El otro. Miranda Lee

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El otro - Miranda Lee Bianca

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pasar ver a cada paciente. Había que ver a el máximo de pacientes posible. Eso significa dinero y el dinero es lo que importa. No la gente. Ni la vida. Sólo el dinero.

      Estaba mirándolo fijamente, viendo la verdad que se escondía en aquellas palabras. Una verdad que decía que no sólo Adele había sido la avariciosa y despiadada. Él había sido igual que ella.

      Jason suspiró.

      –Ésa es la verdad y yo más o menos era igual.

      –No, Jason –le respondió ella con voz suave–. Tú no. Tú no eres así. He visto cómo tratabas a la tía Ivy. Eres un hombre cariñoso, un buen médico.

      –Me halagas, Emma. Me gusta pensar que me di cuenta a tiempo y traté de mejorar. Por eso me fui de la ciudad y vine aquí, para descubrir una forma mejor de vida.

      –¿Y tu relación con Adele? –le preguntó con gesto pensativo.

      –No puedo seguir enamorado de una mujer que desprecio –le respondió.

      Ella se empezó a reír, lo cual le sorprendió.

      –¿Tú crees que el amor se acaba con tanta facilidad? ¿Tú crees que por encontrar un defecto en la persona que amas, la dejas de amar? Créeme si te digo, Jason, que eso no es así.

      Sus palabras fueron como una patada en el estómago. Estaba claro que todavía estaba enamorada de Dean Ratchitt, a pesar de que le era infiel. Y creía que él estaba enamorado todavía de Adele.

      Jason intentó pensárselo mejor. A lo mejor tenía razón y estaba todavía enamorado de Adele. La verdad era que pensaba mucho en ella, sobre todo cuando estaba en la cama.

      Pero ninguno de esos factores iban a disuadirle de su intención de convertirla en su esposa. Ni tampoco iba a dejarla pensar que no estaba enterado de la pasión que sentía por otro hombre.

      –Ya me han contado lo de Dean Ratchitt –le dijo de forma abrupta. Sus ojos verdes brillaron.

      –¿Quién te lo contó? ¿La tía Ivy?

      –Entre otras.

      –¿Y qué… qué dicen?

      –La verdad. Que te ibas a casar y que te engañó con otra. Que discutisteis y que le dijiste que te ibas a casar con el primer hombre decente que te lo pidiera –le respondió mirándola a los ojos–. Y yo soy ese hombre, Emma. Y es lo que te estoy pidiendo, que te cases conmigo.

      Jason se quedó sorprendido al ver que ella se enfadaba.

      –No tienen ningún derecho a contarte eso –replicó ella–. Yo no quise decir eso. No me puedo casar contigo, Jason. Lo siento.

      Aquella respuesta apasionada borró del rostro de Jason toda expresión de calma y tranquilidad que hasta ese momento había tenido.

      –¿Por qué no? –exigió él–. ¿Es que estás esperando que vuelva Ratchitt?

      –Dean –espetó ella, sus ojos verdes llameantes–. Se llama Dean.

      –Ratchitt le va mejor.

      –Es posible que vuelva –murmuró ella–. Ahora que estoy… estoy sola y… y…

      –¿Y has heredado? –dijo por ella–. No creo que esto le haga volver, Emma –le dijo haciendo un gesto con la mano para señalar la habitación–. Los hombres como Ratchitt quieren de la vida algo más que una casa vieja y un negocio pequeño.

      Emma movía la cabeza.

      –No lo entiendes.

      –Creo que entiendo la situación muy bien. Se apoderó de tu corazón y lo destrozó sin pestañear siquiera. Conozco a ese tipo de hombres. No pueden tener la cremallera abrochada durante más de un día. Y sólo se quieren a sí mismos. No merece la pena quererlos. Lo mismo me ha pasado a mí con Adele. Y pertenece al pasado. Lo mejor que puedes hacer es olvidar a Ratchitt y seguir viviendo. Cásate conmigo, Emma –le instó cuando vio la confusión en sus ojos–. Te prometo que seré un buen marido para ti y un buen padre para los niños. Porque querrás tener niños, ¿no? No querrás despertarte un día y ver que eres una solterona con nadie más en que pensar.

      Emma se cubrió la cara con las mano y empezó a llorar. Sin hacer ruido, pero con mucho sentimiento, moviendo los hombros. Jason se puso en cuclillas a su lado. Tomó su delicada mano y le giró su rostro lloroso.

      –Nunca te haré sufrir así, Emma. Te lo juro.

      –Pero es muy pronto –sollozó ella.

      Jason no estaba muy seguro de lo que había querido decir.

      –¿Muy pronto para qué? ¿Quieres decir que ha pasado poco tiempo desde que murió Ivy?

      –Sí.

      –¿Me estás diciendo que podrías casarte conmigo más adelante?

      Levantó los ojos. Jason vio que estaba a punto de responder de forma afirmativa. Pero algo se lo impedía.

      –Dentro de un mes –le respondió–. Pídemelo dentro de un mes.

       Jason se sentó sobre sus talones y suspiró. Tampoco era tanto tiempo. Pero le dejaba preocupado. No creía que aquel período de espera tuviera nada que ver con la muerte de Ivy. Era por Ratchitt. Seguro que esperaba que volviera.

      La posibilidad de que aquel desgraciado volviera era mínima, pensó Jason. Pero, por mínima que fuera, le ponía enfermo. Sólo imaginarse a Emma otra vez en sus brazos, le revolvía el estómago.

      Se sentía celoso. Lo extraño era que él nunca había sentido celos. Emma evocaba unos sentimientos extraños en él. Además de celoso se sentía protector.

      Pero la mayoría de los hombres se sentiría protector con una chica como Emma. Era tan frágil, tan dulce. Alguien tenía que protegerla de tipos como Ratchitt. No tenía experiencia para saber a qué tipo de persona se estaba enfrentando.

      –Está bien, Emma –replicó Jason–. Un mes. Pero eso no quiere decir que no te pueda ver hasta dentro de un mes, ¿no? Me gustaría salir contigo de vez en cuando, para así conocernos.

      –Pero todo el mundo pensaría que… que…

      –Que estás saliendo con el doctor Steel –terminó por ella–. ¿Y qué hay de malo en ello? Eres una chica soltera. Yo también estoy soltero. La gente soltera queda para salir, Emma. Eso no es nada malo.

      –No conoces a las damas de Tindley.

      –Las estoy empezando a conocer. ¿Qué te parece si quedamos mañana a cenar? Es viernes y yo siempre salgo los viernes. Nos podemos ir a la costa, si no quieres que te vean conmigo en Tindley.

      Emma parpadeó y lo miró.

      –¿Y después vas a pedirme que me acueste contigo?

      Jason casi no pudo evitar mostrar en su mirada el sentimiento de culpabilidad. Porque no tenía pensado seducirla esa noche. Era algo que había pensado hacer después de

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