Soledades. Liliana Kaufmann

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Soledades - Liliana Kaufmann

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del aislamiento autista, de su soledad. Plantea que el autismo infantil nace del convencimiento original de que el ser humano no puede hacer nada respecto de un mundo que ofrece ciertas satisfacciones, pero no las deseadas. Como consecuencia, se retira a la posición autista.

      En detalle, las razones por las que no se establece la comunicación con el exterior pueden ser varias. Enfatiza el hecho de que, cuando ciertos aspectos de la realidad son demasiado frustrantes, es posible que el sujeto no responda a ellos, o que le provoquen la creación de defensas o sustituciones más gratificantes a través de la imaginación. Pero, cuando la realidad se torna extremadamente destructora, el sujeto abandona sus intentos de probar. A partir de ese momento, el aparato mental solo se utiliza con el objetivo de proteger la vida, de un modo que excluye acciones respecto de la realidad exterior. Detrás de todo está la convicción de que no es posible evitar una respuesta que resultaría insoportable.

      Bettelheim describe la desconexión que caracteriza al autista como un muro que está rodeando un vacío –habla de fortaleza vacía y de defensa–, de manera que cuando alguien trata de quebrar ese muro se desencadena la defensa del aislamiento. Se trata, en rigor, del mismo aislamiento que propone Tustin a través del concepto de encapsulamiento, y Meltzer con la noción de desmantelamiento: en todos los casos, el niño autista se refugia de su angustia bloqueando la entrada y la salida de experiencias de intercambio.

      ¿Qué tenemos entonces? Una certeza: la reciprocidad es el atributo esencial en esta nueva mirada de la soledad del autista, aunque no es bidireccional. Ocurre que las acciones de la madre logran efectos en el niño, pero lo que no se profundiza es el otro componente de la relación, que son las consecuencias que ocasionan en la conducta de los padres las peculiaridades propias de un niño con conductas autistas.

      Por lo tanto, las contribuciones teóricas que dejan tras sí los primeros psicoanalistas que estudiaron el autismo parecen revelar que los padres no resultan invisibles a los ojos del hijo, hecho que el niño pone en evidencia cuando, al no encontrar las respuestas que necesita de sus padres, intenta por diferentes medios quedarse profundamente solo.

      Con la versión de Ángel Rivière (1997), una vez más se ve enriquecida la noción de soledad propuesta por Leo Kanner. El autor plantea los fundamentos de la soledad del niño autista a partir de una esclarecedora definición de autismo: “[se trata de] aquella persona que por algún accidente de la naturaleza (genético, metabólico, infeccioso, etc.) ha prohibido el acceso intersubjetivo4 al mundo interno de las otras personas [...], aquel para el cual los otros y probablemente el ‘sí mismo’ son puertas cerradas”.

      Por otra parte, los argumentos de Uta Frith proponen que “la soledad autista no tiene nada que ver con estar solo físicamente, sino con estarlo mentalmente” (1991: 35), dado que no pueden ingresar en el mundo interno de las personas.

      El resultado de estas afirmaciones proviene de considerar que las personas autistas presentan dificultades en desarrollar el siguiente esquema de razonamiento interpersonal: “¿Qué piensas tú sobre lo que yo pienso que tú piensas?”. En el marco de la psicología cognitiva, esta dificultad tiene una explicación a través de la hipótesis de que el organismo posee un subsistema cognitivo llamado teoría de la mente. En forma sintética, podemos decir que tal constructo teórico hace referencia al mecanismo que nos permite tener creencias sobre las creencias de los otros y distinguirlas de las propias; asimismo, nos da la posibilidad de hacer o predecir algo en función de esas creencias atribuidas y diferenciadas de las personales.

      En cuanto al enfoque de las neurociencias, los aportes de Rizzolatti y Craighero (2004) confieren a la teoría de la mente la siguiente explicación: la existencia de ciertos grupos de células especiales en el cerebro denominadas neuronas espejo permite comprender lo que los otros hacen y sienten, a partir de que la observación de la acción ajena causa la activación automática del mismo mecanismo neuronal iniciado por la ejecución de la acción. Sobre esta base afirman que sabemos cómo las personas se sienten porque, al recrear para nosotros los sucesos mentales y emocionales de los demás, experimentamos sus mismos sentimientos.5

       En suma, tenemos dos motivos importantes de la soledad del autista. Uno, el sujeto no puede ingresar en el mundo interno de las demás personas. El otro pone de relieve el alcance de las neuronas espejo y plantea una perspectiva alternativa de la soledad mental del autista, porque para poder anticipar las acciones, los sentimientos y los pensamientos de los otros hace falta encontrar un semejante que refleje los propios. Probablemente esta nueva alternativa contribuya a pensar que las raíces del autismo son intersubjetivas.

      Para finalizar, y enfatizando las huellas que dejan tras sí los avances producidos en distintos campos disciplinarios respecto del autismo, recurriremos a otra variante del universo metafórico. Es interesante, desde tal perspectiva, recordar las ideas centrales del prefacio de este libro. Volvamos para ello a lo que les sucede a los entrañables personajes creados por María Elena Walsh: a la tortuga Manuelita, a la reina Batata, a la hormiga Titina y a la vaca de Humahuaca.

      ¿Podrán sus vivencias guardar cierta similitud con el modelo particular sobre cuya base los psicólogos cognitivos describen el trastorno de mentalización? ¿Será por ello que esos personajes se encuentran mentalmente solos?

      Creemos que sí, pues es viable conjeturar que la hormiga Titina no pudo anticipar las conductas atemorizantes de la araña, ni inferir su maldad, motivo por el cual no abandonó su caminata por la telaraña. ¿Por qué? Porque ella no pensaba que las amigas pensaban que ella iba seguir por la telaraña sin cuidarse a sí misma:

       –¡Titina, no sigas! gritan las hormigas.

       ¡De mala manera la araña te espera con una tetera!

       En cuanto se asome te caza y te come.

       Y Titina ¡zas!, se cae para atrás del susto nomás.

      Por lo mismo, la tortuga Manuelita no detectó, en la mirada del tortugo, que estaba enamorado de ella:

       Manuelita una vez se enamoró de un tortugo que pasó.

       Dijo: ¿qué podré yo hacer? vieja no me va a querer; en Europa y con paciencia me podrán embellecer.

      Al retomar el hilo de la canción, advertimos que Manuelita no pensaba que el tortugo del que se había enamorado creía que ella pensaba que él era el amor de su vida; porque él no le daba indicios de que ambos pensaran lo mismo. Resulta entonces posible suponer cuán sola se habrá sentido la tortuga Manuelita mientras no se percataba de lo atractiva que le resultaba al tortugo, quien, por eso, la seguía esperando.

       Tantos años tardó en cruzar el mar que allí se volvió a arrugar,

       y por eso regresó

       vieja como se marchó, a buscar a su tortugo

       que la espera en Pehuajó.

      Hasta aquí, es posible observar la propuesta de quienes estudian las interacciones entre las personas y, en este sentido, tenemos una clara caricatura de la soledad. Soledad que se le hace evidente a Manuelita cuando no le resulta posible compartir sus pensamientos y estados afectivos con el tortugo.

      Sin embargo, no le pasó lo mismo a la vaca de Humahuaca. Ella se miraba bajo la lupa de otro espejo, el espejo de alguien que sí la pensó

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