La dimensión desconocida de la infancia. Esteban Levin

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La dimensión desconocida de la infancia - Esteban Levin Conjunciones

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hijos Magalí, Axel y Sebastián.

      Cada uno de ellos, a través de su propia sensibilidad, escribe.

      Secretamente, compartimos la cofradía de existir en relacióncon otros, que a la vez humanizan el sentido.

      Leemos, entre el espesor de las letras jugamos y, en una de esas, sin darnos cuenta, entramos en la dimensión desconocida.

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      Cómo funciona esta obra

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      Queridos lectores:

      Este libro intenta poner en juego la dimensión desconocida que, a su vez, desconoce. Contiene pistas intuitivas, pequeños acertijos inconclusos, gestos mínimos –a veces caóticos y, por lo general, irresueltos– que carecen de una finalidad preestablecida. De este modo, procuro compartir la intensidad del propio acto de escribir y, tal vez, jugar lo que todavía no sabemos.

      La estructura de cada capítulo consta de dos impresiones que me genera el niño: la inicial y la última; en medio de ellas se despliega la historia jugada, el análisis y los pensamientos e ideas que ella genera. Luego, a modo de cierre y apertura, hay una Introducción con signo negativo, pues comienza cuando termina y finaliza donde empieza.

      En cuanto a las impresiones, ellas difieren profundamente de lo familiar; son más o menos fugaces, existen cuando la escena quedó atrás y ha desaparecido. No son recuerdos, sino un intento de captar la instantaneidad en el aire del encuentro, antes de que se escabulla por los vericuetos del sentido.

      La Primera impresión que tenemos de un niño es esencial; luego la olvidamos; atraviesa el territorio desconocido e imperceptible. Instante de una imagen pretérita y a la vez actual, jugamos con ella, la recreamos. No es nunca un dato o una premisa diagnóstica, sino la recepción de otra dimensión dispuesta a interrogarnos, sin esperar la respuesta. Ella nos convoca a jugar y, al hacerlo, nos desconocemos en la vibración de la infancia.

      La Última impresión de cada niño procura recoger brevemente el testimonio intrépido de un acontecimiento único e irrepetible, imposible de intercambiar. Dramatiza la idea intempestiva de la sensibilidad; intraducible, escapa cada vez que se pretende comprenderla y poseerla. Perdida, irrecuperable, tal vez deja ritmos discontinuos, desequilibrantes.

      Capítulo I imagen

      La dimensión desconocida de la palabra

      Primera impresión

      Agustín

      Sus ojos negros,

      profundos, fijos de sufrimiento

      miraban

      sin mirarme,

      veían sin voz,

      nudos

      arrebatados de dolor,

      los labios encerrados

      tiritaban la historia,

      la tristeza derretida

      de un murmullo

      por decir.

      El eclipse,

      de la palabra

      fluctúa

      en jirones distantes,

      curiosamente real,

      impune,

      sale el grito,

      yerra el eco,

      ronronean las letras,

      afónicas resuenan,

      recupera la lejanía,

      minuciosa,

      de la sonoridad.

      La herencia se transmite jugando: ¿quién jugará el amor, la promesa y la ley del deseo de desear? La ausencia de la voz invoca la presencia del lenguaje; ¿podremos jugarla para reconquistarla?

      Agustín llega al consultorio derivado del jardín maternal. Tiene dos años y, según sus docentes, es llamativa su dificultad para relacionarse con otros chicos de su sala; tampoco juega o realiza intercambio alguno con ellos. Se mantiene indiferente a las consignas, si bien, paradójicamente, participa de actividades como, por ejemplo, el desayuno, comer galletitas, lavarse las manos o ir adonde van los demás. “Otra de sus características –señalan– es que no habla una palabra…”

      En las entrevistas diagnósticas participan la mamá y el papá; ella, al referirse a Agustín, afirma: “Mi hijo decía algunas palabras, balbuceaba otras, jugaba con sonidos, por ejemplo ‘mate’, ‘torta’, ‘tres’, ‘atún’, ‘tapa’, ‘mamá’, hasta que, cuando tenía un año, murió su abuelo. A partir de ese momento dejó de hablar y perdió esos sonidos que recién empezaba a hacer. El abuelo (el papá del papá) era muy hablador; él siempre decía que su lengua (y se la señalaba) lo había llevado a todas partes… Su característica era ser muy charlatán; siempre contaba que ese rasgo suyo le había abierto todas las puertas. También tenía una frase preferida que repetía prácticamente todos los días: ‘La madre Teresa de Calcuta decía que la comunicación es lo primero’; esto le servía para explicar por qué era tan hablador. Él se sentía muy orgulloso de eso y de detentar en exclusiva el don de la palabra en la familia. Murió inesperadamente una mañana, como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio. En ese momento, mi hijo no solo dejó de hablar sino también de saludar con la mano, de alimentar a las gallinas y de arrancar pequeñas florcitas del pasto: esas tres cosas (junto con el placer de hablar) se las había enseñado el abuelo, con orgullo”.

      La muerte del abuelo de Agustín coincidió con una infección urinaria que mantuvo al niño muy tenso durante un par de meses, en los que debieron efectuarle diversos análisis, algunos de ellos muy invasivos.

      El nombre - del - hijo

      En su función, Agustín hace que exista el abuelo; testimonia la herencia agónica que encarna el cuerpo sin palabras. El acto de hablar trasciende al cuerpo y se humaniza a través del deseo del Otro. La legalidad de la palabra vislumbra la deuda simbólica como don de amor. Heredar nunca es el hecho fáctico de la sangre (de lo genético) ni de una pura acción. Los padres no son los dueños de la generación precedente.

      Agustín no abre la boca; da la sensación de que hace mucha fuerza para cerrar los labios; en un silencio triste, aparenta una sonoridad que no sale.

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