Best Man. Katy Evans
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—Sí, estoy segura. No tardaré nada.
Subo al segundo piso en el ascensor, voy a su habitación y llamo a la puerta. Escucho. Nada.
Llamo más fuerte.
Genial. Ha sido el novio modelo, responsable y centrado, durante los últimos diecinueve meses, ¿y escoge este momento para saltarse las reglas?
Llamo hasta que me duelen los nudillos.
Nada.
—Eh, vale ya. Ni Godzilla hace tanto ruido, aunque eres una digna descendiente, «Novzilla».
Al escuchar la profunda voz a mi espalda, me pongo rígida. Solo hay una persona en el mundo con ese tono de barítono.
Me giro y me encuentro con Miles. Casi dos metros de hombre, y mi cara se contorsiona en una mueca de enfado. Ese es el efecto que el mejor amigo de mi prometido causa en mí.
Cruzo los brazos y trato de ignorar el hecho de que no lleve camisa y esté empapado en sudor. Lleva unos pantalones cortos que se pegan a sus músculos perfectamente definidos. Una toalla le cuelga de un hombro, y tiene el pelo negro húmedo. Miles Foster es perfecto en todos los sentidos.
Y lo sabe, el muy engreído.
Su habitación queda justo delante de la de Aaron. Se detiene frente a su puerta y saca la llave mientras me brinda una panorámica completa de su ancha espalda. Sí, también es perfecto desde este lado. No tiene ni un maldito grano, le sobran músculos que harían llorar de admiración a un escultor y no digamos a una chica, y en la parte baja de la espalda se forma una flecha perfecta que señala a su trasero. También perfecto, por cierto.
Tengo pocos recuerdos de nuestra primera noche juntos, pero de lo que me acuerdo… preferiría no hacerlo. No quiero, pero es imposible olvidar ciertas cosas, como que su culo es un perfecto juguete para las manos. Si lo tocas una vez, ya no puedes dejar de jugar.
Es muy injusto que Dios le concediera esos dones a un tipo arrogante como él.
—Estás poniendo el suelo perdido, idiota —le digo.
Saca la llave, la pasa por la cerradura electrónica y abre la puerta de la habitación. Me ignora; es una táctica que ha perfeccionado durante los cinco años que hace que nos conocemos.
Entra y está a dos segundos de cerrarme la puerta en la cara cuando le grito:
—¡Espera!
Sostiene la puerta y se gira lentamente a la vez que se acaricia la barba de dos días.
—¿Sí?
Señalo a mi espalda.
—¿Me ayudas?
Se recuesta sobre el quicio de la puerta, toma la punta de la toalla y se frota el pelo para secárselo al mismo tiempo que se despeina. Algunas gotitas de agua me salpican en la cara. Capullo.
—¿Qué?
—Bueno… —Suspiro con desesperación—, saliste con él anoche, ¿verdad? ¿Está ahí dentro? ¿Está bien? Tengo quinientos invitados abajo que preguntan por él.
Sus labios exhiben una media sonrisa divertida.
—Sí, estuve con él. Sí, fuimos a esquiar y luego a una discoteca. Sí, llegamos tarde. Y sí, está bien. Así que deja de preocuparte, Novzilla. Tienes veinticuatro horas hasta el acontecimiento del año. Tu boda perfecta será perfecta, no te preocupes.
Frunzo el ceño.
—¿Es mucho pedir verlo? ¿Hablar con él?
Cruza el pasillo y se acerca a mí. Está tan cerca que huelo el cloro de su sesión de natación y veo las motas verdes en el iris de color azul tormenta de sus ojos. Soy casi seis centímetros más baja que él, algo que jamás ha sido tan obvio como en este instante en que me mira desde arriba, con su cuerpo perfecto y desnudo a mi alcance.
Casi me atraganto al respirar.
La puerta de su habitación se cierra mientras dice:
—¿No tienes que ir a que te envuelvan en algas de mar o algún tipo de tortura similar que crees que te ayudará a estar más guapa mañana, pero que, en realidad, no tendrá más efecto que vaciar todavía más la cartera de tu padre?
—Yo… —Esa es la habilidad de Miles. Dejar a la gente pasmada y sin saber qué decir. Es tremendamente perceptivo: sabe ver el alma de una persona, meter su mano en ella y pulsar todas las teclas. Como un mago. Es el tipo de hombre que, al principio, crees que va a su rollo y nada más, y luego te percatas de que es jodidamente brillante. Odio que sea así—. ¿Qué? Oye, solo quiero hablar con Aaron. Mi prometido.
Me mira fijamente y me evalúa con la misma superioridad de siempre y que me hace sentir diminuta como una seta. Luego dice:
—Tienes que hacerte la manicura.
Miro hacia abajo. Sí, tengo las uñas hechas un desastre. ¿Cómo lo sabe? ¿Me ha mirado los dedos? ¿Qué tipo de hombre va por ahí mirando las uñas de las mujeres?
Cierro las manos para ocultar las uñas. Podría darle un puñetazo.
Probablemente no es la mejor forma de pasar las veinticuatro horas previas a mi boda. Con la suerte que tengo, me rompería la mano contra esa tabla de madera que tiene por abdominales, y seguro que la luna de miel en Maui con una escayola no es lo mismo.
Me aparto de él y voy hacia el pasillo.
—Mira, dile que me llame cuando se despierte, ¿vale? Tiene que bajar, cuanto antes mejor. Gracias.
Camino a toda prisa, con la piel de gallina después del encuentro. Sé que todavía me mira y que no se pierde ni uno de mis pasos mientras me alejo.
No puedo creer que él y yo, una vez…
Ugh. No quiero pensar en eso el día antes de casarme con su mejor amigo.
Me pregunto si el Midnight Lodge tendrá tratamientos antipiojos.
9:49 h
6 de diciembre
Ugh. Miles Foster.
Es asombroso que Aaron y yo hayamos durado tanto, si tenemos en cuenta lo mucho que desprecio a su mejor amigo. Miles es tan malo que casi hizo que me lo pensara dos veces antes de seguir con Aaron. Cuesta creer que durante la primera fiesta de la fraternidad de la universidad de Colorado a la que fui, cuando estudié a todos los miembros del grupo que había en ese sótano húmedo, me fijara precisamente en él.
Sí, vale. Todas las chicas que había en aquel sótano hicieron lo mismo.
Aaron es el típico rubio americano y Miles