Renuncia por amor. Rebecca Winters
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–¿Profesor Jarman? ¡Espere!
Alik volvió la cabeza y se apoyó en el picaporte de la puerta para mantener el equilibrio.
–Hola, señorita Call, ¿qué puedo hacer por usted?
La atractiva rubia, una estudiante graduada, estaba comenzando a ponerse en ridículo a sí misma.
–He estado tratando de ponerme en contacto con usted. Es viernes por la noche, y un grupo de estudiantes vamos a reunirnos en el remolque de Peter para hacer una fiesta. Me han elegido a mí para venir a invitarlo.
–Son ustedes muy amables, pero me temo que tengo otros planes.
–La fiesta durará toda la noche –continuó la rubia poco dispuesta a rendirse–. Será usted bienvenido a la hora que sea.
–No piense usted que no aprecio la invitación, pero hace años que no voy a una fiesta, y no tengo intención de comenzar ahora. Buenas noches, señorita Call.
–¿Por qué no me llamas Sandy? –preguntó la estudiante siguiéndolo hasta su camioneta.
–Jamás llamo por el nombre de pila a las estudiantes en horario de clase –contestó él entrando en el vehículo y cerrando la puerta.
–¿Y fuera de clase? –volvió a preguntar ella con descaro.
–Cuando se trata de una estudiante, jamás hay momentos «fuera de clase».
Aquella regla solo la había roto con Blaire, y había sido el peor error de su vida. Alik tenía la sensación de que se pasaría toda la eternidad pagando por ese error. Pero aquella noche, por fin, todo se dilucidaría.
Alik echó marcha atrás y pisó con fuerza el acelerador deseando casi que la agresiva señorita Sandy Call mordiera el polvo y tomara buena nota de su respuesta. Con Blaire, en cambio, había sido todo al revés. Había sido él quien la había perseguido… hasta que ella se había dejado pillar…
Blaire había faltado al primer examen de su asignatura y había telefoneado a su despacho con la excusa de que no había podido presentarse por tener un fuerte constipado. Acostumbrado a las tretas de las estudiantes, que confiaban en su belleza personal a la hora de conseguir ciertos favores, Alik no la había creído y le había exigido que se presentara de inmediato ante él. Estaba dispuesto a hacerle un examen oral si el problema consistía en que no podía escribir.
Sin embargo, la despampanante estudiante pelirroja que se presentó en su despacho tenía realmente un fuerte constipado. Debía tener unos diez o doce años menos que él, y parecía débil, tenía las mejillas sonrosadas a causa de la fiebre.
Alik posó inconscientemente el dorso la mano sobre aquella mejilla despejada. Estaba ardiendo. Aquel ligero contacto sorprendió a Blaire, cuyos ojos grises se fusionaron con los de él. En aquel instante Alik sintió que una misma corriente los atravesaba a los dos.
–Perdona que no te creyera –susurró él bajando la mano–. ¿Cuándo has notado que comenzabas a estar constipada?
–Esta mañana.
–Debes sentirte fatal, deberías irte a la cama. ¿Cómo has podido venir en estas condiciones?
–En autobús.
Alik, escandalizado ante su propia falta de sensibilidad, contestó:
–Ha sido culpa mía. Yo ya he terminado las clases por hoy, así que te llevaré a tu casa.
–¡Oh, no! –sacudió ella la cabeza–. Es usted muy amable, pero no será necesario. Ya que estoy aquí, preferiría que me dejara hacer usted hacer el examen, luego me iré.
Blaire se mostró muy reservada a la hora de quedarse a solas con él, pero Alik había notado que una llama ardiente se había encendido en su interior. Lo sabía porque también se había encendido en lo más profundo de su ser. Era una energía invisible que los unía a los dos.
La respiración de Alik se había vuelto profunda, una vena palpitaba sin control en el cuello de Blaire. Alik sintió un deseo imperioso por posar sus labios sobre los de ella.
–Olvídate del examen, te llevaré a casa.
–Pero mis padres viven a veinte kilómetros del campus, está demasiado lejos. No puedo permitirlo.
Cuanto más se oponía ella, más decidido se mostraba él.
–Está bien, si no me permites arreglar esto personalmente, llamaré a un taxi.
–No, por favor, no tengo dinero para pagarlo.
–Yo lo pagaré, naturalmente.
–¡Profesor Jarman…! –suspiró Blaire frustrada entonces, satisfaciendo enormemente a Alik.
–Mi nombre es Alik, y si vas a negarte a que te ayude deja al menos que llame a tus padres para que vengan a buscarte.
–Mi padre es el único que tiene coche, y ahora mismo está dando clase. Es profesor en un colegio, y jamás soñaría con interrumpirlo.
–Entonces solo queda la opción de que te acompañe en el autobús –alegó él poniendo los brazos en jarras y observándola tragar.
–¿Y por qué iba a acompañarme?
–Porque con ese constipado puedes hasta desmayarte. Si empiezas a marearte, quiero estar presente. Admite que estás a punto del colapso.
–Sí, lo…lo admito –confesó ella tartamudeando, con lágrimas en los ojos.
Después de aquel tira y afloja, Alik abrió la puerta del despacho y apagó la luz.
–Vamos, tengo el coche aparcado en la parte de atrás, te llevaré a casa. Ahora mismo.
Alik sabía que, durante aquellos últimos segundos de vacilación, Blaire luchaba contra algo más que el mero deseo de no ser una carga. Todo su mundo cambió en el instante en que ella pasó por su lado rozándolo, rindiéndose. Aquel contacto accidental de las caderas de ambos fue como una lengua de fuego que sellara su destino.
Al ver de lejos la ciudad de Warwick, los tortuosos pensamientos de Alik desaparecieron dando paso al presente. Había mandado al infierno a Blaire Regan hacía mucho tiempo. Aquella bella y traicionera cobarde había terminado con su romance sin darle siquiera una explicación que pudiera hacérselo todo más sencillo. Y, para complicar las cosas un poco más, había huido sin dejar rastro. Al negarse a enfrentarse a él, Blaire le había negado la posibilidad de cerrar la herida de una vez por todas.
El mentón de Alik se endureció.
Aquella mañana, presentándose de ese modo en su remolque, Blaire había cometido un terrible error. Conocería el significado de la palabra crueldad ese mismo día, antes de que saliera el sol. Y sería ella la que lamentaría entonces que sus caminos se hubieran cruzado.
Alik se aferró al volante y giró entrando en el aparcamiento del Bluebird Inn.