E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras
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Y Lorenzo tampoco podía decirse que fuera precisamente tímido, se dijo mientras lo veía avanzar hacia la cama, completamente desnudo, como un sensual depredador de piel bronceada y músculos esculpidos.
El solo mirarlo la abrumaba porque todavía no acababa de comprender cómo un hombre tan rico, poderoso e importante podía haberse casado con ella. Y esa baja autoestima que tenía… ¿de dónde venía? Se suponía que era una mujer con confianza en sí misma, con un fondo fiduciario, que a su manera también había disfrutado de éxito profesional. ¿Podría ser que, aunque siempre había mostrado esa fachada de cara a los demás, para sus adentros hubiera sido una persona insegura?
–Dio… Estoy impaciente por estar dentro de ti… –murmuró Lorenzo con voz ronca.
Esas palabras tan gráficas hicieron que un rubor subiera desde el pecho de Brooke hasta su cara, y volvió a sentirse como un pez fuera del agua, como en la primera noche que había pasado con él.
–¿Qué pasa? –inquirió él, al ver lo tensa que se había puesto.
–No lo sé –balbució ella.
Se apresuró a acabar de quitarse el vestido y descalzarse para meterse bajo las sábanas. Se sentía tremendamente incómoda con Lorenzo mirándola de ese modo suspicaz. Siempre parecía darse cuenta de sus inseguridades, y no solo era embarazoso, sino que además la ponía nerviosa porque la hacía perder la compostura.
–¡Pero si te has puesto colorada! –exclamó Lorenzo riéndose, como si lo divirtiera haber conseguido esa proeza.
–¿Por qué has tenido que decirlo? –protestó Brooke–. No sé por qué, todavía siento estos momentos de intimidad contigo como algo nuevo, a lo que no estoy acostumbrada. Sé que es una bobada, pero es así.
–No es una bobada –replicó él, a pesar de que le parecía imposible que nada pudiera azorar a Brooke–. Perdona, ahora me doy cuenta de que estoy siendo muy poco sensible.
–No, es que yo me siento como… fuera de lugar –replicó ella, y alargó la mano para estrechar la de él, en un intento por salvar las distancias entre ellos.
Lorenzo dejó de intentar explicarse lo inexplicable y se metió en la cama junto a ella. Mientras besaba a Brooke comenzó a acariciarle un pezón. Sin embargo, de nuevo se encontró dándole vueltas a los cambios que se habían producido en ella. ¿Cuándo se había vuelto tan seria? ¿Y cuándo había empezado él a comportarse como si aquella solo fuese una identidad temporal de la «verdadera» Brooke?
El caso era que allí estaba él, loco de deseo por la mujer de la que se quería divorciar, como si fuese una droga. Por primera vez desde el accidente se encontró queriendo alejarse de ella, pero entonces Brooke entrelazó sus dedos con los de él, despegó sus labios de él para mirarlo y la sonrisa que iluminó su rostro hizo que se evaporaran todos esos pensamientos.
Cuando empezó a besarlo de nuevo, enroscando su lengua con la de él, Lorenzo sintió que su miembro se endurecía. Se colocó sobre ella y la sujetó por las manos, permitiéndose dar rienda suelta a su pasión.
Brooke notó ese cambio en su actitud y respondió con deleite a sus besos, comprendiendo que había estado a punto de ahuyentarlo con sus inseguridades. Hundió los dedos en su pelo negro y gimió y arqueó la espalda cuando él agachó la cabeza para mordisquear uno de sus pezones. Las hábiles manos de Lorenzo descendieron por su cuerpo, aproximándose a la unión entre sus muslos. Y entonces, cuando la tocó, sus caderas se levantaron del colchón y un grito ahogado escapó de sus labios.
–Estás tan húmeda, tan dispuesta… –murmuró Lorenzo satisfecho.
Hizo que se girase y se pusiese de rodillas frente a él, con los antebrazos apoyados en el colchón. Cuando la penetró de una embestida, todo el cuerpo de Brooke se tensó. El placer que la sacudió era electrizante. Los latidos de su corazón se dispararon y se le cortó el aliento. Lorenzo empezó a mover las caderas, y cada poderosa embestida le provocaba una nueva oleada de placer, como un intenso seísmo que la hacía estremecer e incrementaba la tensión en su pelvis.
Sus músculos internos se contrajeron, y el increíble clímax que le sobrevino la hizo gritar de gusto y hasta se le saltaron las lágrimas. Sin embargo, Lorenzo no se detuvo, sino que siguió sacudiendo las caderas contra las suyas, y empezó a sentir que la tensión volvía a escalar en su pelvis, y bastó con que sus dedos tocaran la parte más sensible de su cuerpo para que se desatara en su interior un nuevo orgasmo.
Se derrumbó sobre el colchón mientras oía a Lorenzo gruñir de satisfacción. La hizo girarse de nuevo y la besó de un modo muy sensual que la hizo estremecerse de nuevo.
–No pienso volver a moverme en lo que me queda de vida –le aseguró Brooke, exhausta.
–El helicóptero viene a recogerme a las dos, pero estaré de vuelta esta noche, sobre las nueve –le dijo él, mirándola a los ojos–. Así que aprovecha para descansar esta tarde, porque esta noche no vas a dormir mucho, cara mia.
–Promesas, promesas… –lo picó Brooke, sintiéndose maravillosamente relajada–. Puede que cuando llegues seas tú el que estés demasiado cansado.
Lorenzo apartó un mechón rizado de su blanca frente y la atrajo un poco más contra sí.
–Para ti no estaré demasiado cansado –murmuró con voz aterciopelada, apartando cualquier pensamiento de trabajo de su mente para vivir el presente.
Cuatro semanas después seguían en Italia porque Lorenzo había vuelto a alargar su estancia. Brooke, que acababa de poner la mesa en el patio, retrocedió un par de pasos para admirar lo bonita que le había quedado. Tarareando, volvió a entrar en la cocina para ver cómo iba la comida que tenía al fuego.
Esa noche estaba preparando ella la cena porque Sofía se había ido unos días a visitar a su hija. Había descubierto que no se le daba tan bien la cocina como había esperado, pero Sofía le había dado unos cuantos consejos útiles y con algunos preparativos previos se había sentido capaz de probar a hacer un menú sencillo.
Sus ojos se posaron en la labor de punto que Sofía había dejado en la mesita del rincón. Estaba tejiendo una chaquetita de lana para su primer nieto. La tomó, incapaz de explicar por qué le había llamado la atención, y mientras la estudiaba descubrió que no solo sabía cómo se llamaban cada uno de los puntos, sino que hasta se dio cuenta de que en una de las vueltas Sofía había cometido un error. Parpadeó y notó una fuerte punzada en la sien. Sacudió la cabeza sorprendida. Bueno, sí, parecía que sabía tricotar, pero… ¿y qué?, se dijo, quitándole importancia. ¡Pues como tantas otras personas!, se respondió, frotándose la sien hasta que el dolor comenzó a disiparse.
Sin embargo, cuando salió de nuevo al patio unos mareos repentinos hicieron que la cabeza le diera vueltas y que le flaquearan las piernas. Se apresuró a sentarse, puso la cabeza entre las piernas e inspiró lenta y profundamente. No sabía qué le pasaba, y ya había pensado en pedir cita con un médico cuando volvieran a