cuando volví a estirar la mano para cazarlo, rocé algo y recordé qué era. «La nota azul».

      Levanté el dobladillo, me acerqué el forro y volví a leerla.

      Para Allison:

      «Ella dijo: “Perdóname por ser una soñadora”, y él le tomó la mano y respondió: “Perdóname por no estar aquí antes para soñar contigo”». (J. Iron Word)

      Gracias por hacer todos mis sueños realidad.

      Te quiere,

      Reed

      Mi corazón exhaló un suspiro ansioso. Era tan bonito y tan romántico… ¿Qué les habría ocurrido a esos dos para que aquel vestido terminara en casa de una chica borracha, en lugar de en un armario, guardado con cariño para pasar de generación en generación? No podía resistir no ver la cara de Todd durante más tiempo y, aunque era una locura, tecleé en Facebook: Reed Eastwood.

      Para mi sorpresa, solo aparecieron dos resultados en Nueva York. El primero tendría probablemente sesenta años, quizá más. Aunque el vestido era bastante sexy para una novia de su edad, me metí en su perfil. Reed Eastwood estaba casado con Madge y tenía un perro, un golden retriever llamado Clint. También tenía tres hijas y, en una fotografía, aparecía lloroso mientras acompañaba a una de ellas en el día de su boda.

      Aunque una parte de mí quería entrar en el perfil de la hija de Reed para ver las fotos de su enlace y torturarme un poco más, me dirigí al perfil del segundo Reed Eastwood.

      El pulso se me aceleró tanto que la borrachera desapareció de golpe cuando vi su foto de perfil en la pantalla. Este Reed Eastwood era guapo de morirse. De hecho, era tan increíblemente atractivo que pensé que alguien habría utilizado la foto de un modelo para hacer una broma o como anzuelo para un perfil falso. Sin embargo, cuando hice clic en las fotos de su muro, aquel hombre aparecía en todas ellas, y en cada una salía más guapo que en la anterior. No había muchas, pero en la última estaba junto a una mujer, se había tomado hacía ya unos años. Era una foto de compromiso: el de Reed Eastwood y Allison Baker.

      Había encontrado al autor de la nota azul y al amor de su vida.

      * * *

      Mi teléfono móvil bailaba como un frijol saltarín en la mesita de noche. Alargué el brazo y lo cogí justo cuando saltaba el buzón de voz. Eran las once y media. Joder. Me había quedado frita. Intenté tragar saliva, pero tenía la boca más seca que el desierto. Necesitaba un vaso grande de agua, ibuprofeno, un baño y las cortinas del dormitorio echadas para bloquear esos rayos de sol despiadados que se colaban por la ventana.

      Arrastré mi resaca hasta la cocina y me obligué a rehidratarme, aunque el simple hecho de beber me provocaba náuseas. Existía la posibilidad más que cierta de que el agua y los protectores estomacales viajaran de nuevo en la dirección opuesta al cabo de unos minutos. Necesitaba echarme un rato. De camino a la habitación, pasé frente al portátil, en la mesa de la cocina. Me recordó de forma desagradable la difusa noche anterior, por qué me había bebido una botella de vino entera.

      «Todd está prometido».

      Estaba enfadada con él porque me sentía como una mierda. Y todavía más enfadada conmigo misma por permitir que volviera a arruinar otro día de mi vida.

      «Uf».

      No me acordaba de nada, pero la imagen de la parejita feliz sí estaba clara y vívida en mi memoria, por supuesto. De repente, el pánico se apoderó de mí. «Ostras, espero no haber cometido alguna estupidez de la que no soy consciente». Traté de ignorar la idea, e incluso regresé a mi habitación, pero sabía que no podría descansar a causa de la incertidumbre.

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