El otro. Miranda Lee
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–¿Usted cree que Ratchitt va a volver?
–¿Quién sabe? Si se entera de que Emma va a heredar la tienda, a lo mejor.
Jason dudaba mucho de que el hecho de que Emma heredara aquella tienda fuera a hacer volver a un tipo de su calaña. Aquel establecimiento no daba más que para vivir, pero sólo porque no se pagaba renta. La tienda era muy pequeña y no valía mucho.
–¿Usted cree que si volviera, ella estaría dispuesta a salir con él otra vez?
–El amor es ciego.
Jason estaba de acuerdo. Por fortuna, él no estaba enamorado de la chica. Quería tomar una decisión sobre ella con la cabeza, no con el corazón.
–Hasta mañana, Muriel –se despidió. Ya había pasado demasiado tiempo en la tienda de Muriel y seguro que aquella conversación la conocerían pronto todos los vecinos.
Aunque tampoco le importaba. Ya había decidido dar el primer paso nada más acabar la consulta esa misma tarde. No quería esperar hasta que apareciera Dean Ratchitt. No quería perder el tiempo pidiéndole que saliera con él. Iba a ir directo a lo que quería. Le iba a proponer que se casara con él.
Capítulo 2
JASON estaba empezando a ponerse un poco nervioso, un estado bastante inusual en él.
Aunque comprensible, decidió mientras entraba por la puerta de atrás de la casa de Emma. No todos los días le pedía uno matrimonio a otra persona, y menos a una mujer de la que no estaba enamorado, con la que nunca había salido y menos acostado. La mayoría de la gente diría que estaba loco. Adele seguro que pensaría eso.
Pensar en la opinión de Adele le motivaba. Todo lo que Adele pensara que era locura, seguramente era lo más cuerdo en este mundo.
Decidido a no cambiar de parecer, Jason cerró la puerta y caminó por el sendero que iba hasta la puerta de atrás de la casa de Emma. Se veía luz a través de las cortinas de las ventanas. También se oía música en alguna parte. Estaba en casa.
Había unos escalones de acceso. Jason puso el pie en el primero, se detuvo, se colocó la corbata y se estiró la chaqueta.
No es que hiciera falta estirarse la chaqueta, porque llevaba un traje de corte italiano, de color gris oscuro que nunca se arrugaba y que le hacía sentirse como si fuera millonario. La corbata era de seda, también gris con rayas de color azul y amarillo. Era moderna y elegante, sin llegar a ser chillona. Incluso se puso algo de la colonia que guardaba para ocasiones especiales.
Jason sabía que esa noche tenía una misión difícil y no quería dejar nada al azar. Quería dar a Emma una imagen atractiva y deseable de sí mismo. Quería demostrarle que él era lo que Dean Ratchitt no podía ser nunca. Quería ofrecerle lo que Dean Ratchitt nunca le había ofrecido. Un matrimonio sólido, seguro, con un hombre que nunca le sería infiel y del que se podría sentir orgullosa.
Respiró hondo y continuó subiendo los escalones, levantó una mano y llamó a la puerta. Los segundos que tardó ella en abrir le hicieron sentir el estómago revuelto. Tendría que haber comido algo antes de ir. Pero no había sido capaz de probar bocado hasta no saber la respuesta de Emma.
Una vocecilla interna le advertía que le iba a rechazar, que ella era una mujer romántica y que no estaba enamorada de él.
La puerta se abrió poco a poco. Un rectángulo de luz iluminó su rostro. Emma se quedó de pie, su rostro en la oscuridad.
–¿Jason? –le preguntó con voz débil. Habían pasado bastantes semanas de visitas a Ivy, antes de que se dirigiera a él por su nombre de pila. Aunque a veces lo seguía llamando doctor Steel. Le alegró de que esa noche no lo llamará de esa manera.
–Hola, Emma –saludó él, sorprendido por su tranquilidad. Tenía el corazón en un puño y el estómago revuelto, pero respondió de forma muy segura.
–¿Puedo entrar un momento?
–¿Entrar? –repitió ella como si no lograra entender lo que le había dicho. No la había ido a ver desde la muerte de su tía. Había ido al funeral, pero había recibido una llamada y se había tenido que ir a una urgencia. Seguro que pensaba que su amistad con él se había acabado cuando murió su tía.
–Es que quiero pedirte una cosa –añadió él.
–Ah, bien –se apartó y le dejó entrar.
Jason la siguió con el ceño fruncido. Parecía estar mejor de lo que había estado el día del funeral, pero todavía estaba muy pálida y delgada. Tenía los pómulos hundidos, con lo que parecía que sus ojos verdes eran más grandes. Llevaba un vestido suelto y el pelo casi no tenía brillo.
Jason echó un vistazo a la cocina. Estaba muy limpia. Posiblemente no había estado comiendo bien desde que murió su tía. El frutero que había en el centro de la mesa estaba vacío, y también el tarro de las galletas. A lo mejor es que no tenía dinero para comida. Los entierros eran muy caros.
¿Se habría gastado todo el dinero que tenían en enterrar a Ivy?
Ojalá se le hubiera ocurrido pensar en eso antes de ir. No debería haberla dejado sola. Tendría que haberle ofrecido ayuda. ¿Qué clase de médico era? ¿Qué clase de amigo? ¿Qué clase de hombre?
Pues la clase de hombre a la que no se le ocurría otra cosa que pedirle a una mujer que se casara con él sólo porque le convenía. Pero no había tenido en cuenta las necesidades de ella. Era un gesto muy arrogante por su parte.
En realidad, no había cambiado tanto. Seguía siendo el mismo egoísta y avaricioso que había sido siempre. ¿Cuándo iba a aprender? ¿Cuándo iba a cambiar? Esperaba conseguirlo algún día.
Sin embargo, estaba decidido a continuar con lo que le había llevado allí esa noche. Decidió que él era un buen partido para una muchacha cuyo estado no era muy boyante.
–¿Quieres que prepare café? –le preguntó con gesto triste. Sin esperar su respuesta, se fue a llenar de agua la cafetera.
No era la primera vez que le había preparado café. Cada vez que había ido a visitar a Ivy se lo había ofrecido. Emma sabía que le gustaba tomarlo en un vaso, con sólo una cucharada de azúcar.
Jason cerró la puerta de entrada y se sentó en la mesa de formica, observándola moverse por la cocina. Se movía de forma muy grácil y elegante.
Una vez más, sintió deseos de acariciarle el cuello, seducirla para calmar su deseo, un deseo tan fuerte como el que había sentido una vez por Adele.
Pero no era Adele, una mujer cuya belleza tenía un toque muy sofisticado. Adele tenía unas piernas muy sensuales, sobre todo cuando llevaba los trajes negros que se ponía para ir a trabajar.
Jason no se imaginó a Emma vestida con traje, ni con la ropa interior que Adele utilizaba.
Pero, de alguna manera,