E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras
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¿Por qué no recordaba nunca nada útil?, se preguntó, llena de frustración. Era evidente que debía haber ido a la cafetería en algún momento del pasado para ver a Milly. Y el que Marge no la recordara tampoco tenía nada de raro con la cantidad de gente que pasaría por allí. Sin embargo, lo que seguía intrigándola era ese parecido entre Milly y ella que Marge había apuntado y que había constatado por sí misma al ver la fotografía. Era una coincidencia extraña, pero no sabía qué relación podría tener aquello con el hecho de que Milly hubiera ido con ella en el coche aquel día.
Capítulo 7
DURANTE el trayecto en coche desde el aeropuerto de Florencia Brooke se sentía tranquila y relajada. Ni siquiera la había irritado que hubieran tenido que salir de Londres al alba porque el cambio de ambiente era un alivio para ella y una manera de escapar de sus pensamientos inquietos y repetitivos.
El día anterior esos mismos pensamientos casi la habían empujado a comprar otras revistas de cotilleos en busca de nueva información acerca de su matrimonio. Sin embargo, consciente de que no le serviría de nada, porque ya sabía todo lo que necesitaba saber por el momento, se había obligado a concentrarse en seleccionar la ropa que necesitaría para el viaje con la ayuda de la estilista que Lorenzo había hecho que se desplazase a Madrigal Court esa tarde.
El vestido de tirantes blanco y azul que llevaba puesto había sido una buena elección para el calor estival de Italia. Además, no era atrevido ni la última moda, como la ropa que había encontrado en su vestidor, pero era elegante y le favorecía, porque resaltaba de una manera sutil sus curvas.
Estaba empezando a pensar que quizá estuviera ganando peso. Quizá la obsesión que había tenido antes del accidente por vigilar lo que comía se debiera a que tenía tendencia a engordar. Sin embargo, al salir del coma había estado demasiado delgada, y ahora le parecía que el peso que tenía era mucho más sano.
–¿Había estado antes en Florencia contigo? –le preguntó a Lorenzo.
–No. Intenté traerte un par de veces, pero nunca tenías un hueco en tu agenda. Siempre había algún evento, alguna inauguración o algún desfile de moda que no te podías perder.
–¿Te criaste en la casa en la que vamos a alojarnos? –inquirió Brooke con curiosidad.
Para su sorpresa, Lorenzo se rio y sus ojos negros brillaron, como si la sola idea lo divirtiera.
–No, la compré y la rehabilité hace unos años. A veces se me olvida que sigues con amnesia. No, me crie en un espléndido palacete en el Gran Canal de Venecia, junto a mi padre.
–¿Quieres decir que tu madre…?
–Sí, por desgracia murió al dar a luz. Tenía problemas de corazón –le explicó Lorenzo–. Creo que mi padre jamás me perdonó que fuera la causa de su muerte. Más de una vez me dijo que era la única mujer a la que había amado y que por mi culpa la había perdido. Murió el año pasado; jamás tuvimos una relación estrecha.
–¡Qué triste!, ¡qué lástima! –murmuró Brooke–. Ojalá mis padres hubieran vivido lo suficiente como para que hubieras podido conocerlos; así podrías contarme algo más de ellos.
–Nunca tuve la impresión de que te preocupara no tener familia –le confesó Lorenzo–. De hecho, parecía que era algo que iba con tu carácter, que no necesitabas a nadie. Te gustaba estar sola.
–¿Crees que por eso no quería tener niños? –le preguntó ella abruptamente.
Lorenzo resopló entre dientes.
–No, decías que había múltiples razones por las que no querías hijos: el efecto que tendría en tu cuerpo, el riesgo que suponía para tu incipiente carrera, que la responsabilidad de ser madre coartaría tu libertad…
Brooke asintió. Estaba claro que su carrera lo había sido todo para ella, pero aun así la sorprendía que se hubiese mostrado tan reacia a tener hijos porque, durante el tiempo que había pasado en la clínica, cuando había visto a los niños pequeños que iban a visitar a otros pacientes se había encontrado observándolos con una sonrisa en los labios y le infundían mucha alegría.
–Lo de que no quería hijos… ¿te lo dije antes de que nos casáramos? –le preguntó a Lorenzo.
–No –fue la sucinta respuesta de él–. Si lo hubiera sabido no me habría casado contigo, pero, para ser justo, tampoco me engañaste diciéndome lo contrario. Luego, con el tiempo, me di cuenta de que simplemente habías evitado el tema para no decir algo que te habría comprometido –añadió–. Pero no sé ni por qué estamos hablando de esto; lo último que necesitaríamos ahora sería complicarnos la vida con un niño –comentó con ironía.
–Ya, es verdad –respondió ella algo tensa, porque era verdad. Bastante tenían ya con su amnesia–. ¿Y qué pasó con ese palacete veneciano en el que creciste? ¿Es que no lo heredaste?
–Sí, pero lo convertí en un hotel de lujo. No me sentía unido en absoluto a ese lugar; no tengo recuerdos cálidos ni bonitos de mi infancia –le confesó.
–Me pregunto si mi infancia fue feliz –murmuró ella.
–Yo creo que sí. Por lo que me contaste cuando nos conocimos, parece que tus padres te adoraban –respondió Lorenzo. Al ver que estaba retorciéndose las manos sobre el regazo, puso la suya sobre ellas y le dijo–: Deja de preocuparte por lo que no sabes y por las cosas sobre las que no tienes ningún control.
–Lo sé, sé que no debo preocuparme –musitó Brooke–. Por cierto, me han vuelto un par de recuerdos –le comentó–. El doctor Selby cree que es un motivo de esperanza.
Lorenzo frunció el ceño, entre desconcertado y molesto por que no se lo hubiera dicho antes a él.
–¿Y qué es lo que has recordado?
–Solo a mí misma sentada en una limusina, y otra vez en la cafetería donde trabajaba esa chica, Milly Taylor. Supongo que debía haber ido allí para reunirme con ella. Tampoco es que sean unos recuerdos de gran utilidad –comentó Brooke con un suspiro.
–Sí, pero es un avance prometedor –respondió él.
¿Por qué no lo ilusionaba más en ese momento la perspectiva de que pudiera llegar a recobrar la memoria y que los dos retomaran sus vidas por separado? Tal vez, después de tantos meses, estaban empezando a hacer mella en él el cansancio, sus esperanzas frustradas y la compasión que sentía por Brooke, y simplemente se sentía culpable de desear para sus adentros que su vida volviera a la normalidad.
¿Por qué diablos no era sincero consigo mismo? Aquella nueva versión de Brooke le gustaba muchísimo más; no tenía ninguna prisa por que volviera la original. Tal y como era ahora era agradable e increíblemente sensual. Era natural que prefiriera a la Brooke actual, admitió para sus adentros con cruda sinceridad. No era ningún misterio; solo un masoquista echaría de menos a la Brooke de antes.
Brooke miró por la ventanilla mientras subían por un serpenteante camino de tierra con frondosos árboles a ambos lados. Abrió mucho los ojos, admirada, al ver el enorme caserón con cuatro torres que se alzaba sobre la colina. Debía haber una vista magnífica de la campiña toscana desde allí arriba.
–Es