Best Man. Katy Evans
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Eva se percata de mi preocupación y me tira del brazo.
—Seguro que no será nada, ya verás.
Yo no estoy tan segura.
Aaron se enorgullecía de ser el alma de la fiesta. Si un amigo montaba un numerito, él montaba dos. Si un miembro de la fraternidad bailaba sobre la barra de su bar privado en el D-Phi, él lo hacía desnudo. Su nombre en clave en la fraternidad era Gluppy porque bebía como un pez, todo el rato. Glup. Glup. Glup.
Si había un límite y tenía que ver con el alcohol, Aaron debía cruzarlo.
Nos peleábamos como el perro y el gato porque jamás le decía que no a ninguna mujer que flirteara con él. Y a veces hacía algo más que flirtear, sobre todo cuando había bebido.
Miro a Natalie.
—¿Mike te dijo algo acerca de Aaron?
Me mira, apenada.
—No, lo siento.
Me quedo callada porque soy la anfitriona y no es momento de sufrir una crisis de ansiedad, pero en cuanto puedo alejarme con discreción, marco el número de Aaron.
Salta el buzón.
Llamo de nuevo con la esperanza de que responda, pero sigue sin descolgar. Otra vez el buzón.
Un desfile de imágenes a cada cual más escalofriante pasa por mi mente. Winter Park lleno de dulces conejitas esquiadoras con trajes apretados, y a Aaron siempre le han gustado las chicas guapas.
Más que gustar, cuando bebe. Por eso rompimos la última vez.
¡Dios, Lia, tranquilízate! Estás exagerando.
Eso fue hace diecinueve meses, antes de que madurara, me pidiera matrimonio y se convirtiera en otro hombre. Claro que todavía bebe, pero aparte de eso, ahora es prácticamente un santo. Solo espero que ayer no se pasara con la bebida e hiciera algo de lo que pueda arrepentirse.
Le mando un mensaje rápido: «¿Estás bien?».
Miro la pantalla como si así fuera a contestarme más rápido, pero no sucede. Luego, levanto la mirada y veo un rostro amable y conocido que me sonríe desde el otro lado del restaurante.
Es Mimi. Tiene noventa años, es mi bisabuela y ha venido desde Sacramento. Hace años que no la veo.
Casi derribo a un camarero que venía con una bandeja de desayuno en mi carrera hacia ella. Para cuando llego, ya estoy llorando a lágrima viva. Está muy arreglada, a su estilo: un traje de poliéster rosa y un pintalabios del mismo color a juego. Lleva el pelo teñido de color platino, como si Barbie ya fuera abuela. La abrazo muy animada.
—¡Mimi, voy a casarme!
—Lo sé, cariño —dice con voz suave pero ronca mientras me acerco a su mesa—. Estás espléndida, Dahlia. No podía perderme el gran día de mi bisnieta favorita.
No soy su bisnieta favorita, porque no tiene favoritos entre los treinta que estamos repartidos por todo el país, y nunca se pierde el cumpleaños de ninguno. Sé que es probable que se me hinche la cara debido a las lágrimas, pero no puedo evitarlo.
—Estoy tan contenta de que hayas venido.
—¡Pues claro que he venido! Aunque pensaba que Weston sería el primero en casarse. ¿Dónde está?
Miro a mi alrededor en busca de mi hermano Weston. Lo invitaron a la despedida de soltero de ayer por la noche, pero dijo que estaba «más allá» de todo eso porque acababa de cumplir treinta años. Y, además, nunca hace nada excepto trabajar. Es una pena, porque habría sido genial contar con su informe de la velada.
—Puede que esté en el gimnasio o trabajando. Ya lo conoces.
Sacude la cabeza, decepcionada.
—¿Sabes al menos si tiene novia?
Niego con la cabeza. West tiene muchas chicas, tantas que he perdido la cuenta. Se las traga y las escupe para pasar el rato.
—Nadie especial.
—Qué pena, con lo guapo que es. Por cierto, hablando de hombres guapos, ¿dónde está tu prometido? ¿Aaron, verdad? He oído que es bastante atractivo, y me gustaría conocerlo.
—Claro que sí —respondo a la vez que me muerdo el labio, aunque seguro que eso tampoco es bueno para mi aspecto—. Ayer fue la despedida de soltero y parece que estuvieron hasta bastante tarde, pero vendrá pronto. ¿Cómo ha ido el vuelo? ¿Qué te parece este lugar? Tu nieto no ha reparado en gastos.
—Está bien. —Mira a su alrededor con los labios fruncidos—. Sí, está bien. Pero ya sabes que lo que importa es el hombre, no la ceremonia, ¿verdad?
—Sí, claro. Quería decir que…
—Todo esto es bonito… —Se inclina más cerca como si fuera a darme un sabio consejo marca de la casa Mimi—, pero no es necesario, en el fondo.
—Bueno, no. Pero un día es un día, ¿no? Más vale hacerlo bien y a lo grande.
—¿Bien y a lo grande? Tu bisabuelo y yo nos casamos en el ayuntamiento y compartimos un pastelillo industrial en el paseo de Santa Mónica para celebrarlo. Y a nosotros nos pareció maravilloso —dice, y sus ojos se entelan un poco, cautivada por el recuerdo.
Sonrío y acaricio la finísima piel de sus manos. Entiendo que dice Mimi, pero Aaron y yo estábamos de acuerdo en que había que tirar la casa por la ventana. A él le encantan las fiestas, vive para ellas. Y yo quería algo que la gente recordara de por vida. Esta es la mejor forma de hacerlo. He soñado y planeado este momento desde siempre, y es así como tiene que ser.
Me levanto y digo:
—Bueno, cuando baje Aaron te lo presentaré. ¿Vienes al balneario?
Sacude la cabeza.
—Oh, no. Eso es para las jovencitas.
—¡Pero si tú también eres joven!
Agita la mano.
—Vamos, vamos, Dahlia.
—Vale, de acuerdo… ¿Nos vemos después?
Asiente.
—Pásatelo bien, cariño.
La abrazo de nuevo, aspiro el olor de su colonia, y luego voy en busca de Eva y del resto de las chicas, que me esperan.
Compruebo el teléfono. La cita en el balneario es a las diez y faltan unos quince minutos. Ya me imagino la escena: yo, sumergida en un baño de barro, inmóvil y nerviosa mientras pienso dónde estará Aaron, o si se habrá ahogado con su propio vómito. Seguro que me relajo mucho.
—Eva… ¿por qué no te adelantas con las chicas y empezáis sin mí? Voy a comprobar qué le pasa a Aaron.
Arruga