Solo si me amas. Anna Cleary

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Solo si me amas - Anna Cleary Jazmín Noche De Bodas

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bromeando. No puedes hacerlo. No ha sido decisión mía.

      –¡Decisión! –la voz de su tío resonó con fuerza–. Mira adónde te han llevado tus decisiones. Tienes casi veinticuatro años y no hay un solo hombre en Grecia, en toda Europa, dispuesto a tocarte. Y ahora sé buena chica y haz lo correcto.

      –Pero si ni siquiera lo conozco. Estoy de vacaciones. Me prometiste… dijiste…

      Las lacrimógenas protestas fueron interrumpidas por el auxiliar de vuelo.

      –Señorita –el joven se inclinaba sobre ella diciéndole que apagara el móvil.

      –No puedo –le informó ella–. Lo siento –intentó explicarle al ceñudo joven–, tengo que… –agitó una mano en el aire y regresó al teléfono–. Thio Peri, no puedes hacerme esto. Va en contra de la ley –cuando su tío le colgó, intentó volver a marcar.

      –Señorita, por favor –insistió el auxiliar con creciente impaciencia.

      –Es que se trata de una emergencia –se excusó ella antes de mirar por la ventanilla y comprobar que el avión ya estaba en movimiento–. ¡Oh, no! Tengo que bajarme.

      Ariadne dejó caer el teléfono e intentó levantarse tras desabrocharse el cinturón.

      –Señorita, por favor, siéntese. Está poniendo en peligro a los pasajeros.

      El avión aceleró para despegar y ella cayó en el asiento. Sintió las ruedas elevarse y una profunda desesperación la inundó. Tenían que regresar. Había que informar al piloto.

      Empezaban a dejar atrás los blancos tejados de Atenas cuando dos auxiliares de vuelo, más autoritarios que el primero, se acercaron a ella.

      –¿Sucede algo, señorita Giorgias? ¿Está usted enferma?

      –Es por mi tío. Él… –el avión ya volaba sobre el mar de nubes–. Tenemos que regresar. Ha habido un error. ¿Podría informar al piloto, por favor?

      No le pasó desapercibido el rápido intercambio de miradas. Las imágenes de los titulares de prensa se materializaron en su cabeza: «Ariadne Giorgias provoca un altercado en un Airbus. Ariadne de Naxos de nuevo en apuros».

      Otro escándalo. Más vergüenza. Más burlas a su costa.

      Y al final había pedido disculpas y se había abrochado de nuevo el cinturón.

      Pero no podía limitarse a ceder sin más. Quizás estuviera sola en una habitación de hotel en la otra punta del mundo, sin nadie a quien acudir salvo un hombre que la despreciaba, pero no iba a ceder al pánico. Tenía que mantener la cabeza fría y encontrar una solución.

      Pero antes debía ser práctica. Su cuenta bancaria estaba casi a cero, salvo por el dinero para gastar en las vacaciones. Dinero para vacaciones. Qué cruel broma del destino.

      Respiró hondo y marcó el número de teléfono privado de la tía Leni en Atenas.

      –¿Eleni Giorgias?

      –¡No, toula, no…! No lo hagas. Tu tío lo ha hecho por tu bien. Todo saldrá bien.

      –Ha habido un error en la reserva del hotel –el corazón de Ariadne se aceleró ante el tono de preocupación de la voz de su tía–. Resulta que la reserva solo está hecha para una noche, y ni siquiera está pagada. Además, cuando me presenté ante el organizador de las excursiones, resulta que mi nombre no estaba en la lista. Se suponía que el tío iba a pagar mi estancia de cuatro semanas…

      –¿No está pagado? –preguntó su tía–. ¿Cómo…? –de repente su voz se hizo más alegre–. Ya lo entiendo, toula, no necesitarás quedarte en ese hotel mucho tiempo.

      –Thea, ¿qué me estás pidiendo que haga? –la crudeza de la jugada fue como una puñalada–. ¿Esperas que me arroje directamente a la cama de ese hombre?

      –Yo no te estoy pidiendo nada, salvo que le des una oportunidad a Sebastian –la vergüenza, o quizás la culpabilidad, hizo que la voz de su tía sonara aguda–. Es un buen hombre. Y está dispuesto a casarse contigo. Es rico e inteligente, un genio con los satélites.

      –Él no quiere casarse conmigo, thea –gritó Ariadne–. No estoy hecha para ser una esposa.

      –No digas eso nunca, Ariadne –la otra mujer soltó una exclamación–. ¿Dónde está tu gratitud? Plantaste a tu prometido en el altar deshonrando a los Giorgias y los Spiros.

      La emoción le provocó a Ariadne un nudo en la garganta. Lo entendía. Tras todos sus desvelos para mantenerla pura antes del matrimonio, a los ojos de su puritano mundo había sido desflorada, deshonrada, y aún no tenía marido.

      –Ya te lo expliqué. Me fue infiel, y tú lo sabes. Tenía una amante.

      –No seas inmadura, Ariadne –Leni suspiró–. Si quieres tener hijos, tendrás que comprometerte, y aguantar ciertas… cosas. De todos modos, esta discusión no tiene sentido. Tu tío no cambiará de idea.

      –Ese hombre jamás tomará por esposa a alguien que no esté dispuesta. Si lo conocieras, te darías cuenta. No es… él es australiano. ¿Podrías, por favor, transferirme una cantidad de dinero suficiente para pagar la cuenta del hotel?

      –Toula –la voz de su tía estaba cargada de lágrimas–, si de mí dependiera, por supuesto que lo haría. Escucha, cuando estés casada, dispondrás de todo tu dinero. Tu tío te quiere y cree que esto es lo correcto. Solo quiere lo mejor para ti.

      –Él siempre cree tener razón, pero esta vez no es así –contestó ella furiosa–. Y dile de mi parte que no hay manera de obligar a Sebastian Nikosto a casarse con una mujer que no esté dispuesta a ello. Jamás lo hará.

      –Sí que lo hará –contestó Leni secamente tras un largo silencio–. Desde luego que lo hará.

      –¿A qué te refieres? ¿Por qué lo dices?

      –Bueno… –la voz de su tía pareció de repente más lejana–. Yo no sé nada de negocios, Ariadne. Tu tío dice que Sebastian es consciente de lo mucho que tiene que ganar con este matrimonio, y todo lo que puede perder si no acepta. Su empresa se hundirá.

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