Un mal comienzo. Stella Bagwell
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–Nada habría sucedido si hubiese tenido puesto el cinturón de seguridad. Ya se lo dije en ese momento. Pero no. Tenía que hacerse el macho y…
–Yo no habría…
–¡Epa, epa! –gritó Wyatt por encima de sus voces–. Creo que ha habido algún error aquí y…
–Por supuesto que lo ha habido –interrumpió Adam acaloradamente–. Y el error fue contratarla –hizo un gesto señalando a Maureen.
–Lo siento, señor Sanders –dijo Maureen–. Yo no sabía que este –señaló a Adam con la cabeza– hombre era su hijo. De lo contrario, nos habría ahorrado a los dos tiempo y molestias y le habría dicho que no podía aceptar el puesto en su empresa.
Al ver que la situación se estaba yendo de madre, Wyatt sacudió la cabeza.
–Por favor, tome asiento, Maureen, mientras cruzo unas palabras con Adam. Solo me llevará unos momentos, se lo prometo.
Agarró a Adam del brazo y se lo llevó por el corredor hasta un almacén.
–¿Se puede saber qué diablos te pasa? –le espetó en cuanto cerraron la puerta– ¡Nunca en mi vida te había visto actuar de forma tan ruda y grosera! La señorita York es un excelente geólogo. De los mejores. Tenemos suerte de tenerla con nosotros. Si se queda. Gracias a ti.
Adam respetaba a su padre profundamente y lo amaba todavía más. Desde que era pequeño quería crecer y ser exactamente como él. Quería ser un petrolero de los mejores. Quería que lo conocieran en el ramo de la misma forma que conocían a su padre. Pero había veces en que chocaba con su padre, y aquella era una de ellas.
–Papá, Maureen York es la mujer que conducía cuando salíamos del campamento en Sudamérica. Ella es la mujer que me accidentó. ¿Necesito decir más?
Wyatt hizo un gesto de exasperación con los ojos.
–Adam, sabes que la mujer no chocó con el Jeep a propósito para hacerte daño. ¡Y yo no tenía ni idea que la Maureen que mencionaste en el hospital era esta! Sólo dijiste que ella te ofreció llevarte un día hasta el campamento. No sabía que fuese geólogo ni que trabajase para una compañía petrolera. Pensé que era una novia que te habías echado por allá.
–Mira, papá, aunque ella no lo hubiese hecho intencionalmente, tiene un montón de otros problemas –al ver la impaciencia en el rostro de su padre, lanzó un profundo suspiro–. No creo que pueda trabajar con ella ni dos días, ni siquiera dos horas.
Wyatt se cruzó de brazos y le lanzó una seria mirada.
–Pues bien, dime el tipo de problemas que tiene.
–Es imprudente. Siempre cree tener la razón. Obcecada. Irrespetuosa.
–Es decir que es muy parecida a ti.
–Papá, ya sabes lo que quiero decir. Es… bueno, es una mujer en un mundo de hombres. No encaja.
–Es más que todos los hombres que he entrevistado. Será una buena baza para la empresa.
–Si me encuentras a alguien más con quien trabajar, puedes reducir mi salario a la mitad.
Wyatt arqueó las cejas.
–¡Lo dices en serio!
–Completamente –le respondió Adam.
Wyatt le escrutó el rostro largo rato. Ya conocía esa expresión en el rostro de su hijo. Obcecado, desafiante, incluso un poco temerario. Y sintió que el tiempo volvía atrás treinta años y se estaba mirando al espejo.
–Pues yo también hablo en serio –le dijo a su hijo–. Veo que permites que tus emociones personales interfieran con el verdadero propósito aquí. Sacar petróleo y gas, y hacérselo llegar al consumidor.
Inclinando la cabeza, Adam metió las manos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros y se miró las puntas de las botas. ¡Las botas que había tenido que cortar! Intentó no pensar en ello en ese momento. Probablemente también podía perdonar que Maureen lo hiciese salir disparado del Jeep sin capota. Pero, ¿podría estar cerca de ella un día sí y otro también? Esa mujer lo alteraba de formas que no quería pensar.
–No tengo sentimientos personales hacia Maureen York –dijo abruptamente.
–No dabas esa impresión hace unos momentos cuando casi le arrancas la cabeza a mordiscos –señaló Wyatt–. Vosotros… ¿pasó algo entre vosotros en Sudamérica?
Adam pareció ofendido por el comentario de su padre.
–¡Papá, la señorita York debe tener cerca de treinta años!
La expresión de Wyatt se tornó irónica.
–¿Desde cuando te han detenido unos años de diferencia?
Adam tuvo la elegancia de ruborizarse.
–Bueno, quizás ella no sea mayor que yo. Pero te puedo decir con certeza que no es mi tipo en absoluto.
–Fenomenal –dijo Wyatt y le dio una palmada de aliento en el hombro–. Entonces no será un problema para ti volver a mi oficina y asegurarle que te causará mucha ilusión trabajar con ella.
–Haré lo posible por mentir.
–Créeme, Adam –rio Wyatt–, dentro de unos meses me agradecerás que la haya contratado.
Maureen ya casi había decidido no esperar más cuando la puerta de la oficina se abrió y Adam Murdock Sanders entró en la habitación. Ella inmediatamente se puso de pie y entrelazó las manos tras la espalda.
–¿Dónde está el señor Sanders? –preguntó sin preámbulos.
–Yo soy el señor Sanders con quien trabajará. Mi padre se ha ido a casa a nuestro rancho.
Maureen se humedeció los labios e hizo un esfuerzo por permanecer calmada. Nunca había sido una persona que se dejase llevar por los sentimientos. Ese era uno de los motivos por los que tenía éxito a pesar de su sexo. Pero ese joven tenía algo que la hacía alterarse como nunca.
–Mire señor San… señor Murdock Sanders –se corrigió intencionadamente–, creo que usted y yo sabemos que nunca podremos trabajar juntos.
Adam estaba totalmente de acuerdo. Pero según su padre había dicho hacía unos minutos, en esta ocasión tendría que dejar sus sentimientos de lado. Esa mujer con aspecto sensual era una científica muy inteligente. Había estado con ella menos de un día, pero ese poco tiempo había sido lo suficiente para llegar a la conclusión de que ella conocía su profesión.
Se dirigió hacia el escritorio y apoyó la cadera en él.
–Estoy dispuesto a probar.
–¿Porque su padre se lo ha impuesto?
Adam intentó no irritarse ante la pregunta.
–Wyatt no me fuerza a hacer nada. No es ese