El significado del dolor. Nick Potter

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El significado del dolor - Nick Potter Para estar bien

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en que el cerebro malinterpreta y registra mensajes y no puede cambiar de rumbo. Algunos científicos lo asemejan a una forma de condicionamiento clásico. Así como los perros de Pavlov aprendieron a salivar en respuesta a una campana, el sistema nervioso se vuelve más sensible para responder a pequeños estímulos con dolor crónico.

      Las neuronas en el cerebro pueden formar las sinapsis (uniones) para estos circuitos de hábitos con extrema rapidez. Diversas investigaciones han mostrado que una neurona puede recorrer hasta 30 por ciento de su longitud mediante una especie de acción ameboide que consiste en girar y retorcerse hacia otra neurona con la cual desea vincularse. La dirección hacia la cual tiene que apuntar es determinada por un mensajero químico, emitido por la otra neurona que la invita a unirse. Asimismo, cada neurona puede producir los brotes necesarios para vincularse con todas las neuronas que desee. Esto opera a nivel exponencial, extendiéndose en todas direcciones, facilitando múltiples posibilidades de conexión y permitiéndole al cerebro aprender, adaptarse y cambiar con gran rapidez. Como explicó el profesor V. Ramachandran, un neurobiólogo de ucl, en una reciente conferencia ted:⁴ “El cerebro posee 100 mil millones de neuronas, cada una de las cuales puede formar entre 1,000 y 10,000 conexiones. Esto supera el número de partículas elementales en el universo”. En efecto, los bebés pueden formar 3 millones de sinapsis nuevas por segundo, lo cual podría caber en la cabeza de un alfiler.

      Estas millones de neuronas interconectadas reposan en un caldo de células inmunes y vasculares que se comunican entre sí a través de intrincados mecanismos electroquímicos y moleculares. Algunas células se encargan de conectar, otras de abastecer y apoyar, y algunas más de proteger. El cerebro constantemente elimina, reconstruye y mejora estas conexiones a través de un eterno proceso de remodificación, el cual resulta necesario para nuestra supervivencia a medida que nuestro medio ambiente cambia y nos enfrenta a nuevos retos. Las conexiones compiten entre ellas para sobrevivir. Algunas mueren a medida que se hacen obsoletas, lo que resulta en la formación de otras más nuevas y relevantes.

      El problema es que mientras estas redes pueden formarse con bastante rapidez, no siempre se deshacen con la misma facilidad, y entre más tiempo experimenten dolor es más probable que produzcan cambios en la estructura cerebral, algunos tan graves como la atrofia (encogimiento) de la “materia gris”. Este descubrimiento fue realizado por el profesor Vania Apkarian en un estudio en la Escuela de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern sobre el origen del dolor y su efecto cognitivo.⁵ La materia gris, nombrada de esta manera debido a su tono grisáceo, comprende las regiones del cerebro involucradas en el control muscular y la percepción sensorial, como ver y oír, la memoria, las emociones, el habla, la toma de decisiones y el autocontrol. El encogimiento de la materia gris puede provocar que los pacientes con dolor crónico que también padecen estrés o depresión exhiban un patrón conductual de “retraimiento”, que se vuelvan vigilantes, se aíslen socialmente y que tengan problemas para conciliar el sueño. El retraimiento social también puede convertirse en un círculo vicioso, ya que entre más se desarrolla más dolor experimentan los pacientes, lo que resulta en un mayor aislamiento. La depresión y el dolor están íntimamente involucrados.

      En sus investigaciones, Apkarian y su equipo mostraron que con la exposición prolongada al dolor crónico, en vez de sólo responder a un periodo de impulsos generados externamente y luego volver a un estado de mayor reposo, el cerebro comenzaba a asumir ese dolor. Además, si el dolor crónico duraba más de cinco años, el cerebro perdía entre 5 y 11 por ciento de la densidad de la materia gris. Esto era particularmente cierto para un área del cerebro llamada hipocampo, responsable de crear y asociar recuerdos. En aquellos individuos que experimentaron dolor durante años, el hipocampo era significativamente más pequeño. El dolor también parecía haber creado un nuevo e inusual vínculo entre otras dos áreas del cerebro: la corteza prefrontal (que procesa información sensorial sobre qué es lo que duele, cuánto duele y qué significa) y el núcleo accumbens (que procesa la motivación y el placer). El resultado de la comunicación entre estas dos partes del cerebro fue una disminución en la capacidad de las personas para tomar decisiones y funcionar de forma apropiada. Se requieren más investigaciones para demostrar si al bloquear el desarrollo o la transmisión de señales entre estas dos regiones se puede prevenir el desarrollo del dolor crónico.

