Un hombre para un destino. Vi Keeland
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Hola, señorita Darling. Soy Rebecca Shelton, de Eastwood Properties. Llamo en respuesta a su petición de visitar el ático de la torre Millenium. Hoy tenemos una jornada de puertas abiertas, a las cuatro de la tarde. El señor Eastwood estará allí, si desea visitar el piso después. ¿Alrededor de las cinco le va bien? Por favor, confírmeme por teléfono si es así. Nuestro número es…
No escuché el número porque había dejado caer el teléfono sobre la cama. «Madre mía». Se me había olvidado por completo que había estado fisgoneando el perfil del chico de la nota azul. De repente, empecé a recordar cosas entre una densa neblina. Aquel rostro. Aquel rostro tan atractivo. ¿Cómo lo había olvidado? Recordé que había repasado sus fotografías, luego, su biografía, y que eso me había llevado a una página web, Eastwood Properties. Pero luego ya no me acordaba de nada más.
Fui a mi portátil, repasé el historial de navegación y abrí la última página que había visitado.
Eastwood Properties es una de las inmobiliarias independientes más grandes del mundo. Ofrecemos las propiedades más exclusivas y prestigiosas a compradores de alto nivel y garantizamos la mayor privacidad para ambas partes. Tanto si desea comprar un ático de lujo en Nueva York con vistas al parque, una residencia en primera línea de playa en los Hamptons, un encantador refugio en las montañas, o si su intención es adquirir su propia isla privada, sus sueños empiezan en Eastwood.
Había un enlace para la búsqueda de propiedades, así que tecleé el nombre del lugar que había mencionado la mujer en el buzón de voz: torre Millenium. Apareció el ático a la venta. Por solo doce millones de dólares, podía convertirme en la propietaria de un apartamento en la avenida Columbus, con unas vistas impresionantes a Central Park. «Le firmaré un cheque ahora mismo».
Después de babear con un vídeo y media docena de fotos, cliqué en el botón para concertar una cita y visitar la propiedad. Apareció una ventana que decía: «Para proteger la privacidad y seguridad de los propietarios, todos los interesados en adquirir una propiedad deben completar una solicitud para visitarla. Solo contactaremos con los compradores que superen el proceso de revisión de sus credenciales».
Solté un bufido. «Menudo proceso de revisión, Eastwood». Ni siquiera tenía el dinero suficiente para tomar el metro y llegar a ese apartamento tan elegante, y mucho menos comprarlo. A saber qué habría escrito en el formulario para pasar el filtro.
Cerré la página. Estaba a punto de apagar el portátil y volver a la cama cuando decidí echar otro vistazo a Don Romántico en Facebook.
Madre mía, era guapísimo.
¿Y si…?
«No debería».
Las ideas que una tiene borracha nunca acaban bien.
«No sería capaz».
Pero…
Aquella cara…
Y aquella nota…
«Tan romántica. Tan bonita…».
Además, jamás había visto el interior de un ático valorado en doce millones de dólares.
No debería haberlo hecho, de verdad.
Pero… había pasado los últimos dos años haciendo todo lo que debía hacer. ¿Y adónde me había llevado eso?
Aquí, maldita sea. A esta situación, con resaca y en el paro, sentada en un apartamento asqueroso. Quizá había llegado la hora de hacer todo lo que no debía, para variar. Agarré el teléfono y mi dedo se detuvo sobre el botón de rellamada durante unos instantes.
«A la mierda».
Nadie lo sabría. Podía ser divertido vestirme como si fuera una mujer rica y fingir que venía del Upper West Side para satisfacer mi curiosidad y conocer a aquel hombre. No había nada de malo en ello.
Al menos, no se me ocurría nada. «Pero ya sabes lo que dicen de la curiosidad y el gato…».
Llamé.
—Hola. Soy Charlotte Darling. Llamo para confirmar la cita con Reed Eastwood…
Capítulo 3
Charlotte
—Puede dar una vuelta o quedarse aquí en el vestíbulo, lo que prefiera. El señor Eastwood todavía está con la cita anterior, pero no debería tardar.
Al parecer, hacía falta más de una persona para enseñar un ático de lujo. Por allí no solo estaba Reed Eastwood, sino también una azafata cuyo cometido era recibirme y entregarme un folleto de papel resplandeciente sobre la propiedad.
—Gracias —le dije, antes de que desapareciese.
Me quedé en el vestíbulo, sosteniendo mi bolso de color verde intenso de Kate Spade, que había encontrado en la sección de rebajas de T. J. Maxx, con la creciente sensación de que había cometido un grave error.
Debía recordarme por qué estaba allí. ¿Qué tenía que perder? Absolutamente nada. Mi vida era un desastre y, al menos, aquella visita satisfaría mi curiosidad por el autor de la nota azul; después, podría olvidarme de todo. Solo quería saber qué había sido de él, de los dos. Tras eso, seguiría con mi vida.
Treinta minutos después, seguía esperando. Oí una conversación apagada al otro lado del vestíbulo, pero aún no había visto salir a nadie.
Entonces me llegó a los oídos el sonido de unos pasos a lo largo del suelo de mármol.
El corazón se me aceleró y volvió a calmarse al ver a la azafata acompañando a una pareja de aspecto acomodado a través del vestíbulo, hacia la salida. Ni rastro de Reed Eastwood.
La mujer, que sostenía un perrito blanco, me sonrió antes de que los tres desaparecieran en el ascensor.
¿Dónde estaba?
Durante un instante, pensé que se había olvidado de mí por completo. El silencio reinaba en aquel lugar. ¿Habría una salida en la parte trasera? Aunque quizá debería haberme quedado en el vestíbulo, decidí pasear un poco y llegué hasta una enorme biblioteca.
Todo el espacio estaba forrado de paneles de manera oscura y masculina. Las estanterías abiertas cubrían todas las paredes, desde el suelo hasta el techo. A mis pies había una alfombra persa que probablemente costaba más de lo que yo ganaba en un año.
El olor de los libros era embriagador. Me acerqué a una de las estanterías y agarré el primero que me llamó la atención: Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain.