E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras

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vendedor, malhumorado, cuando tomó la revista para mirarla.

      Brooke se puso colorada y sacó el dinero de su monedero para pagarle. Se quedó parada en medio de la calle leyendo el artículo que venía en el interior de la revista, y su estupor fue en aumento. Tenía el estómago revuelto y se sentía mareada. De pronto todo lo que había creído saber sobre Lorenzo y sobre sí misma se estaba tambaleando. ¿Rumores o infidelidades? Sí, había visto esas fotos de ella en distintos clubes nocturnos con otros hombres, pero había dado por hecho que eran contactos de trabajo o conocidos de su círculo social; jamás habría pensado que…

      Lorenzo tenía un viaje de negocios a Italia y se marchaba esa misma noche y estaría fuera una semana. Si quería hablar con él no podía esperar; tenía que verlo de inmediato…

      ESTÁ AQUÍ su esposa, señor Tassini –informó a Lorenzo su secretaria–. Dice que necesita hablar con usted.

      Sorprendido, pues Brooke jamás había ido al banco a verlo, Lorenzo se levantó de inmediato de su escritorio y le dijo a su secretaria que la hiciera pasar.

      Brooke entró y su secretaria cerró para dejarlos a solas. Nada más verla, Lorenzo supo que había ocurrido algo malo. Tenía la mirada perdida, estaba muy pálida y se había detenido a unos pasos de él entre vacilante y tensa.

      –¿Qué ha pasado? –le preguntó en un tono quedo–. Debería alegrarme porque es la primera vez que sales de casa desde que abandonaste la clínica, pero tienes mala cara.

      –Perdona, no debería haber venido a tu lugar de trabajo –murmuró Brooke. Le había impactado tanto la noticia que ni se le había pasado por la cabeza que no era lo más acertado–. Debería haber esperado a que llegaras a casa. Será mejor que me marche; ya hablaremos antes de que te vayas al aeropuerto.

      –No, espera –dijo Lorenzo, rodeando la mesa y acercando una silla–. Siéntate; es evidente que hay algo que te preocupa. ¿Quieres una taza de té?, ¿o un café?

      –Un café estaría bien –respondió ella, con la esperanza de que la cafeína hiciera que se asentaran un poco sus revueltas emociones. Se sentía como si el suelo se hubiera hundido bajo sus pies.

      Dependía demasiado de Lorenzo, admitió desolada para sus adentros. Desde que había despertado del coma había construido toda su vida en torno a él, y la idea de que su matrimonio no fuera más que un cruel espejismo la había hecho derrumbarse y se hallaba a la deriva en un mar de inseguridad y arrepentimiento.

      Lorenzo le tendió el café que le había pedido, y al tomar el platillo y la taza la alivió tener algo con lo que poder ocupar sus manos.

      –Esta mañana fui a ver a la madre de Paul Jennings –comenzó a explicarle.

      Lorenzo se sentó frente a ella, en el borde de su mesa.

      –Sí, mi secretaria me dijo que le habías pedido la dirección. Me pareció estupendo que por fin te decidieras a salir de casa –comentó–. ¿Es que no ha ido bien?

      –No, no es eso –replicó ella, visiblemente tensa–. Es que… compré una revista porque vi mi cara en la portada.

      –Dio… –masculló Lorenzo–. Debería haber previsto que podrías hacer algo así.

      Brooke levantó la barbilla y lo miró con decisión.

      –No puedes protegerme de todo, Lorenzo. Y no deberías intentar protegerme de la verdad –le dijo–. Si es cierto que estábamos divorciándonos antes del accidente, deberías habérmelo dicho hace semanas.

      Lorenzo levantó una mano para interrumpirla y se incorporó.

      –Sí, ya sé –continuó ella a pesar de todo–: me imagino que el doctor Selby, o algún otro médico te advirtió de que podría ser traumático que afrontase algo así en mi frágil estado. Pero no estoy de acuerdo con esa actitud sobreprotectora. Vuelvo a estar en el mundo real y tengo que hacerme a él de nuevo, aunque me resulte duro o me desestabilice. No soy una niña.

      Lorenzo la estudió pensativo. Lo admiraban la dignidad y el autocontrol que estaba demostrando en aquella situación tan estresante. Era algo que no se habría esperado de ella; Brooke siempre había sido más de ponerse a despotricar, histérica, y de echarle la culpa a todo el mundo y no reconocer su responsabilidad. Inspiró profundamente y aceptó lo inevitable: Brooke había descubierto la verdad y no podía seguir negándolo:

      –Sí, estábamos en proceso de divorcio cuando ocurrió el accidente –admitió.

      –Pero… ¿por qué? –le preguntó Brooke, sin irse por las ramas.

      Lorenzo la escrutó un momento antes de contestar. Parecía tan frágil, y estaba tan pálida… No sabía cómo iba a decirle que había estado engañándolo con varios hombres, con cualquiera, de hecho, que pudiera ayudarla a abrirse camino en la industria del cine. No podía dejar caer sobre ella en esos momentos la fea verdad con todo su peso. Bastante duro debía haber sido ya para ella, que le había dicho la noche anterior que creía que lo amaba, descubrir que habían estado divorciándose antes del accidente.

      –Éramos incompatibles: teníamos distintos objetivos, una visión diferente de la vida –comenzó a explicarle–. Yo quería hijos y tú no; yo quería un hogar, mientras que tú solo querías una casa enorme y lujosa de la que presumir… El divorcio era inevitable.

      Brooke asintió con valor.

      –¿Y… lo de los otros hombres, las aventuras que dicen que tuve?

      –Rumores –mintió él–, pero aun así no me hacían gracia.

      Brooke agachó la cabeza, pero respiró un poco más tranquila ahora que se había disipado su mayor temor: que hubiera sido capaz de traicionar a su marido de esa manera, engañándolo con otros.

      –Lo comprendo –murmuró–. La verdad es que, a pesar de que no recuerdo nada, desde que salí del coma, al ir descubriendo más y más cosas sobre mi vida antes del accidente, cada vez tuve más claro que no estábamos hechos el uno para el otro –le explicó–. Y también está claro que no debería seguir viviendo en tu casa –añadió en un tono quedo. Sentía que debía liberarlo de la carga de sentirse responsable de ella.

      Lorenzo bajó la vista y todo su cuerpo se tensó. No podía dejarla marchar; aún no, se dijo con fiereza. No estaba en condiciones para valerse por sí sola. Sería como abandonarla a su suerte, y aunque en un sentido estricto ya no fuese asunto suyo si se hundía o salía a flote, seguía sintiéndose responsable de ella. Apartarla de sí en ese momento sería algo prematuro.

      –Tengo una solución mejor –se oyó murmurar, antes de pensar bien siquiera lo que iba a decir. No era algo habitual en él, y eso lo sorprendió–. ¿Por qué no te vienes conmigo a Italia esta noche?

      –¿A Italia? –repitió ella confundida.

      –Sí, te haría bien escapar de los paparazzi y disfrutar de un poco de privacidad. Eres una celebridad aquí en el Reino Unido, pero en Italia apenas te conocen –le explicó, escogiendo con cuidado sus palabras–. Allí estaríamos tranquilos, libres de las especulaciones constantes de los medios. Es lo que necesitamos, un descanso.

      Brooke levantó

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