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–Quiero darle el biberón, enséñame.
Alik estaba demasiado cerca. Podía sentir su calor corporal. La fragancia del jabón que usaba en la ducha, y que le resultaba tan familiar, emanaba de su cuerpo bronceado asaltando sus sentidos. Sus ojos entornados le recordaban la forma en que solía mirarla cuando despertaba su pasión. Atemorizada, Blaire corrió a buscar la bolsa del bebé.
–Primero hay que cambiarle de pañal –contestó ella–. Túmbalo en la cama, sobre la colcha, para poder hacerlo bien.
Los siguientes minutos transcurrieron dándole lecciones sobre el bebé. Alik escuchaba sus explicaciones con mucha atención, hasta el detalle. El profesor Jarman siempre había sido un perfeccionista, y por supuesto iba a seguir siéndolo con su bebé.
Blaire vio de reojo el brillo de su mirada. Revelaba un orgullo inmenso en aquel niño que, a su modo, era perfecto. Cuando Alik logró al fin ponerle la camisita limpia y el pijama, Blaire le sugirió que se sentara en la cama sosteniendo a Nicky con el brazo izquierdo. A juicio del propio Nicky, que gemía por su comida, Alik había tardado demasiado en vestirlo.
Blaire apartó la vista de Alik y colocó sobre su hombro una nana limpia con cuidado de no tocarlo. Temía no poder parar. Luego le pasó el biberón.
–Vamos, ahora méteselo en la boca, él hará el resto. Cuando se haya bebido una tercera parte lo levantas y lo apoyas sobre el hombro dándole golpecitos en la espalda para que eche el aire. Luego, para cuando se termine el biberón, ya se habrá quedado dormido. Lo pones otra vez sobre el hombro y lo acuestas en la cuna. Pero asegúrate de que lo pones boca arriba. El médico dice que podrían evitarse muchas muertes infantiles acostando a los bebés en esa posición.
Blaire se quedó de pie, observando. Nicky buscaba la tetina del biberón con frustración, incapaz de alcanzarla.
–Métesela en la boca, Nicky no es de porcelana –añadió a modo de consejo.
Alik metió la tetina en la boca del niño y este comenzó a devorar la leche. Bebía tan deprisa y con tanta ansia que hacía mucho ruido. Alik se echó a reír, y sus carcajadas llenaron la habitación. Blaire no pudo evitar sonreír.
–Ya ves, tiene tanto apetito como tú –luego, temerosa de delatarse a sí misma revelando sus sentimientos, se fue a la otra cama–. ¿Quieres que deje la luz encendida o apagada?
–Encendida –murmuró él–. Aún me cuesta creer que el bebé sea real, y no digamos creer que es el fruto de una noche de placer contigo –Blaire sintió un delicioso estremecimiento recorrerla, como si sus palabras le hicieran cosquillas–. Creo que podría pasarme toda la noche mirándolo. Tiene tus ojos y tus cejas. Y tu boca, en miniatura. Hasta yo, que no lo veo con objetividad porque soy su padre, me doy cuenta de que es un milagro viviente porque tú eres su madre. Me has dado un tesoro inapreciable teniendo en cuenta que me odias. Es un gesto tan noble por tu parte, que a cambio estoy dispuesto a hacer un trato contigo –continuó Alik sarcástico–. Pero no habrá negociación. O lo aceptas, o me llevo a Nicky para siempre.
Había llegado el temido momento, reflexionó Blaire clavando las uñas en la colcha en silencio. Alik continuó:
–Te quedarás a vivir conmigo en el remolque durante un mes. En camas separadas, por supuesto. Necesito tiempo para acostumbrarme al bebé y a sus rutinas, y para que él se acostumbre a mí. Cuando acabe el mes, si has cumplido tu parte del trato y me has ayudado a entablar una relación íntima con nuestro hijo, hablaremos de la custodia compartida. En caso contrario te llevaré a los tribunales, y te aseguro que la lucha será tan dura que desearás no haberla comenzado –prometió con una fiereza que Blaire jamás había escuchado en él–. Ese es el trato. Si a tu novio no le gusta la idea de separarse de ti, lo siento. Comparado con los nueve meses que llevo yo separado de mi hijo, eso no es nada.
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