E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras
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Lorenzo frunció el ceño con incredulidad.
–¿Os parecíais? ¿Y qué problema había con tu nariz?
–Tenía el caballete muy pronunciado, y no podría haberme hecho pasar por ella si no me hubiese sometido a esa operación. Me pidió que acudiera en su lugar a algunos eventos benéficos en los que no tenía que hacer nada más que dejarme ver allí. Lo de fingir no se me da muy bien –le confesó incómoda–. Eran eventos a los que no le apetecía ir; otras veces quería despistar a los paparazzi para poder ir a algún sitio sin que la siguieran. Me prestaba ropa y joyas para que resultara más convincente.
Las facciones de Lorenzo no podían estar más tensas.
–¿Me estás diciendo que te compinchaste con Brooke para engañar a otras personas? ¿También a mí?
Milly frunció el ceño, ofendida.
–Bueno, yo no lo veía así, y nunca fue para engañarte a ti. Yo lo hacía porque pensaba que estaba ayudándola, haciéndole la vida un poco más fácil, porque siempre parecía muy ocupada y estresada –protestó.
–Engañabais a la gente –la contradijo Lorenzo con una mirada gélida de desaprobación–. Si esta historia tan surrealista es verdad, dime a dónde ibais el día del accidente.
Milly contrajo el rostro.
–Yo tenía que ir a un hotel, donde me alojaría varios días fingiendo ser Brooke, mientras ella estaba fuera, de viaje, con mi pasaporte. Claro que ni yo llegué al hotel, ni ella al aeropuerto…
–¿Ella iba a usar tu pasaporte? –exclamó Lorenzo sin dar crédito a lo que estaba oyendo–. ¡Pero eso es ilegal? ¿Y dónde pensaba ir?
–No lo sé; no me lo dijo –murmuró Milly–. A veces me contaba cosas, y otras no me decía nada. Dependía de su estado de humor.
La descripción que había hecho del carácter impredecible y temperamental de Brooke no podía ser más exacta, admitió Lorenzo de mala gana para sus adentros. En contra de toda lógica, estaba empezando a escucharla, a atar cabos y estaba empezando a ver que aquella historia tan rocambolesca podía tener algún sentido.
Podría intentar averiguar si una pasajera con el nombre de «Milly Taylor» no había llegado a embarcar ese día en su vuelo e indagar un poco más sobre ella para contrastar la veracidad de su historia.
A Milly la actitud de Lorenzo le parecía extrañamente distante. Sospechaba que estaba sopesando los hechos, pero ignorando la dura realidad de su situación.
–El caso es que por eso iba en el coche con Brooke el día del accidente. Nos habíamos cambiado la ropa, y me imagino que por eso se equivocaron al identificarnos.
–Las dos habíais quedado desfiguradas –reconoció Lorenzo apartando la vista, muy tenso, como si no pudiera soportar mirarla ni un segundo más. Se quedó callado un momento antes de añadir–: No puedo creer que me estás diciendo que mi esposa está muerta, que murió hace dieciocho meses en el accidente.
–Lo siento muchísimo. Siento todo lo que ha ocurrido –murmuró Milly acongojada–. Si no hubiera sufrido amnesia habría podido decir que yo no era Brooke y habrías sabido la verdad hace meses…
Lorenzo dejó escapar el aliento y se pasó una mano por el corto cabello. Su agitación era palpable.
–Brooke está muerta… –murmuró.
–Sí –susurró Milly, con lágrimas en los ojos–. ¿Me crees ahora?
–Solo podré creerte cuando haya tenido tiempo de confirmar las cosas tan sorprendentes que me has dicho –le respondió Lorenzo.
Milly se estremeció por dentro. Se sentía como si Lorenzo la estuviera despachando con esa respuesta, distanciándose de ella hasta que hubiera averiguado si era demasiado fantasiosa o si estaba sufriendo una crisis nerviosa. De pronto todo había cambiado entre ellos.
No significaba nada para él; nunca había significado nada para él. Todo lo que había hecho por ella lo había hecho porque creía que era Brooke. Para él ni siquiera había existido, y ahora que sabía quién era en realidad jamás volvería a tocarla o a mirarla como lo había hecho antes de ese día.
Y a ella no le quedaba otra que afrontar esa realidad y volver a poner los pies en la tierra, aunque no sería nada fácil. Se sentía como si se le estuviera partiendo en dos. Apretó los labios e irguió los hombros, decidida a no hacer o decir nada que pudiera delatar su abatimiento. En ese momento lo último que necesitaba Lorenzo era más estrés, y probablemente ni siquiera querría recordar que había hecho el amor con ella creyendo que era su esposa. No, cuanto antes volviera a su vida anterior, mejor sería para él.
Echando la vista atrás a los últimos meses, Lorenzo no podía dejar de maravillarse de cómo había permitido que los médicos acallasen sus inquietudes con respecto a lo distinta que parecía Brooke desde que había salido del coma. Desde ese momento había tenido la sensación de que su personalidad había cambiado por completo. Pero naturalmente había hecho caso a los médicos cuando le habían restado importancia al asunto porque jamás se le habría ocurrido que aquella mujer pudiera ser otra que su esposa.
¡Dio mio, pero si hasta la policía la había identificado como su esposa! En ese momento a nadie se le había pasado por la cabeza que podrían haber cometido un espantoso error. ¿Quién podría haberlo imaginado, cuando nadie había sabido del parecido físico entre ambas mujeres? Y por supuesto entonces él tampoco sabía qué relación había habido entre ellas.
Probablemente Brooke solo había mantenido el trato con su media hermana por interés, al ver que podía sacar provecho del parecido entre las dos. Le repugnaba pensar que Milly se había hecho pasar por ella varias veces, que se hubiera prestado a engañar a otras personas de ese modo.
–Me buscaré otro sitio donde vivir tan pronto como pueda –murmuró Milly de carrerilla.
–¿Y a dónde piensas ir? –inquirió Lorenzo, mirándola con frialdad–. ¿Derecha a la prensa para vender la historia del siglo por un montón de dinero?
A Milly la horrorizó que pudiera siquiera creerla capaz de algo así. Al oírle sugerir eso se puso lívida y lo miró con los ojos muy abiertos.
–¡Por supuesto que no! Jamás te haría algo así, ni me lo haría a mí misma.
–¿Ni siquiera por dinero? –apuntó él.
Lorenzo se sentía tremendamente confundido. No terminaba de digerir todo lo que había oído. Se le hacía muy cuesta arriba pensar en los últimos meses, en todo lo que había vivido con aquella mujer que había creído que era su esposa, y aceptar que era otra persona. Y una extraña, además, añadió para sus adentros, a la que no había visto en su vida y de la que nunca había oído hablar. Necesitaba tiempo para aceptar todo aquello.