Renuncia por amor. Rebecca Winters
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Renuncia por amor - Rebecca Winters страница 6
–¡Qué triste que Alik no vaya a conocerte jamás, cariñín! –exclamó dejando caer las lágrimas por la mejilla–. No tienes ni la menor idea de lo maravilloso que es tu padre, Nicky. No hay nadie como él. Excepto tú, claro. Ruego a Dios para que crezcas igual que él. Y no estoy hablando de ese hombre tan enfadado al que he visto esta mañana, no –continuó Blaire enjugándose las lágrimas con la colcha que ella misma había tejido–. Me temo que ese hombre es el resultado de lo que yo le hice. Nunca me perdonará, ahora lo veo con claridad. ¿Por qué iba a perdonarme? No estoy segura de que yo hubiera podido sobrevivir si me lo hubiera hecho él a mí. Esta mañana, cuando entró en el remolque y me vio ahí, tenía todo el derecho a echarme de un puntapié, y sin embargo no lo hizo. Podía haberme llamado mentirosa. En realidad podría haberme llamado cualquier cosa que se le hubiera ocurrido. Podría haberme gritado tan fuerte que todo el mundo le oyera en la excavación. Y sin embargo se contuvo, porque es todo un hombre.
Blaire sentía que tenía un nudo en la garganta, pero a pesar de todo continuó hablando para el bebé:
–Le hice algo terrible, Nicky. Lo herí de la peor manera que se puede herir a un hombre. Y eso me destrozó a mí también. Pero no tenía más alternativa. No, ninguna…
Blaire se inclinó para besar al bebé en la punta de la nariz. Cada vez que miraba su rostro veía a Alik. Una y otra vez. Eran idénticos, pero Nicky en miniatura.
–Estoy convencida de que aquel día que me constipé y fui a su despacho todo fue obra del destino. Yo para entonces ya estaba medio enamorada de tu padre: el famoso, el brillante, el apuesto profesor Jarman. Todas las chicas de clase tenían fantasías sobre él, pero fui yo la que tuvo la suerte de entrar en su despacho para hacer aquel examen. Él fue terriblemente tierno conmigo –continuó Blaire sintiendo un escalofrío al recordar el contacto de su mano en la mejilla, cuando él la tocó para ver si tenía fiebre–. Después de llevarme a casa, me llevó la cena y flores. No tuve que hacer el examen hasta que no me encontré bien. Y, para entonces, ya estaba locamente enamorada de él, incluso olvidé el resto de mis clases. Pasábamos juntos todo el tiempo que podíamos. Por las noches paseábamos a lo largo de la playa hablando de nuestras vidas, y al final siempre acabábamos el uno en brazos del otro. Él compartía todos sus sueños conmigo. ¿Te lo imaginas? ¡Conmigo! Yo le contaba los míos. Y tú eras parte de esos sueños, Nicky. Tú, y el resto de la familia que algún día tendríamos. Tu padre había llevado una vida fascinante. Su origen privilegiado le había dado la oportunidad de obtener la mejor educación en el mejor de los colegios. Había vivido aventuras que lo habían llevado alrededor del mundo. Y lo más sorprendente de todo es que él se convirtiera para mí en todo mi mundo, y yo en el suyo. Me vi forzada a romper con él… –continuó Blaire con voz trémula, recordando el dolor de aquellos días en que él se marchó a dar aquel seminario–… pero siempre le estaré agradecida por haberme dejado embarazada de ti. Tú eres todo lo que me queda de él. Cuando volvamos a casa, jamás volveré a mirar atrás. Voy a criarte para que seas igual que él, para que seas un hombre magnífico como lo es él. Voy a dedicarte mi vida entera, cariñín. Vamos, vamos a desvestirte y a prepararte para ir a la cama. Mañana nos espera un largo viaje a San Diego. Necesitas dormir, y yo también.
