La versatilidad de la Biblia. Группа авторов

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y observar lo que el escritor dijo justo antes, lo cual conduce a esta conclusión. Por ejemplo, Romanos 12.

      * Si una oración empieza con “Porque”, debe preguntarse “¿Por qué?”. Es decir, mirar antes y observar lo que el escritor dijo justo antes, lo cual conduce a esta conclusión y explica la causa o razón que ahora presenta. Por ejemplo, Efesios 2.14.

      * ¿Se contrastan cosas entre sí? ¿Qué propósito tiene el contraste? Por ejemplo, Efesios 2.11–13.

      * ¿Se comparan cosas entre sí? ¿Qué propósito tiene el contraste? Por ejemplo, Efesios 2.19–21.

      * ¿Expresa la oración

      • un propósito o una intención (“de modo que”, “a fin de que”);

      • un resultado (“por esta razón”, “por consiguiente”);

      • una condición (“si”, “a menos que”);

      • una concesión (“aunque”, “a pesar de”)?

      * ¿Hay un elemento sorpresa, en el que una oración produce un impacto al seguir a la anterior (con frecuencia esto se indica con pero o aun o sin embargo)? ¿Qué efecto se espera que tenga la sorpresa en el lector? Por ejemplo, Salmo 22.3, 9; Deuteronomio 10.15–18; Efesios 2.4.

      * Observe las pequeñas palabras conectoras que marcan por completo el sentido de un pasaje (si, cuando, pero, entonces, sin embargo, por lo tanto, aun, etcétera). Esté atento a la presencia de estas palabras y preste cuidadosa atención a la manera en que las usa el escritor para dejar en claro lo que se propone comunicar.

      * En el párrafo, ¿cuál oración es la verdaderamente importante? ¿Por qué? ¿Qué idea enfatiza?

      * ¿Es esa oración o pasaje una cita de otra sección de la Biblia? Si es así, busque ese otro pasaje de donde proviene la cita y observe de qué manera lo ayuda a comprender de qué está hablando el escritor.

      Continúe haciéndose las preguntas: ¿Cuál es la idea aquí? ¿Qué quiso decir el autor cuando escribió esto?

      Observe las palabras y las frases

      Obviamente, si en el pasaje hay palabras cuyo significado no conoce, tendrá que averiguarlo. Puede utilizar un diccionario común o un glosario bíblico, si lo tuviera. ¡Pero sea cuidadoso!

Las palabras significan lo que significan en el contexto en el que se usan. No es su etimología (es decir, sus raíces, orígenes e historia) la que gobierna el significado de las palabras, sino el contexto y el uso.

      Los manuales de estudio de palabras de la Biblia son útiles y enriquecedores, pero sea muy cuidadoso para no asumir que cada mención de una palabra particular carga todo un diccionario de significados. Es un error frecuente leer una oración (de Pablo, por ejemplo), luego buscar alguna de las grandes palabras que utiliza, descubrir que esa palabra puede tener numerosos sentidos diferentes en muchos lugares atractivos en el resto de la Biblia, y entonces predicar sobre ese texto de Pablo como si hubiera estado pensando en todos esos sentidos a la vez. No, la palabra solo significa lo que Pablo quiso decir en el contexto en que la usó.

      Debemos averiguar lo que las palabras significan en el contexto en que son usadas, en lugar de suponer que todos los significados posibles de una palabra pueden aplicarse al mismo tiempo.

      Sea también cuidadoso respecto al intento de explicar una palabra a partir de sus partes componentes. Esto puede ayudar, pero a veces no tiene ninguna relevancia. Pruebe, por ejemplo, explicar el significado de “pancarta” separando la palabra en dos partes.

      Busque palabras clave o frases y palabras repetidas, ya que con frecuencia estas serán la clave sobre lo que trata el pasaje, y sobre lo que el escritor quiere que prestemos atención. Por ejemplo, Efesios 2.14–18 no es un pasaje fácil de captar, pero cuando uno observa que Pablo utiliza tres veces la palabra paz (vv. 14, 15, 17), por lo menos queda claro que el concepto principal de Pablo se refiere a la manera en que la muerte de Jesús hizo posible la paz entre judíos y gentiles, y entre ambos y Dios.

