Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

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conjunto. No hay nada que tanto fatigue a las masas como la indecisión de los directores. La espera infructuosa las incita a golpear con una fuerza creciente en la puerta que no se les quiere abrir, o provoca explosiones tumultuosas de indignación. Ya por los días del Congreso de los soviets, cuando los delegados de provincias pudieron a duras penas contener la mano de sus jefes levantada sobre Petrogrado, los obreros y soldados pudieron convencerse de cuáles eran los sentimientos y los propósitos que abrigaban los dirigentes soviéticos respecto a ellos. Para la mayoría de los obreros y soldados de la capital, Tsereteli se había convertido, como Kerenski, en una figura execrable, con la cual no se sentían ligados por nada común.

      En la periferia de la revolución crecía la influencia de los anarquistas, los cuales tenían gran predicamento en el comité revolucionario que se había constituido en la casa de campo de Durnovo. Hasta los sectores obreros más disciplinados y la masa del partido empezaban a perder la paciencia o a prestar oídos a los que ya la habían perdido. La manifestación del 18 de junio patentizó a los ojos de todo el mundo que aquel gobierno no contaba con base alguna. «¿En qué piensan los de arriba?», se preguntaban los soldados y los obreros, refiriéndose no sólo a los jefes conciliadores, sino también a los organismos directivos de los bolcheviques.

      En las condiciones creadas por los precios de inflación, la lucha por los salarios enervaba y agotaba a los obreros. En el transcurso del mes de junio esta cuestión se planteó de un modo especialmente agudo en la fábrica de Putilov en la que trabajaban 36.000 hombres. El 21 de junio estalló la huelga en algunos talleres de esta fábrica. El partido veía claramente la esterilidad de estas explosiones esporádicas. Al día siguiente, una asamblea de delegados de las organizaciones obreras más importantes y de 70 fábricas, dirigida por los bolcheviques, declaraba que «la causa de los obreros de Putilov es la causa de todo el proletariado de la ciudad», y exhortaba a los obreros de la fábrica de Putilov a «contener su legítimo descontento». La huelga fue aplazada. Pero en los doce días siguientes no sobrevino cambio alguno. La masa obrera de las fábricas se agitaba, buscando una salida. Cada fábrica tenía planteado su conflicto, y todos estos conflictos juntos llegaban a las alturas, al gobierno. El sindicato de brigadas de locomotoras decía en una nota enviada al ministro de Vías y Comunicaciones: «Lo diremos por última vez: la paciencia tiene sus límites. No nos sentimos con fuerzas para seguir viviendo en esta situación». Era una queja que nacía no sólo de la necesidad y el hambre, sino también de la duplicidad, la indecisión, la falsedad del gobierno. La nota protestaba con especial acritud contra «los llamamientos constantes que se nos dirigen, apelando al deber cívico y a la abstinencia».

      En marzo, el Comité Ejecutivo había traspasado los poderes al gobierno provisional, a condición de que no se sacaran de Petrogrado las tropas revolucionarias. Pero ya nadie se acordaba de eso. La guarnición había evolucionado hacia la izquierda, los dirigentes de los soviets, hacia la derecha. La pugna contra la guarnición estaba constantemente a la orden del día. Y si el gobierno no se atrevía a sacar todos los regimientos de la capital, so pretexto de necesidades estratégicas, los más revolucionarios veíanse sistemáticamente diezmados por la sangría de las compañías enviadas de maniobras. Constantemente estaban llegando a la capital noticias relativas a la disolución en el frente de regimientos insubordinados y a la negativa a cumplir las órdenes de ataque que se les daban. Dos divisiones siberianas —no hacía mucho, los tiradores siberianos eran considerados como los mejores elementos— habían sido disueltas por la fuerza. Ante la negativa a cumplir las órdenes que se les habían dado, fueron encausados solamente en el 5° Ejército, situado cerca de la capital, 87 oficiales y 12.725 soldados. La guarnición de Petrogrado, en la cual se acumulaba el descontento del frente, de la aldea, de los barrios obreros y de los cuarteles, se hallaba en un estado de permanente agitación. Los soldados barbudos de cuarenta años exigían con histérica insistencia que se les licenciara, que se les mandara a casa para atender a los trabajos del campo. Los regimientos situados en el barrio de Viborg —el 1° de Ametralladoras, el 1° de Granaderos, el de Moscú, el 180° de Infantería y otros— estaban constantemente bajo la ardiente influencia de los suburbios proletarios. Millares de obreros desfilaban diariamente por delante de los cuarteles; entre ellos, había no pocos incansables agitadores bolcheviques. Bajo aquellos sucios muros se celebraban mítines y más mítines, casi sin interrupción. El 22 de junio, cuando todavía no se había extinguido el eco de las manifestaciones patrióticas provocadas por la ofensiva, se atrevió a aventurarse en la perspectiva Sampsonievskaya, imprudentemente, un automóvil de Comité Ejecutivo con unos cartelones que decían: «¡Adelante por Kerenski!». El regimiento de Moscú detuvo a los agitadores, rompió los carteles y mandó el automóvil patriótico al regimiento de ametralladoras.

