E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras
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–Estaré bien –le aseguró Brooke.
El chófer sacó del vehículo el transportín de Topsy. Brooke se agachó para dejarlo libre, y las frenéticas muestras de afecto del animalito la hicieron sonreír de oreja a oreja.
–Siempre puedo aprovechar esos ratos para salir a pasear con Topsy, sentarme al aire libre a leer un rato, o incluso explorar un poco.
–Bueno, tampoco pienso pasar cada día trabajando –puntualizó él con una sonrisa–. Y no quiero que te vayas muy lejos tú sola, así que mejor deja lo de explorar para cuando esté aquí contigo.
Cuando se dirigieron a la entrada con Topsy tras ellos, Brooke alzó la vista hacia la fachada. Sus ojos violetas brillaban admirados.
–Me encantan las casas antiguas –murmuró, alargando una mano para acariciar la piedra blanquecina, calentada por el sol.
Lorenzo se mordió la lengua para no contradecirla; antes del accidente había detestado las antigüedades.
–¿Cuándo la compraste? –le preguntó ella cuando entraron.
–Mucho antes de conocerte. Quería una casa aquí, en Italia, y siempre pensé en venir de vacaciones, pero, para serte franco, apenas he pisado este lugar desde que terminaron las reformas.
Brooke le dio un golpe juguetón en el hombro.
–Es que trabajas demasiado –apuntó.
Estaba admirando el rústico vestíbulo con una mano apoyada en la barandilla de la vieja escalera de madera, cuando apareció un hombre mayor, que los saludó en italiano.
–Este es Jacopo –se lo presentó Lorenzo–. Su esposa Sofía y él están a cargo de las tareas de la casa –le informó. El hombre le preguntó algo en italiano y él se lo tradujo a Brooke–: ¿A qué hora quieres almorzar?
–¿Sobre las doce? –propuso ella vacilante–. Como nuestro vuelo salió tan temprano tengo bastante hambre.
Lorenzo le transmitió su respuesta a Jacopo y la condujo al piso de arriba mientras le explicaba:
–A Sofía le gusta organizarse con tiempo. Y es una excelente cocinera.
–¿Alguna vez cociné yo para ti? –le preguntó Brooke.
–Nunca.
Ella enarcó las cejas, sorprendida.
–Me pregunto por qué; me he dado cuenta de que me gusta la sección de recetas de las revistas, y eso me había hecho pensar que debía gustarme cocinar –le dijo.
Entraron en un dormitorio impresionante pero también lleno de encanto. Brooke giró con la cabeza levantada para admirar el techo abovedado, y al ver una puerta en una esquina de la habitación se dirigió hacia allí curiosa y se rio con deleite al descubrir, como había imaginado, que era una de las cuatro torres, y que allí se había construido un cuarto de baño circular.
–Es una casa maravillosa, Lorenzo –comentó al salir–. ¿Estaba muy destartalada cuando la compraste?
–Prácticamente estaba en ruinas –asintió él–, pero me encantaban las vistas y el viejo patio de atrás, que estaba totalmente invadido por la maleza. No me fijé demasiado en el potencial de la casa en sí, ni en lo enorme que era. De hecho, no necesitamos la media docena de habitaciones que hay.
Las puertas del balcón estaban abiertas de par en par, y cuando salieron Brooke respiró aliviada al ver que el entramado de hierro forjado de la barandilla era lo bastante cerrado como para que la curiosa de Topsy no pudiera asomarse y caerse. Se apoyó en la barandilla y admiró extasiada el paisaje.
La bruma matinal flotaba aún sobre el pintoresco pueblo amurallado que se alzaba sobre una colina cercana, y realzaba de un modo mágico el intenso verde de los viñedos y los huertos de árboles frutales que se extendían por el valle. El jardín estaba bordeado por ancianos castaños, y sus hojas estaban cambiando ya de color, anunciando que se acercaba el otoño.
–Todo esto es tan hermoso… –murmuró con un suspiro.
Lo más hermoso era ella, con su suave melena, rubia y rizada, cayéndole sobre la espalda, pensó Lorenzo, poniéndose detrás de ella.
Posó una mano sobre su hombro desnudo y Brooke se echó hacia atrás, apoyándose en él. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera para luchar por su relación. Cuando Lorenzo agachó la cabeza para besarla en el otro hombro un cosquilleo recorrió todo su cuerpo, como si él hubiera accionado un interruptor secreto. Y luego, cuando rozó sus labios contra la sensible piel de la curva que ascendía hacia el cuello, se encontró empujando las caderas hacia atrás, contra las de él.
Lorenzo le bajó lentamente la cremallera del vestido y lo abrió para descender por su espalda beso a beso mientras ella se removía, excitada, al descubrir que a lo largo de la columna tenía una serie de puntos erógenos que desconocía. Al notar que le soltaba el enganche del sujetador se inquietó porque estaban en el exterior y, aunque aquella era una zona rural, podría haber gente en los alrededores.
–No quiero que me vean desnuda –murmuró nerviosa, girándose hacia él entre sus brazos. Al ver el modo en que Lorenzo la miró, como sorprendido de que se sintiera cohibida, se temió que su reacción pudiera sofocar su pasión–. Quiero decir que… bueno, podría haber gente trabajando en los viñedos, o cerca.
Lorenzo se rio suavemente, la levantó en volandas, como si no pesara nada, y la llevó dentro para sentarla al borde de la cama. Inclinándose sobre ella le quitó el sujetador con tanta facilidad que Brooke no pudo sino admirar su pericia y se encontró murmurando:
–Debes haber estado con muchas mujeres.
En cuanto esas palabras abandonaron sus labios contrajo el rostro, preguntándose por qué lo habría dicho, y sintió que le ardían las mejillas.
Lorenzo la miró sorprendido.
–Tampoco tantas. Supongo que lo normal, antes de que nos casáramos –respondió.
–¿Quieres decir que desde entonces no…? –balbució ella–. Me refiero a que… bueno, estábamos separados… y yo he estado más de un año en coma…
–No he estado con ninguna otra mujer desde que nos casamos –le dijo Lorenzo–. El día de nuestra boda, al pronunciar los votos matrimoniales, prometí serte fiel, y yo no falto a mis promesas.
Aquel era un tema controvertido, reconoció Brooke intranquila para sus adentros, aunque no podía dejar de impresionarla esa lealtad, a la que seguramente muchos hombres habrían faltado durante una separación. Era algo más por lo que debía sentirse afortunada. Al confesarle eso Lorenzo la había hecho muy feliz, y la había reafirmado en su convicción de que merecía la pena intentar salvar su matrimonio. No había buscado sexo ni consuelo en otra mujer durante todo ese tiempo, y eso decía mucho de la clase de persona que era. Quería volver a decirle que lo amaba, pero se tragó las palabras porque pensó que a él le parecerían vacías en ese momento.
–Nos estamos poniendo demasiado serios –le dijo Lorenzo con una media sonrisa.
–Es