Un secreto desvelado. Moyra Tarling

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Un secreto desvelado - Moyra Tarling Julia

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por cómo fruncías el ceño, apostaría a que estabas dándole vueltas a un problema —comentó Spencer—. ¿Me equivoco?

      Maura tragó saliva. Ese hombre era demasiado perceptivo para su gusto, y también estaba claro que sentía ciertas reservas hacia ella.

      En realidad, no podía culparle. Dos meses atrás, cuando se conocieron, se había mostrado muy desagradable con él al rechazar su invitación a ir al rancho; no obstante, el comportamiento arrogante de ese hombre y los escépticos comentarios con los que cuestionó su profesionalidad, fueron el motivo de su comportamiento hacia él y de que rechazara su invitación.

      La llamada que le había hecho para preguntarle si aún requería ayuda con aquel caballo debía haberle sorprendido enormemente.

      La verdadera razón por la que Maura le había llamado era porque recordaba que el rancho Blue Diamond estaba en Kincade, California, la misma ciudad a la que había sido dirigida la carta de su madre.

      —¿Lo ves? Estás frunciendo el ceño otra vez —bromeó Spencer, pero Maura notó que no estaba bromeando del todo.

      —Spencer, querido, compórtate —le amonestó su madre mientras llevaba a la mesa la cafetera y un plato con pastas—. Maura debe estar cansada del viaje.

      Maura lanzó a la madre de Spencer una mirada de agradecimiento.

      —¿Crema y azúcar? —preguntó Spencer a Maura educadamente mientras su madre servía el café en las tazas.

      —Sí, crema, gracias —respondió Maura forzándose a mirar a Spencer a los ojos.

      —De nada, pelirroja —dijo él mientras le echaba crema en la taza.

      Maura gruñó para sí al oír el detestado mote. Bajó los ojos y reprimió el deseo de decirle que no la llamara «pelirroja», consciente de que, con eso, solo lograría provocarle y hacer que la llamara así cada vez que se dirigiera a ella.

      Disciplinando sus gestos, Maura lo miró una vez más y, durante un instante, se preguntó si el corazón no había dejado de latirle. La atmósfera entre ellos se llenó de tensión y de algo mucho más peligroso.

      —Creía que tu padre estaría ya de vuelta —comentó Nora al sentarse con ellos a la mesa.

      —¿Dónde está papá? —preguntó Spencer, recostándose en el respaldo de su silla.

      —Tenía que hacer unos recados —respondió su madre—. Dijo que estaría de vuelta a eso de las cuatro, pero son ya casi las cinco. Ah… mira, aquí está.

      En ese momento, la puerta de la cocina se abrió y el marido de Nora entró.

      —Siento llegar tarde, querida —Elliot Diamond besó a su mujer en la cabeza y luego sonrió a Maura—. Hola, Maura, encantado de verte otra vez. ¿Has tenido buen viaje?

      —Sí, gracias —respondió Maura educadamente.

      —¿Por qué has vuelto tan tarde? —preguntó Nora a su marido.

      —Me he pasado por casa de Michael de camino a casa para dejarle en el frigorífico la comida que le he comprado. Ya sabes que mañana vuelve del crucero.

      —¡Ah, claro! —exclamó Nora—. ¿Todo bien por su casa?

      —Sí, todo bien —le aseguró Elliot a su esposa antes de volverse a Maura—. Recientemente, hemos tenido algunos robos en la zona y los vecinos nos cuidamos unos a los otros. Michael Carson es un vecino y uno de nuestros más antiguos y queridos amigos.

      Elliot, acercándose al mostrador central, añadió:

      —Mmmm, ¿café recién hecho?

      Maura sintió que se le helaba la sangre al oír mencionar el nombre de su padre. Pero… ¿había oído bien?

      —¿Ha dicho que su vecino es Michael Carson?

      —Sí —respondió Elliot Diamond mientras se servía un café—. Es el propietario de Walnut Grove, la propiedad adyacente a ésta. Él y su mujer eran amigos nuestros desde hace muchos años. Desgraciadamente, Michael se quedó viudo hace un año. ¿Lo conoces?

      Capítulo 2

      MAURA no podía respirar. Sintió el pecho oprimido y se preguntó, momentáneamente, si no le iba a dar un infarto. Enterarse de que su padre era amigo íntimo de la familia Diamond era una inesperada sorpresa.

      Al darse cuenta de que todos la miraban, esperando su respuesta, recuperó la compostura y, con una aparente tranquilidad que no sentía, se llenó los pulmones de aire.

      —Lo siento, pero es Mitchell, no Michael, la persona en la que estaba pensando. Mitchell Carson era un amigo de mi madre —improvisó Maura rápidamente—. Hace años que no le veo.

      Maura sonrió y añadió:

      —Así que su vecino ha estado haciendo un crucero, ¿no? Debe ser maravilloso pasar las vacaciones así. Yo nunca he ido en barco… bueno, eso no es exactamente cierto —dijo Maura nerviosa—; en realidad, he ido en motora. Pero un barco de crucero… es completamente diferente.

      Maura hizo un inciso para tomar aire.

      —He leído que algunos de los barcos para crucero que construyen hoy en día son tan altos como los rascacielos —Maura sabía que estaba parloteando sin sentido, pero continuó—. ¿Han ido usted y Elliot alguna vez de crucero?

      —Sí, en varias ocasiones —respondió Nora Diamond.

      —¿Adónde? —preguntó Maura, aliviada de que, al parecer, había logrado salir airosa.

      Aunque estaba deseosa de saber más cosas sobre Michael Carson, su padre, decidió no tocar el tema de momento.

      Nora se volvió a su marido.

      —Nuestro primer crucero fue a Alaska, ¿verdad, querido?

      Durante los siguientes minutos, Maura oyó las anécdotas de los viajes en crucero del matrimonio Diamond; sin embargo, a pesar de que escuchaba atentamente y hacía preguntas convenientes, interiormente se sentía agitada.

      Además, para tensión añadida, era muy consciente de la penetrante mirada de Spencer. Él se había levantado de la silla y estaba apoyado contra el mostrador central, clavando en ella su mirada azul.

      Maura tuvo la impresión de que no había logrado engañar a Spencer de sus intentos por desviar la conversación hacia el tema de los cruceros. La forma como él fruncía el ceño era una indicación más de que se estaba preguntando sobre la reacción de ella.

      Maura se llevó una mano a la boca para contener un bostezo.

      Su anfitriona lo notó rápidamente.

      —Maura, querida, debes estar agotada y no hago más que charlar sobre cruceros.

      —Lo siento —dijo Maura—. Supongo que el viaje en autobús me ha cansado más de lo que creía.

      —Spencer,

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