      Tal vez resulte útil pensar en el cerebro como una red vinculada de regiones —algo similar al mapa del metro. Las estaciones constituyen los múltiples centros del cerebro (conocidos como “nodos de ignición”) conectados por las líneas del metro, es decir, los circuitos neuronales. Imagina que utilizas plumas de distintos colores para marcar las diferentes rutas desde las casas de tus amigos a la tuya. Cada amigo posee una ruta única que cruza distintas estaciones y realiza distintas paradas. Utilizando el término acuñado por el profesor Patrick Wall, a cada una de estas rutas o circuitos la denominamos “neurofirma”. Cada neurofirma es el “recuerdo” grabado de un dolor, que puede ser nuevo o viejo, activo o latente, y está registrada en la sustancia o matriz del cerebro. Si la ruta se utiliza con regularidad, entonces permanecerá activa. De no ser así, comenzará a desaparecer —al igual que el recuerdo de una ruta del metro podría comenzar a borrarse de tu mente si no hicieras el viaje con tanta frecuencia.

      Sin embargo, si en algún punto se estimula uno de los nodos a lo largo de una ruta, esto puede provocar que toda la ruta o neurofirma se active, precipitando así la experiencia de ese dolor único. Por ejemplo, digamos que hace algunos años te fracturaste la muñeca al caer al piso, luego de ser empujado por un ladrón. Éste huyó con tu mochila, la cual contenía tu cartera con dinero y una fotografía de un ser amado. También se llevó tu teléfono celular. Así que ahora te encuentras sentado sobre el pavimento frío y mojado, un poco en shock, acunando tu muñeca. Está oscuro y te encuentras lejos de casa. La calle está prácticamente desierta y temes que el asaltante regrese o que alguien más se aproveche de tu situación. Te ves en la penosa necesidad de llamar a la puerta de algún vecino para pedirle ayuda. Tu muñeca ha comenzado a palpitar y doler, y cada movimiento te resulta doloroso. La nocicepción se activa con fuerza, enviando mensajes negativos sobre la lesión a tu sistema nervioso y tu cerebro, y éste acepta que el dolor es apropiado.

      Supongamos que recibes ayuda, que llegas a la sala de urgencias y te enyesan la muñeca y que, seis semanas después, aunque tu mano ha sanado, el dolor ha hecho todo menos desaparecer. Ha sido algo sumamente inconveniente para el trabajo y tener que reemplazar tus llaves, tu cartera y tus tarjetas de crédito ha sido un viacrucis. Pero tú te encuentras bien. Excepto que, pese a que la lesión ha sanado, tu cerebro ha grabado y registrado una neurofirma alrededor de todo el evento, vinculando varios nodos de ignición clave. Ahora la ruta o firma entre estos centros ha sido activada sin que tengas conciencia de ello. Dos años después, prácticamente no tienes dolor en la muñeca. Sin embargo, notas que cuando llega el invierno y está oscuro, y el ambiente está frío y húmedo, sientes un dolor profundo en esa parte de tu cuerpo. El olor a hojas húmedas te recuerda esa noche. El camino que tomas a casa no ha cambiado, por lo que siempre experimentas ese recuerdo repentino de la fecha y el lugar donde te asaltaron y aún miras por encima de tu hombro. Cargar tu mochila al parecer hace que el dolor regrese. Aquí podemos ver que los nodos de ignición clave son los centros de memoria olfativa, ocular y auditiva: el hipocampo, que vincula la memoria con el lugar y el momento, y los centros de la amígdala y el límbico, que vuelven a invocar la punzada del miedo (“qué tal si”) y la indignación (“¿por qué a mí?”). Mientras tanto, la corteza prefrontal se ocupa de tomar decisiones sobre qué hacer si otro asaltante aparece de la nada y el sistema nervioso simpático aún parece elevar tu frecuencia cardiaca y respiratoria, preparándote para huir o pelear. Todas estas reacciones son parte de un mismo evento, pero cada nodo, de ser estimulado, puede activar la experiencia entera y el resultado es que experimentes dolor en la muñeca, pese a que la lesión sanó y la nocicepción terminó hace mucho tiempo.

      Entonces, tal y como sucede con el tabaquismo, el dolor puede llegar a convertirse en un hábito que el cerebro adquiere y es incapaz de romper. Se convierte en un “bucle cerrado” o “modo predeterminado” de circuitos repetitivos que es difícil reorientar.

      En

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