      Observe las imágenes, las metáforas y las descripciones verbales

      Uno de los dones más grande que Dios ha dado a los seres humanos es nuestra imaginación. Somos capaces de trascendernos con el pensamiento. Es decir, podemos imaginar todo tipo de situaciones alternativas a aquella en la cual nos encontramos. Podemos imaginar mundos nuevos. Podemos crear vínculos en nuestra mente entre una cosa (por ejemplo, nuestro amor hacia otra persona) y algo completamente diferente (la manera en que dos plantas trepadoras pueden entrelazarse). Entonces usamos la segunda expresión como figura o metáfora de la primera. “Nuestros corazones se encuentran entrelazados”, decimos. Ésta es una imagen o una metáfora. Es evidente que no es literal. También podemos observar características de otra persona (que es honrada y confiable) y vincularlas en nuestra mente con algo completamente diferente en el mundo natural (una gran montaña); entonces decimos “Juan es una roca sólida”. ¡Una vez más, esto es una metáfora! ¡No es literal!

      La Biblia está llena de ese tipo de imágenes pictóricas y metafóricas. Permítanle hacer su trabajo. No la reduzca toda a “declaraciones doctrinales”. La Palabra de Dios también apela a nuestra imaginación. Los textos poéticos en la Biblia (especialmente los Salmos, los Libros Proféticos y los Escritos de Sabiduría) usan de manera abundante imágenes y metáforas —a veces parece que lo hicieran en cada versículo—. Pero también Jesús hizo buen uso de esta manera de hablar, y del mismo modo, Pablo elaboró algunas metáforas muy poderosas, de las cuales quizás la más conocida y difundida sea la manera en que habla de la iglesia como cuerpo de Cristo.

      En una ocasión, David quería expresar que Dios lo había protegido y provisto de lo necesario para satisfacer todas sus necesidades. Pues bien, podría haberlo dicho simplemente de esa manera: “Dios me protegió y proveyó lo necesario para satisfacer todas mis necesidades”. Pero en lugar de ello acuñó lo que posiblemente sea la metáfora más famosa en la Biblia: El Señor es mi pastor (Sal 23.1). Apenas lo dice, nuestra mente se traslada a los campos a pensar en el mundo de las ovejas y sus pastores. La metáfora se dispara hacia varios vínculos sugerentes, y trabaja mucho más en nuestra mente de lo que lo haría una simple afirmación de una verdad literal.

      De hecho, la mayor parte de lo que pensamos y hablamos acerca de cuestiones importantes lo hacemos con metáforas. Una sola figura puede comunicar con mucho más poder que una enseñanza abundante.

      Jeremías acusó a los israelitas de dos pecados (Jer 2.13). En realidad, los pecados que tenía en mente eran la apostasía (abandonar a Dios) y la idolatría (ir tras otros dioses). Podría haber dicho simplemente eso. En cambio, describió una figura gráfica e inolvidable. Dijo que eran como un agricultor que tiene en su campo el valioso recurso de un manantial continuo de agua (todo el riego que necesitará jamás), pero lo bloquea y cava en la roca una enorme cisterna subterránea (un esfuerzo demoledor) con el fin de recoger agua de lluvia. Pero cuando llega la lluvia, resulta que la cisterna tiene una grieta y no retiene el agua, de modo que todo el esfuerzo se desperdicia. ¡Qué estupidez! ¡Qué desperdicio! La metáfora permite que la acusación de Jeremías resulte mucho más vívida y poderosa de lo que hubieran podido lograr dos términos teológicos.

      También en esto, igual que con las palabras, el sentido de las metáforas está gobernado por su contexto. No todos los matices de la metáfora fuente son relevantes al mismo tiempo. Por ejemplo, roca/piedra puede ser en algunos casos figura de estabilidad y confiabilidad (p. ej., Dt 32.4, Sal 31.2-3), y en otros de terquedad (p. ej., Ez 36.26).

      Se aplica el mismo

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