      En general, los soldados eran más impacientes que los obreros, porque vivían directamente bajo la amenaza de ser enviados al frente y porque les costaba mucho más trabajo asimilarse las razones de estrategia política. Además, tenían un fusil en la mano, y desde febrero, el soldado propendía a exagerar su fuerza. Lihdin, un viejo obrero bolchevique, contaba más tarde que los soldados del 180° Regimiento le decían: «¿Qué hacen los nuestros en el palacio de la Kchesinskaya: están durmiendo? ¿Por qué no echamos nosotros mismos a Kerenski?». En las asambleas de los regimientos se votaban resoluciones sobre la necesidad de decidirse, por fin, a emprender el ataque contra el gobierno. En los regimientos, se presentaban constantemente delegados de las fábricas y preguntaban si los soldados se echaban a la calle. Los soldados del regimiento de ametralladoras envían a los cuarteles delegados incitando a los soldados a levantarse en armas contra la continuación de la guerra. Los delegados más impacientes añaden: «Los regimientos de Pavl y de Moscú y 40.000 obreros de Putilov se lanzarán mañana a la calle». Las exhortaciones oficiales del Comité Ejecutivo no surten ningún efecto. Cada vez se hace más agudo el peligro de que Petrogrado, no apoyado por el frente y la provincia, sea vencido. El 21 de junio, Lenin, desde la Pravda, exhorta a los obreros y soldados de Petrogrado a esperar hasta que los acontecimientos impulsen a las reservas pesadas a ponerse al lado de la capital. «Nos hacemos cargo de la amargura, de la excitación de los obreros de Petrogrado. Pero les decimos: compañeros, en estos momentos la acción sería nociva». Al día siguiente, una reunión privada de directivos bolcheviques, que, al parecer eran más «izquierdistas» que Lenin, llegaba a la conclusión de que, a pesar del estado de espíritu de los soldados y de las masas obreras, no era aún posible aceptar la batalla: «Es mejor esperar a que, con la ofensiva iniciada, los partidos dirigentes se cubran definitivamente de oprobio. Entonces, tendremos la partida ganada».

      Así lo cuenta Latsis, organizador de barriada y uno de los elementos más importantes por aquellos días. El Comité se ve obligado, cada vez con más frecuencia, a enviar a los regimientos y a las fábricas agitadores con el fin de evitar que se lancen a una acción prematura. Los bolcheviques Viborg, meneando la cabeza, se lamentan entre sí: «Tenemos que hacer de manguera para apagar el fuego».

      Sin embargo, las incitaciones a lanzarse a la calle no cesaban. Entre ellas, había no pocas que tenían un carácter evidente de provocación. La Organización Militar de los bolcheviques se vio obligada a dirigirse a los soldados y a los obreros con un manifiesto en el que se decía: «No deis crédito a ningún llamamiento que se os haga en nombre de la Organización Militar para que os echéis a la calle. La Organización Militar no ha hecho ningún llamamiento en este sentido». Y más adelante, todavía con mayor insistencia: «Exigid de todo orador que os incite a la acción en nombre de la Organización Militar que os presente la credencial con la firma del presidente y del secretario».

      En la famosa plaza del Ancora, de Kronstadt, donde los anarquistas levantan la voz cada día con más firmeza, se prepara un ultimátum tras otro. El 23 de junio, los delegados de la citada plaza, prescindiendo del Soviet de Kronstadt, exigen del Ministerio de Justicia que ponga en libertad al grupo de anarquistas de Petrogrado, amenazando, en caso contrario, con el asalto de la cárcel por los marinos. Al día siguiente, los representantes de Orienbaum declaran al ministro de Justicia que su guarnición está tan agitada como la de Kronstadt con motivo de las detenciones efectuadas en la casa de campo de Durnovo, y que «se están limpiando ya las ametralladoras». La prensa burguesa cogía al vuelo

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