Blaire se levantó de la cama para buscar el pijama de Nicky en la bolsa del bebé, y en ese momento sonó el teléfono. Debía de ser su madre que, preocupada, llamaba para enterarse de lo sucedido.
«No me ha ido demasiado bien, mamá».
Blaire dio la vuelta a la mesilla de noche y contestó.
–¿Señorita Regan? Aquí Recepción. Ha venido un tal profesor Jarman que dice que usted lo está esperando.
Blaire sintió que el auricular se le escapaba de las manos y golpeaba el suelo. Lo recogió con manos temblorosas.
–Sí, lo estoy esperando. Por favor, dígale que suba.
–Muy bien.
«Dios».
Tras escuchar el click del teléfono, Blaire corrió al baño a retocarse el carmín de los labios. Sus cabellos necesitaban un buen cepillado tras jugar con el bebé, que no dejaba de tirarle del pelo.
El vaquero y el suéter azul de algodón que había escogido para ese día ya no le parecían adecuados, pero era demasiado tarde para cambiarse. Blaire escuchó unos golpes en la puerta que le resultaron familiares. Alik no llamaba como los demás. El corazón le dio un vuelco. Algunas cosas no cambiaban jamás.
Blaire se apresuró a salir del baño para abrir, pero tenía tanto miedo y estaba tan nerviosa que tuvo que detenerse a respirar y calmarse unos instantes.
Aquella mañana, con sus vaqueros y su camiseta, Alik le había parecido imponente, pero por la noche, afeitado y vestido con unos pantalones de sport y un polo azul marino que mostraban a las claras su devastadora masculinidad, Alik hacía palidecer de vergüenza al resto de los hombres.
Violenta al comprender que había dejado que su mirada se deleitara vagando por su figura, Blaire se apresuró a levantar la vista temerosa de encontrar en él la misma mirada helada que le había dirigido aquella mañana. Sin embargo, algo había captado la atención de Alik en esa ocasión. Miraba más allá de ella, por encima de su hombro, hacia el bebé vestido con un adorable trajecito amarillo.
Blaire vio cómo su pecho subía y bajaba, y después lo vio cruzar la habitación en un par de zancadas, pasando por su lado, hasta llegar a la cama. Cerró la puerta y se acercó despacio, esperando su reacción.
Alik se sentó sobre la cama junto al bebé con aquella gracia masculina suya inconsciente. Blaire contuvo el aliento observándolo inclinarse sobre Nicky y pasar la mano por sus cabellos rizados.
Su hijo no pareció molestarse especialmente cuando un completo extraño comenzó a desvestirlo. Nicky, con su apacible temperamento, dejó que Alik examinara cada rincón de su anatomía sin decir ni pío, desde los anchos hombros hasta los dedos cuadradotes y las largas piernas.
Todo en él, desde las largas y negras pestañas idénticas a las de Alik, que enmarcaban unos ojos aún turbios, hasta su belleza masculina de cabellos negros y piel aceitunada, pasando por la mandíbula cuadrada y las orejas pegadas a una cabeza perfecta, todo, gritaba el nombre de Jarman.
–¡Dios mío… tengo un hijo!
La reverencia con la que se comportaba Alik, la extrañeza que delataba su voz ronca revelaba lo importante que era para él aquel momento. El corazón de Blaire comenzó a agitarse hasta estallar. Aunque lo hubiera hecho todo mal en la vida, ya nada tenía importancia: aquello lo había hecho bien. Blaire se aclaró la garganta y murmuró:
–Quizá ahora comprendas por qué no me atreví a llevarlo a la excavación. De haberlo visto la gente se habría dado cuenta de un solo vistazo de que…
–¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? –exigió saber él sin dejarla terminar.
El lado tierno de Alik había desaparecido. Levantó al niño semi-desnudo y lo tapó con la colcha sosteniéndolo contra su hombro. Luego se puso en pie, amenazador. Blaire dio un paso atrás al ver la ira en sus ojos.
–Cuando rompí nuestro compromiso, no sabía que… no sabía que estaba embarazada.